domingo, 18 de julio de 2021

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

HACER COMUNIDAD

Una de las sensaciones que nos ha dominado en este tiempo, es la de aislamiento. Convivimos de manera presencial con unos cuantos, pero nada más. La pantalla ha representado el modo de mantenernos en contacto con amigos y familiares; escuela y trabajo. Hemos ido aprendiendo a sentir de otra forma, a incorporar nuevos modos de percibir la cercanía de nuestros seres queridos a través del espacio virtual.

Dentro de nuestras necesidades fundamentales está el sentido de pertenencia. Lo que en el principio de los tiempos inició como una mera necesidad de subsistencia, hoy en día representa un nicho de desarrollo personal. Las primeras especies vivas, los organismos unicelulares, descubrieron que si se unían mejoraban sus condiciones de vida y formaron colonias. Éstas crecieron progresivamente, de manera que las células periféricas tenían más contacto con el agua que las centrales. Obró la naturaleza para conformar un diseño más funcional, en forma de tubo, constituyendo los primeros seres pluricelulares. El agua pasaba a través de la luz del tubo, en un sentido o en otro, de modo que todas las células resultaban beneficiadas por igual. Más delante el tubo se especializó para desarrollar en un extremo una boca y en el otro una cloaca. A partir de dicho modelo cerrado se generaron especies con una cavidad central que actuaba como aparato digestivo, y un sistema de propulsión de líquidos dentro del espacio cerrado, que fue el predecesor del corazón. Así continuó la organización celular, hasta constituir los invertebrados, que conforme avanzaron desarrollaron un exoesqueleto, esto es, una estructura exterior que los dotaba de protección y de sostén para desplazarse. Más delante surgieron los vertebrados inferiores, que a diferencia de los anteriores incorporaron su sistema de sostén para constituir el endoesqueleto, y finalmente los vertebrados superiores, de los cuales somos –o deberíamos ser—la especie más desarrollada. Paradójicamente, aun cuando nuestro organismo cuenta con los mayores atributos para vivir y reproducirse, no pocas veces actuamos de manera contradictoria, hacia la destrucción de nuestra especie.

Me permití traer todo esto a colación, para hacer hincapié en lo ventajoso que resulta vivir y trabajar en comunidad. Ahora que las condiciones externas no permiten la convivencia presencial como antes, requerimos generar comunidades virtuales que consigan desarrollar y afinar ese valioso sentido de pertenencia.

Llega el período de vacaciones, estamos tentados a actuar como si nos halláramos en un escenario libre de riesgos. Como si voltear para otro lado y no mirar lo que está sucediendo, fuera suficiente para ponernos a salvo, tanta es nuestra exasperación ante las limitaciones sociales que la pandemia impone. El virus llegó para quedarse y para mutar. Su letalidad está regida, en gran medida, por nuestra conducta social: Si nos vacunamos, si utilizamos el cubrebocas en espacios cerrados, si guardamos la sana distancia y ventilamos los recintos, tendremos menos posibilidades de contagiarnos, o en caso de enfermar, no hacerlo en forma grave. De igual manera, evitamos que el virus mute a la velocidad a la que lo viene haciendo. Sin embargo, pareciera que nos convencemos a nosotros mismos de que ya fue mucho encierro, de que después de tantos meses nos merecemos un descanso, y de que, apelando al pensamiento mágico, no nos va a suceder nada.

En estas condiciones emocionales, la creación de comunidades resulta una herramienta muy útil, hasta salvadora, pudiera decirse. Aprender a conocernos y convivir, conforme los gustos y afinidades, con seres humanos de otras latitudes. Generar lazos de amistad que sí pueden llegar a ser auténticos, aun cuando –pudiera darse el caso-- nunca lleguemos a conocernos personalmente. Sentirnos acompañados en esta ruta que forzosamente debemos andar. Enriquecernos con las aportaciones de otros y experimentar la satisfacción de compartir lo propio. Tener la certeza de que hay seres humanos con los que podemos charlar o trabajar, pese a la distancia. Todo ello constituye una forma de evitar sentirnos aislados o fastidiados en nuestro encierro.

Cosas tan simples: Compré una sandía. No cabía en mi refrigerador. Busqué un tutorial para congelar la sandía, algo elemental que no se me habría ocurrido cómo hacer. Congelé los trocitos y resolví el problema. Esa persona que desde el otro lado del mundo me dijo cómo solucionar un problema práctico, fue muy generosa con sus conocimientos. Espero que, ayudando a alguien más, con lo que sé hacer, pueda corresponder el regalo que ella me hizo.

Crear comunidad. Demostrarnos a nosotros mismos que la naturaleza no se equivocó al colocarnos en la cúspide del desarrollo evolutivo.

POESÍA de María del Carmen Maqueo Garza


Leer entre líneas
escuchar silencios, traducir miradas,
dilucidar aquello que se oculta
detrás de los gestos más triviales.
Acoger lo ajeno como propio,
sufrirlo a ratos, gozarlo siempre,
bailar al ritmo de la música,
cantar tu propio canto,
hallar un sentido último a las cosas.
Creer que existe una razón
más allá de ti mismo
para amar la vida de manera plena
con todo tu ser,
sentirte feliz de existir aquí y ahora,
y como suave efluvio imperceptible, 
cuando cae el día, así entregarte.

Tango en las alturas A. D.

Agradezco a Malena tan original sugerencia

Reflexión de una madre por Karla Berenice Torres Tamez





Parque Acacias. Santi de 4 años y un niño con parálisis cerebral en silla de ruedas.
—Mamá, el niño que está ahí, viendo los juegos, ¿no puede caminar?
—No puede, Santi.
—¿Me das permiso de ir a jugar con él?
—¡Sí claro! — confieso que seguí a mi hijo con extrañeza, imaginando a qué podría jugar. Yo estaba incluso nerviosa, porque no sabía de inclusión, (en el discurso sabemos muchas cosas, pero en la práctica todos somos ignorantes). No supe qué hacer y me limité a observar.
—¿Cómo te llamas? — el niño de alguna manera intentó ver a Santi, a pesar de sus movimientos accidentados, hasta que hicieron contacto visual y sonrieron los dos.
—Se llama Ángel Miguel. — respondió la mamá con un brillo en la mirada.
—¿Quieres jugar? ¿A la pelota? No te preocupes yo te enseño, es muy fácil. — frases más, frases menos por estilo, Santi siguió su monólogo, asintiendo como si entendiera los balbuceos y se comunicaran en un lenguaje secreto, el lenguaje de los niños.
Tomó la pequeña pelota que apenas y cabía en su manita, la arrojó sobre las piernas de Ángel quien no podía tomarla. Santi le tomó una mano y le puso la pelotita, ésta resbaló. De inmediato, Santi con sus manos (y seguramente con mucha fuerza) envolvió la mano del niño alrededor de la pelota.
—Ángel, aprieta, fuerte, siente la pelotita. Yo también batallé. — Lo soltó y el niño permaneció con la pelota, volteó a ver a su mamá y luego a Santi. Hasta que la lanzó de vuelta a su nuevo amigo.
Así empezaron a jugar un rato, Santi arrojaba a sus piernas la pelota, el niño lograba tomarla y la lanzaba de nuevo. Todos estaban felices.
La señora miró con un sollozo a Santi, y le dijo;
—Dios te bendiga, has hecho un milagro.— Santi en esa época no sabía de milagros, ni bendiciones y seguramente ni de Dios. Entre la confusión, optó por regarle la pelota, para que siguiera practicando en casa.
—No señora, el milagro se hizo en mí. Mi hijo y Ángel me abrieron los ojos, me quitaron prejuicios. He sido una tonta. —Acaricié la cabecita del niño y le di un beso en la frente.
Gracias Ángel Miguel.




Un experimento muy aleccionador

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

Nuestra querida colaboradora hoy abre su corazón para compartirnos una faceta muy íntima de su vida en familia.   A través de ella nos revela grandes lecciones que podemos aprovechar.

No importa cuan difícil sea por lo que hayamos pasado, el dolor que nos haya causado, la vida seguirá su curso, los días volverán a tener la misma duración, precederán a la noche, que quizá nos parezca interminable, una obscuridad en la que no conseguimos tener reposo, que nos acrecienta la angustia, de la que quisiéramos salir cuanto antes, ansiando el amanecer, para encontrar luz entre las tinieblas que nos nublan la razón.

La vida a nuestro alrededor sigue igual, el ruido de la ciudad es el mismo, la gente sigue teniendo por qué reír, y sin embargo advertimos sonidos que son lamentos, y que nadie más alcanza a percibir. Nuestra sonrisa se ha convertido en una mueca de dolor, nos aislamos para no contagiar tristeza, para que no nos duela la felicidad del otro, porque no sería justo, pero es irremediable, sabernos desposeídos de nuestra paz, nuestra estabilidad, no es fácil de asimilar. Como animal herido nos refugiamos en un rincón a lamer nuestras heridas, a solas, donde no seamos blanco de compasión ni mucho menos de lástima.

Sin embargo, seguimos vivos, y tendremos la oportunidad de sobrellevar la pena, de reinventarnos, de ver más allá de nuestro dolor y asimilar lo sucedido. Esta vida no tiene sello de garantía, y para hacer la felicidad imperecedera, solo queda fortalecer la voluntad, alimentar el alma con amor, con agradecimiento de lo que si tenemos, con la auténtica resignación a aceptar lo que perdemos. Siempre habrá de quien tomar ejemplo, a quien emular en su actitud, quien nos impida caer en ser víctimas permanentes de la desgracia.

A ti, mi querida hermana, mi cariño, admiración, por continuar siendo un ser de luz para los demás, sin permitir que tu alma sea vencida por el infortunio. Eres inspiración y ejemplo. Gracias de todo corazón.


El Cascabel' interpretado por Orquesta Sinfónica de Xalapa y el Mariach...