MISIÓN CUMPLIDA
Fueron alrededor de tres décadas, restando un receso
temporal que ella hizo hace muchos años,
el tiempo que Blanca Esthela Treviño y
yo compartimos la plana editorial de
domingo en periódico Zócalo. Aunque ella
ya no está físicamente con nosotros, dentro de sus preparativos para el viaje final, dejó por anticipado tres colaboraciones, la que se publicó el
domingo pasado, la de hoy y la del próximo domingo.
Así era y así vamos a
recordarla siempre, una mujer ordenada,
sensible y gentil, que de forma admirable sacó adelante una asombrosa cantidad de
tareas, y todas de excelencia: Matrimonio
y familia; compromisos laborales y quehacer literario; labor social y docencia,
y partió
cuando supo que era el momento de hacerlo. Sus colaboraciones periodísticas han
tenido un sello de excelencia, alejadas
de la constricción de la opinión subjetiva, para asirse a la erudición de conocedores y expertos. Dueña de sus conceptos, pero en todo momento con la cortesía de ceder a los convocados
a su columna, el brillo de las luminarias.
Tuve la fortuna de convivir con ella desde mi llegada a
Piedras Negras en 1984. Fueron los
tiempos cuando el sacerdote Fernando Martínez
lanzó a Blanca Esthela al ruedo de la palabra escrita. En muy poco
tiempo, pasó de ser una novel columnista, a convertirse en sólida opinadora, y más delante en diestra novelista. Dentro de su labor editorial, esa fascinación tan suya por la lectura, le proveyó de lo necesario para fundamentar sus opiniones acerca de
aquello que planeaba escribir.
Fue al final de esos ochentas cuando
se integró a ese mismo espacio editorial, la profesora Martha Nélida Riojas (+).
Blanca Esthela vio cumplidos
sus dos caros sueños literarios:
Escribir un libro con relación a la figura de su abuela paterna, a través de
cuyas páginas la autora nos lleva de paseo por Allende, pasamos tardes en el
jardín de la abuela, y nos toca participar en un memorable episodio de la
Revolución Mexicana, cuando su padre –entonces niño—descubre su vocación médica de una forma poco convencional. Y así, de un escenario a otro, Blanca Esthela
nos lleva a comprender que la familia es –finalmente—la razón que mueve al corazón del mundo. Ese primer libro se intituló “Cuéntamelo otra vez”.
Durante la creación de su segunda y última novela,
escrita dentro del taller de literatura testimonial, sus compañeros talleristas tuvimos la fortuna de atestiguar la gestación de cada
personaje desde la magia de su pluma. En esta obra la autora se propuso dar respuesta a la pregunta de uno de sus nietos: “¿Cómo le hicieron Wito y tú para ser tan
felices en su matrimonio?”. De ese modo fuimos descubriendo la forma como Mario –Wito-- apareció en su vida; lo que sucedió a causa del extravío de unos lentes en una alberca, y a partir de aquella reunión comenzamos a
conocer a quienes fueron novios por más de cincuenta años. Atestiguamos el enamoramiento, las expectativas de cada uno
en la relación; las aventuras que vivieron
juntos y a la distancia. Gozos y sustos, como el día cuando se extravió
el más inquieto de sus hijos. De un modo
divertido, pero con profundo sentido humanista, la autora termina ofreciendo un mensaje al amado nieto: La vida es así, con altas y bajas, lo importante radica en mantener la fe en Dios, el amor en la
persona que eliges como pareja, y la unión familiar. El epílogo del libro, donde Blanca Esthela pone toda su alma en cada
letra, es una carta escrita a ese su grande y único amor, con quien acaba de
partir a reencontrarse hace unos cuantos
días.
Desde el próximo domingo 14 me va a resultar extraño no hallar la colaboración de mi admirada compañera de afanes literarios, encabezada por la imagen de su perfil, con esa sonrisa que la caracterizó en todo momento. Estamos ciertos de que ella se queda con nosotros a través de las letras; su esencia plasmada en la sonrisa que el paso del tiempo no habrá de borrar. Como diría el inmortal Jorge Luis Borges, “la muerte es una vida vivida”, y ella vivió –y sonrió-- plenamente hasta el final. Es así como nosotros, que tuvimos la fortuna de convivir con ella, y las futuras generaciones, que podrán conocerla a través de su obra, encontraremos una forma alternativa de vivir la vida: Dispuestos siempre a superar cualquier obstáculo, dando gracias al cielo por lo que tenemos y prodigando amor a nuestros semejantes. Además hacerlo alegres, siempre alegres.Blanca Esthela: Voy a extrañar tu sabiduría, tu sentido del humor y ese auténtico don de gentes. El tiempo de Dios es perfecto, y tú partes esbozando esa última sonrisa que expresa lo que muy pocos tendrán oportunidad de decir al final del largo camino: “Misión cumplida”.