MODERNAS TELARAÑAS
Dos asuntos me han impactado esta semana: Por un lado, la
parafernalia que se ha venido desplegando en torno al estreno en cine de la
película “Barbie”. En lo particular me
resulta todo un fenómeno mercadológico millonario. Por una parte, debido a las ganancias
obtenidas por la proyección en salas de cine, pero más que nada los artículos
alusivos a la muñeca, cuya versión
original surgió en los años sesenta. El
segundo asunto que me impactó profundamente fue el siguiente: En un chat de
amigas cercanas se publicó una alerta
Amber para la localización de una jovencita de 15 años de una colonia
residencial de Monterrey. A través de
una integrante del grupo, la madre de la
chica solicitaba apoyo. Dicha publicación vino a romper el ambiente simpático
que hemos mantenido en el grupo, que reúne a quienes somos amigas desde hace
muchos años. La situación resultaba disruptiva,
por demás angustiante, imaginando por un momento que igual podría tratarse de
una sobrina o una nieta de cualquiera de nosotras. Algunas horas después llegó un segundo aviso
por la misma vía: La mamá notificaba que la chica había regresado a casa y
aclaraba que su desaparición obedeció a un reto de tiktok que consiste en ocultarse de la familia por espacio de 72
horas en casa de alguna amiga.
A mi cerebro le da por hacer analogías, de modo que no pude más que construir una nueva:
Tenemos todo el aparato mercadotécnico haciendo promoción de la Barbie, un
personaje de ficción del que seguramente habrá mucha tela qué cortar de aquí en
adelante. Para antes de que se estrenara
la cinta ya habían aparecido en distintos puntos de venta camisetas color de
rosa para él y para ella, emulando el estilo de la muñeca. Para el estreno en
salas de cine de la ciudad de México hubo ventas de locura de recipientes para
palomitas de maíz y vasos para soda. Pronto surgió el desabasto, y más delante
se descubrió que obedecía a acaparamiento de productos para ventas en línea,
eso sí, a precios estratosféricos.
Yo recuerdo mi primera (y única) muñeca Barbie, regalo de
mis papás durante una Navidad. Tenía el
cabello rubio y esponjado y un traje de baño rojo. Jamás me compraron vestidos, casas, carros o
ningún otro objeto alusivo a la muñeca, ni pedí para la siguiente Navidad un
Ken. No sé, a estas alturas de mi vida,
si fue así porque no había el “boom” que existe hoy en día para la promoción de
un producto, o porque en mi familia no se tenía la costumbre de dejarse llevar por modas y promociones. Francamente no lo sé, pero no me recuerdo
frustrada porque no me hubieran comprado más productos de esa línea, como fue
el caso de varias de mis amiguitas.
Contrasto aquello con lo que hoy ocurre, cuando acabo de ver
hace un par de días que algún expendio de comida ya está vendiendo “tacos
Barbie” con la tortilla de maíz color de rosa.
Resulta difícil mantenerse al margen de esa corriente arrolladora, y más
aún, liberar a nuestros pequeños de tal influencia masiva. No porque “todo mundo” haga tal o cual cosa,
hay que hacerlo nosotros también.
Ahora, con relación al caso de la jovencita que se
desapareció tres días para cumplir con un reto, vienen varias reflexiones: Qué
fibra tocan esos personajes virtuales que convierten en imperativa una propuesta
absurda y hasta peligrosa. En el caso de
esta niña, quiero suponer, que privó la emoción por encima del sentido
común. Nunca ponderó ella la angustia
que su travesura provocaría a su familia. Por desgracia vivimos tiempos de
inminente violencia, en los que a diario se contabilizan entre 70 y 80
asesinatos dolosos en el país. Lo que
en otras épocas pudo ser tomado con calma, hoy activa –y con razón—todas las
alarmas. Un padre o una madre de familia
de entrada teme un escenario catastrófico, cuando el menor hijo no puede ser
localizado y no hay una explicación lógica para su desaparición.
Buscando información sobre personajes que usan tiktok para
lanzar este tipo de retos, hallo unos conceptos muy iluminadores: En
contraposición a la televisión, a través de la cual el personaje habla al gran
público, acá en redes ese líder me está hablando a mí, en la intimidad de mi
espacio personal, a través de un canal que toca mis emociones y satisface mi
sentido de pertenencia. Me siento
acompañado por sus palabras, y comienza a desarrollarse cierta complicidad entre su persona y la
mía. Ocupa un espacio emocional que yo sentía
vacío antes, y me va envolviendo en sus argumentos, discursos y propuestas,
incluso con riesgo de mi propia vida.
Momento para hacer un alto en el camino y analizar qué grado
de responsabilidad real tenemos cada uno de nosotros frente a estos fenómenos. Descubrir
qué necesidad yace oculta en el interior de nuestros jóvenes y cómo nos
corresponde actuar.