FRENTE COMÚN
En sus inicios la ciencia partió de la suposición. Imagino a los primeros investigadores de la
historia observando los hechos alrededor suyo; reflexionando, viendo y tomando
apresuradas notas, o quizá archivando en la mente suposiciones que más delante tratarían de
probar una y otra vez. Muchas habrán
sido las hipótesis descartadas, otras darían pie a nuevas investigaciones para
comprobarlas de manera sistemática, hasta llegar a la verdad.
Frente al COVID-19 vivimos tiempos de incertidumbre que nos
remiten a pensar en los inicios de la investigación científica. Con relación a esos ancestrales
investigadores, el panorama es halagüeño; ahora contamos con múltiples procedimientos
que vuelven más sencillo y acertado el estudio de una enfermedad. Con todo y lo anterior, nos hallamos, en este
caso particular, azorados, alarmados y descubriendo nuevas cosas cada día. Entre los hallazgos más recientes está la
conclusión que presentan a la OMS más de 200 investigadores de 32 países alrededor
del mundo. Concluyen que el virus es tan ligero, que resulta capaz de
desplazarse a grandes distancias y penetrar estructuras que suponíamos
impermeables a su paso. A raíz de este
nuevo conocimiento las medidas sanitarias se intensifican; es recomendable evitar espacios cerrados, dentro de los cuales
la exhalación producida al hablar, puede
transmitir el virus a personas situadas más allá de la considerada “sana
distancia”. Así pues, se recomienda evitar
los espacios cerrados, aun si utilizamos
cubrebocas.
Los más grandes investigadores tienen la humildad de
reconocer que cada día se aprenden cosas nuevas, es parte de su formación profesional.
Se dejan de lado los egos personales para someterse al rigor metodológico, en
aras de encontrar la verdad. Ninguno de ellos podría afirmar, hasta el momento, que conozca
todo sobre la enfermedad ni sobre cómo prevenirla. Por desgracia allá afuera
abundan los seudocientíficos de inspiración, quienes nos quieren vender la idea
de tal o cual producto o procedimiento milagroso, para ponerse a salvo de la
enfermedad, misma que ha cobrado millones de vidas por el mundo. Otras conductas de alto riesgo tienen que ver con la
ignorancia supina en determinados grupos de población, como son –por
desgracia-- diversas comunidades chiapanecas,
donde hay la creencia de que las medidas sanitarias de desinfección son un modo
de sembrar el virus para que la gente enferme y muera. Tanto así, que se han negado a que se
fumiguen sus comunidades para evitar la proliferación del mosquito productor
del dengue.
No es de extrañar: Con el temor como escenario de fondo, una
idea llega y prende, hasta volverse incendiaria. Actuar en grupo empodera a cada individuo, éste
se vuelve capaz de hacer mucho más daño que si actuara solo. El grupo pasa a convertirse en una masa que
alcanza niveles irracionales en su avance.
Así han atacado a otros seres humanos, en algunos casos hasta terminar
con su vida; han incendiado inmuebles; ambulancias; material y equipo. La masa
es movida por un disparador: una simple frase que alguno de ellos lanzó en voz
alta y cundió de inmediato.
Actualmente nos hallamos parados en un punto histórico que
demanda la participación ciudadana. Está visto que la autoridad es paternalista y
blandengue. Ante una emergencia como el
COVID pide las cosas de favor en vez de imponer el cumplimiento de normas
precisas. En la gran mayoría de estados y municipios no se obliga al uso de
cubrebocas. Hemos visto casos en los que
un uniformado solicita a un civil someterse a medidas higiénicas, y por hacerlo
termina insultado y golpeado, algo de lo
que dan cuenta varios videos en redes sociales.
Así poco o nada va a lograrse.
Viene a mi mente el movimiento #MeToo, que finalmente puso
en la cárcel a Harvey Weinstein. Una
primera mujer que sufrió abuso sexual por parte de este personaje externó su
situación particular; de ahí una segunda y una tercera… hasta que fue todo un
grupo de hollywoodenses, y más delante avanzó como una onda imparable alrededor
del mundo. Ninguna de las mujeres que
expresó su agravio tuvo miedo; ninguna pensó
que su participación no serviría de nada…Y entre todas lograron que se
hiciera justicia.
Así, de esta manera, quiero imaginar: ¿Qué pasaría si a
quien circula en lugares públicos sin cubrebocas, comenzamos todos a comunicarle nuestra reprobación? Que no sea una ni dos
voces las que se levanten, sino uno tras otro todos aquellos que sí utilizamos
cubrebocas. Un frente común y solidario de reprobación, que a donde quiera que
vaya lo perciba. Tal vez no llegue a generarle conciencia, pero sí lo desanimará a
seguir haciendo lo mismo.
En esta etapa la molicie es nuestro propio “Carón”. De nosotros depende permanecer o cruzar el río.