sábado, 16 de junio de 2012

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

SE BUSCA UN PADRE
Nuestro buen Dios no podía estar en todas partes a la vez.  Por ello creó la figura del padre, y puso en su corazón tres elementos: La providencia, la valentía y el sabio amor.
   El varón tuvo entonces qué aprender a alcanzar el equilibrio entre dichos talentos para erigir familias y sociedades prósperas, pero sobre todo encaminadas al bien.
   A lo largo del camino  ha enfrentado grandes obstáculos que ha  aprendido a vencer: Uno de los mayores ocurre en estos tiempos,  se llama dispersión.
   El padre entonces ha de ingeniárselas para mantener próximos a los hijos, pero sin forzarlos.  Habrá de crear un ambiente cálido que invite a la permanencia.
   Además preparará a los suyos para albergar un propósito, una consigna vital que les inyecte entusiasmo y fortaleza a lo largo del camino.
   Los enseñará a no dejarse seducir por cantos que los llaman a despegarse con riesgo de perderse cuando aún son frutos inmaduros.
   A  su figura corresponde proveer lo necesario para el buen desarrollo, sin hacerlo en demasía, de modo que  sofoque las aspiraciones del menor.
   Un padre que satisface todas las necesidades del hijo, más allá de lo que la sensatez dicta, lejos de hacer un favor al vástago, lo condena a la perenne insatisfacción.
   En cambio el que vela por lo necesario sin desbordamientos, se asegura de que el hijo vaya desarrollando sus propias habilidades para abrirse paso en la vida.
   Mal de nuestros tiempos: Sobrevalorar las cosas materiales, querer con ellas acallar la soledad del alma, o cubrir la necesidad de caricias con algo que no nace del corazón.
   A la larga surgen hijos abatidos, con un hueco en el pecho, y con los sentidos vueltos naves que se lanzan a la mar embravecida con riesgo de morir en ella.
   En estos calamitosos tiempos:
   Se busca un padre valiente, cuya hombría no se cimbre cuando carga por primera vez a su hijo recién nacido con manos temblorosas.
   Uno que no se cohíba para besar y abrazar a  sus niños con toda la emoción de que es capaz. Que se interese de manera auténtica por sus cosas  de infancia.
   Se busca un padre tan grande, que  tenga la humildad de reconocer sus propias limitaciones. Conocedor de sí mismo, consciente de que puede equivocarse.
   Uno a quien no le cueste pedir perdón, sabiendo que no se empequeñece con hacerlo.
   Se busca un padre con la mirada tan amplia, que acepte que todos somos distintos.
   Uno que reconozca que para un mismo problema hay más de una solución, de manera que otorgue  a otros  el beneficio de la duda.
   Se busca un padre que  se mantenga en contacto con sus propios sentimientos,  capaz de experimentar la alegría, la risa o el llanto.
   Uno  que se esfuerce en perseguir los principios universales de justicia, dignidad y respeto.
   Un hombre que nos enseñe que lo único prohibido en esta vida es darse por vencido.
   Se busca un padre tan sabio que  sepa hallar a Dios en cada maravilla de la naturaleza. Que  asuma como un milagro tener vida,  que valore cada minuto como lo más precioso.
   Uno de pensamiento tan profundo, que sepa alegrarse con las cosas más simples.
   Y  con tanta fuerza interior, que semeje un impetuoso río que se divide a la vez que  se  multiplica en cauces menores.
   Hoy más que nunca hace falta un padre liberado de las rigideces del poder, quien ejerza  su autoridad como una conducta deseable a imitar.
   Un padre sensible ante los problemas sociales que nos aquejan, que vaya más allá de su entorno inmediato para aportar ese “extra” que el mundo necesita.
   Los males de nuestro mundo provienen del corazón agobiado  de nosotros, sus hijos.    De esos enormes hoyos negros que han ido quedando en nuestro universo emocional, cada vez que  un elemento importante se ausenta.
   Se busca un padre que impulse a los hijos a creer, primero en ellos mismos, y luego en los demás.
   Un hombre con una voluntad tal, que  llame a emprender la ruta empinada  sin dejar caer el entusiasmo.
   Necesitamos la figura del  que enseña,  cual  virtuoso maestro, con el ejemplo más que con la palabra.
   Se busca un padre cuyo actuar sea congruente con lo que predica y exige, con autoridad moral tal, que  nos conmine a ser mejores cada día.
   Un padre con ideales tan poderosos, que sea  capaz de renovar su fe y recargar su entusiasmo cada mañana.
   Necesitamos la figura de un padre que establezca límites para nuestros niños, de manera que ellos  definan su propio derrotero sin amedrentarse.
   Finalmente, se busca un padre valiente que escriba su historia personal en los destinos de sus hijos, y que al morir se funda con el manso polvo del camino. 

COSAS NUESTRAS por Jorge Villegas

Condiciones
Nos ponemos muy requisitosos para ayudar al necesitado.
Espiamos a ver si el cojo camina derecho, si el ciego ve, si el que se dice mudo, habla.
Damos unas monedas y nos sentimos autorizados para dar instrucciones.
Primero cómprese jabón y báñese, le ordenamos al que le urge más una sopa.
¿De verdad no es cuento que tiene usted un hijo en el hospital?
Le ofrecemos asesoría financiera a cambio de las monedas.
Nada más no se lo vaya a gastar en copas, lo sentenciamos con el índice.
¿Qué le recomendamos?   ¿Que invierta en la Bolsa?
jvillega@rocketmail.com

ODA A LA ALEGRÍA DE L.V.Beethoven

La ejecución del cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de L.V. Beethoven, Op 125, basado en un poema de Schiller intitulado "Oda a la Aelgría" se lleva a cabo en Osaka, Japón, cada fin de año, por un coro conformado por diez mil cantantes amateur, esta vez bajo la dirección de Yutaka Sado.
 Esta edición, llevada a cabo en el 2011 fue en memoria de las víctimas del terrible tsunami que afectó profundamente aquel país oriental.

TRIBUTO A LOS PADRES por Rubén Núñez de Cáceres V.

Hoy recuerdo a mi padre Agustín Maqueo Cario (1921-1999)
“Un padre sabio es el que se preocupa, primero que nada, por conocer a su hijo…”
W. Shakespeare.


De alguna manera, los padres no fueron hechos para ser considerados como personas excepcionales.

No hay para ellos alfombras rojas, ni estruendosos reconocimientos, ni luces que hagan resplandecer fielmente el cotidiano entusiasmo con que luchan por ayudar a construir el alma de sus hijos.

No vemos en ellos la cautivadora imagen que tiene las madres arrullando a su hijo, ni manifiestan tan claramente como ellas la ternura con la que  abrazan a quien, sin embargo, es también un pedazo de su corazón.

No lo llevaron en su seno, ni lo dieron a luz con esfuerzo, ni lo alimentaron de sí mismos, lo que pareciera significar que no pueden amar tan profundamente como ellas.

Y acaban entonces por aceptar todo esto con la  resignada y sabia paciencia que da el saber que finalmente, su esposa es en verdad el centro y el corazón de su hogar. Aunque muchas veces extrañen el no poder serlo de alguna manera, ellos también.

Son casi siempre medrosos ante el dolor, frágiles ante la pena del hijo enfermo y muchas veces hoscos frente a la ternura que reciben y que sin duda ellos también tienen para dar, pero que por temor no se atreven a hacerlo.

Se les reclama que  sean simplemente proveedores, pero se les exige que también lo sean; se les pide energía, pero también paciencia; se quiere que sean jueces rigurosos, pero de igual forma benévolos y compasivos y que sepan escuchar siempre, aunque a ellos no se les escuche de la misma forma.

Ellos deben ejercer una autoridad que les haga llevar con fortaleza el timón de su casa, aunque desgraciadamente eso acabe por enmascarar la expresión legítima de su cariño. Viven entonces la paradoja del que ama, pero no debe decirlo para no parecer débil y conformarse entonces con esa migaja de amor que llamamos respeto, que algunas veces, es cierto, les llena, pero no les colma.

Cuando luchan por labrarse un porvenir, corren el riesgo de perderse el presente. Y si deciden vivir el presente, se les reprocha no pensar en el futuro. Si eligen dar, se les reclama por no darse. Si eligen darse, se les reclama por no dar.

Necesitados de comprensión y de cariño nunca lo piden por timidez y por no verse vulnerables. Pero  cuando el momento llega de qué el hijo se vaya de su lado a estudiar o trabajar fuera, o la hija se casa, deben callar hasta casi parecer indiferentes, para no quebrantar esa imagen de dureza que se han ganado, tal vez sin merecerla. Y es muy posible, sin embargo,  que en ambos casos estén muriendo por dentro.

Les exigimos, de una manera casi siempre desaprensiva, que sean ejemplo de virtud y modelo a seguir, paradigma de fortaleza y serenidad, amor y justicia y que su horizonte pueda dimensionar el nuestro, hasta que finalmente encontremos nuestro propio arcoíris. Lo que un día llegará y más pronto de lo que ellos tal vez pensaron o desearon.

Los imaginamos  sabios cuando somos pequeños, los suponemos ignorantes cuando somos adolescentes y acabamos aceptando que son  conocedores cuando somos finalmente maduros y nuestra celeridad para juzgarlos con dureza supera todo cálculo, agobiando sin saber quizá, con nuestros severos juicios, su corazón limitado, contingente e imperfecto.

Si los viéramos por dentro, quizás comprenderíamos más de lo que lo hacemos, los amaríamos más de lo que nos permitimos y los conoceríamos tanto como para entenderlos cabalmente. Y quizás entonces les veríamos como realmente son, seres de carne y hueso, rodeados de debilidad como todos los mortales y muy lejos de la perfección que les exigimos. Y  seríamos conscientes que, a pesar de todo y de muchas formas, su esfuerzo con nosotros tuvo sentido.

Y ahí están,  amorosos en su casi siempre fingida solemnidad y sabios en su silenciosa y meditada cordura, esa que a veces nuestra miopía nos impide ver, y que les lleva a la inevitable incongruencia que hay entre su ser y su querer entre su sentir y su desear, entre su permitir y limitar.

Es cierto, de alguna manera los padres no fueron hechos para ser excepcionales.

Pero a todos los que aún viven y a los que han muerto los bendecimos y los amamos tanto como los añoramos y los reconocemos, porque al ser uno con nuestras madres, nos hicieron conocer la esperanza de que, un día, alguien pudiera entregarnos el sencillo pero sublime tributo de llamarnos padre.

VW LEVITATING CAR

PADRE E HIJO: Anónimo tomado de la red.



Mi hijo nació hace pocos días, llegó a este mundo de una manera normal… Pero yo tenía que viajar, tenía tantos compromisos.    
Mi hijo aprendió a comer cuando menos lo esperaba, comenzó a hablar cuando yo no estaba. Cómo crece mi hijo de rápido. ¡Cómo pasa el tiempo!
A medida que crecía me decía: ¡Papá algún día yo seré como tú!
- ¿Cuándo regresas a casa papá?
- No lo sé, pero cuando regrese jugaremos juntos, ya lo verás.
Cuando mi hijo cumplió diez años  me dijo:
- ¡Gracias por la pelota papá! ¿Quieres jugar conmigo?
- Hoy no hijo, tengo mucho que hacer.
- Está bien papá, otro día será, se fue sonriendo. Siempre en sus labios las palabras “Yo quiero ser como tú”.
Mi hijo regresó de la universidad hecho  todo un hombre. “Hijo estoy orgulloso de ti, siéntate y hablemos un poco”.
- Hoy no papá, tengo compromisos, por favor préstame el carro para visitar algunos amigos.
Ya me jubilé y mi hijo vive en otro lugar; hoy lo llamé:
- ¡Hola hijo quiero verte!
- Me encantaría padre, pero es que no tengo tiempo, tú sabes, mi trabajo, los niños, ¡pero gracias por llamar, fue increíble oír tu voz!
Al colgar el teléfono me di cuenta que mi hijo ERA COMO YO.

IMAGINANTES de José Gordon: El hombre ilustrado, Ray Bradbury

martes, 12 de junio de 2012

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

TIEMPO Y VIDA
 “El tic-tac de los relojes parece un ratón que roe el tiempo”.  Alphonse Allais.
La columna de  hoy está inspirada en un momento muy especial que    he tenido ocasión de vivir, el reencuentro con compañeros de carrera, algunos de los cuales no había visto en treinta y cinco años desde que egresamos de la facultad.
   Un evento planeado de manera cuidadosa por un grupo de compañeros laguneros que le han puesto alma y vida a la organización;  celebración esperada por muchos de nosotros provenientes de distintos lugares con un solo propósito, el de  convivir con  antiguos compañeros.
   Para ahora habrán pasado infinidad de cosas en la vida de cada uno de nosotros.  A partir del momento cuando  abandonamos las aulas de la Facultad de Medicina, unidad Torreón de la U.A.de C., aquella historia que habíamos ido tejiendo juntos se fue desmadejando, para convertirse en novelas personales que después de  mucho tiempo, convergen  en esta ocasión para unos días de afortunada convivencia.
   Quienes permanecieron en la Laguna de alguna manera  se  habrán mantenido en comunicación; quienes emigramos  hemos tenido contacto con  los demás de manera esporádica, por lo que la ocasión de un reencuentro  resulta maravillosa.  Cada uno de nosotros ha llegado con su mochila de viaje cargada de experiencias personales, familiares y profesionales únicas que nos habrán marcado  de muchas maneras.  No obstante  pronto descubrimos que detrás de ese cúmulo de vivencias particulares  sigue estando la figura del compañero de asiento junto al cual vivimos incontables momentos durante cinco años de universidad.
   Para ahora muchos habremos sufrido la pérdida de aquellos padres que nos acompañaron el día de nuestra graduación.  Algunos  habrán padecido una pérdida mucho más profunda y  dolorosa, la de un hijo, ésa que deja padres huérfanos con un dolor clavado en el pecho para siempre.
   Unos cuantos compañeros de generación se nos han adelantado en el camino.  Hoy es momento de rendir un pequeño tributo a su existencia; evocamos su trayectoria como estudiantes y como amigos, y les decimos que nunca hemos de olvidarlos.
   Ésta debe de ser una ocasión para honrar la entrega de nuestros maestros, hombres y mujeres por cuya labor académica nos formamos como profesionistas, pero fundamentalmente es momento de  expresar que fue a través del amor a su quehacer profesional, como nosotros aprendimos a abordar al paciente, no como un número de expediente, no como un frío diagnóstico de cabecera, sino como un ser humano íntegro  quien deposita de manera ciega toda la confianza en su médico.
   Muchos de nuestros catedráticos hoy ya no están físicamente con nosotros.  Para ellos, donde quiera que se encuentren, va el mayor agradecimiento y nuestra diaria recordación de sus enseñanzas. 
   Hoy compartimos este goce del reencuentro con esos maestros que afortunadamente siguen a nuestro lado. Cada vez que nos enfrentamos con la enfermedad, nos asisten perlas de conocimiento que nos los hacen presentes, para que se cumpla aquello de que lo que el corazón siembra jamás perece.
   Esta celebración de “cincuentones” tiene su parte divertida.  Ya no llegamos, como hubiéramos hecho en los primeros años de egresados,  dispuestos a medirnos unos a otros por los logros académicos o materiales que alcanzamos.   Es una reunión plácida y relajada a la cual acudimos con el único deseo de convivir y pasar un buen rato.  Nadie repara en lo que el otro trae puesto, o en su cuenta bancaria… Simplemente nos reunimos a celebrar el hecho de estar con vida, salud suficiente para andar en estos trotes, y entusiasmo para divertirnos como enanos.
   Es tiempo de traer a colación antiguos recuerdos; entre todos reescribir la historia común, aportando cada cual un retazo de la misma.  Es reinventarnos a través del tiempo, pero sobre todo es gozar y divertirnos, sazonando la ocasión con una generosa dosis de buen humor.   Conforme los años se acumulan,   van apareciendo canas, arrugas, flaccidez y enfermedades: Ahora  venimos a descubrir que aquellos elementos con los que solíamos medirnos frente a  otros dejan de tener importancia,  en tanto factores de distinto orden comienzan, graciosamente, a ser más  decisivos con cada año que transcurre. 
      A estas alturas del partido a nadie le interesa saber si llegamos en limusina o en camión de segunda, si vestimos ropa deportiva de almacén,  o prendas elegantes de marca: Los signos de la edad sobre nuestra personal geografía son acogidos con simpatía, o cuando mucho se vuelven motivo de alguna inocentada que más delante recordaremos divertidos.  
   Para quienes llegamos después de haber salido victoriosos tras algún embate de la Parca,  la reunión tiene un significado aún mayor.  En nuestra vida cada minuto es muy especial;  percibimos  cómo el milagro de la vida fluye a través de nuestros tejidos, y nos brinda la ocasión de decir: ¡Salud y buena ventura, compañeros!  

COSAS NUESTRAS por Jorge Villegas

Derechos
¿Se apunta usted por un México de leyes cumplidas y cero impunidad?
A la cárcel los que defraudan al fisco al no dar facturas.
Castigo al que tire basura en los ductos del drenaje pluvial.
Control rígido de la velocidad en las carreteras y en las calles.
Cumplimiento riguroso de las normas fiscales en los cruces fronterizos.
A prisión los que se cuelguen de las redes de servicios.
A la cárcel por conducir ebrios o por sobornar tránsitos.
La reacción es de adivinar: Tampoco hay que exagerar.
jvillega@rocketmail.com

POESÍA DE GUILLERMO FERNÁNDEZ, POETA Y TRADUCTOR

Guillermo Fernández (1932-2012)

Ahora este silencio

I

¿En qué archipiélagos del día
anda la sombra de mi sombra?

¿Quién escribe el adiós,
quién ha partido de una ciudad que no conozco?

¿Quién pesa más en el agua:
tu nombre en el ala de un pájaro
o el pan de la tristeza?

Sucede que mi oído se desliza
por la curva infinita de la ausencia
como un rumor a la medida de tus pasos.

Estoy en el crucero de todos los caminos
plantando signos o árboles extraños,
escuchando el tatuaje del eco
que el viento trae como flor en los labios.

(Ya no sé si se ahoga la tarde o la espera;
si es tu paso el que cruza la llanura
o la sombra de una nube de verano.)


II

Bajo tu planta voy,
bajo tu planta miro un cielo de palomas,
el viaje hacia la fábula
durmiendo en las amarras de los muelles.

Ante mis ojos pasas con un aire de abismos inminentes,
lasca de soledad o herida ciega
de mis manos huyendo cuando el alba.

Se ha quedado una espina en la garganta
y resuena su lampo adormecido
en todo lo que digo o lo que callo.

Se cierran las ventanas de la espiga
que afiló su milagro de verdor ebrio,
en el itinerario del viento y sus naufragios.


III


Ahora este silencio; su esbeltez
de palomar en los desiertos del agua.

Se queda la hora hablando a solas.
La amplitud de la tarde gira y se ahonda
en coágulos de palidez inconstante.

Sólo tú estás aquí,
pisándole la sombra a mi tristeza;
presente en la afilada veladura
que media entre mis ojos y las cosas.

Y mi verdad se mueve a ciegas…
Perro sin dueño,
anda y desanda la llanura
en busca de otro cielo claro y justo.

La tarde resucita
un viaje de agua oscuro entre la hierba,
peso de palomas en el pecho,
tus ojos derramados en horizontes diminutos
y el equilibrio exacto de tu sangre
como una flor inclinada hacia el olvido.

IMAGEN PRIMERA DE SHIBUYA por Alberto Ruy Sánchez


Me gusta en Tokio la zona de Shibuya porque es una mezcla enorme de superficies urbanas contiguas o sobrepuestas que se recorren en unos pasos. Es decir, un mundo concéntrico de sensaciones y sabores, de placeres y sorpresas, que la hacen única. Muchas veces Magui y yo hemos tomado estas calles como punto de partida para gozar Tokio.
Amanecer en el barrio de Shibuya es como despertar dentro de un sueño. Su extrañeza es fascinante porque parece no existir y de pronto se impone en los detalles, aquí y allá, haciendo pensar que este sueño sigue su lógica propia: algo de sorpresa mezclado con algo de placer a la deriva. Sobre todo si uno acaba de llegar de un largo y tortuoso viaje desde México, casi sin dormir, encerrados en el avión que pondrá más de 17 horas entre mi casa y mis pasos en el aeropuerto de Narita. Y si uno sale a caminar al amanecer para estirar las piernas e ir dejando en las calles frescas el maltrato del cuerpo que cada vez con más saña nos imponen las líneas aéreas.
La imagen más conocida de Shibuya es la de esa ciudad del futuro que como en la película Blade Runner, todos los muros en vez de ventanas tienen pantallas que proyectan publicidad. Aquí de pronto conté doce muros, cada uno tratando de ser más grande que el otro. Las pantallas de los antiguos autocinemas se quedan chicas, por supuesto. En cada una se proyectan mini películas que tratan de robar la atención con más ruido, más música, más acción, más volumen en todos los sentidos. Mañana, tarde y noche. Se concentran en un famoso cruce diagonal de peatones asombrosamente multitudiniario. Desde fuera, antes del verde, parece que se fueran a enfrentar dos ejércitos de samurais. Crece la tensión, se encuentran a media calle y se mezclan sin tocarse. La tensión de oleaje se diluye para volver a comenzar en cualquier rato. Pocos saben que a escasa media calle de ese fenómeno de extrema modernidad, que por supuesto envejece aceleradamente, uno pasa por debajo de un puente del tren y se encuentra en una calle poblada por una sucesión de cantinas donde caben máximo seis personas en cada una. Y el tren pasa al lado agitando las tiras de tela de las puertas. Estamos en los años veintes o treintas, como en una película de Ozu donde nada sucede sino el paso del tiempo y el viento. En Shibuya esas dos realidades, estos dos tiempos alejados uno del otro casi un siglo, conviven como todo en Tokio, formando pieles de cebolla que es un placer penetrar.
Todo esto alrededor de la estación de trenes y metros y centros comerciales donde hace poco se reunían los jóvenes medio contestarios, impulsores de culturas paralelas. De aquí surgieron modas de ropa y de música pop implantadas en Asia. Queda una enorme cantidad de tiendas para ellos. Pero todo se ha vuelto como todo lo nuevo, algo viejo. Quedan islas extrañas: una colina con la mayor concentración de hoteles de paso, varias estaciones de radio y televisión con programas abiertos al público y que vemos los pasantes por las ventanas, restaurantes soberbios, como uno especializado en anguilas y otro, muy criticado, que sólo vende ballena preparada de doce formas tradicionales distintas. También hay ahora grandes tiendas de departamentos y cada vez más boutiques globales. Y este fabuloso museo del Tabaco y de la Sal donde Artes de México presentó hace unos años una exposición sobre el tequila y su cultura. Porque Japón y Francia son los únicos países donde no tienes que explicar que una bebida así es un fenómeno cultural.
Shibuya es un barrio bastante céntrico de Tokio que hace algún tiempo fue un pueblo en la periferia con una estación de tren campirana. Un profesor salía todas las mañanas desde ahí hasta su trabajo y su perro lo acompañaba a la estación e iba a buscarlo a su regreso. Un día le dio un ataque al corazon y nunca regresó. Pero su perro, Hachiko, no dejó de ir todos los días a la llegada del tren convirtiéndose en símbolo de fidelidad y en emblema del barrio. El autobús comunitario se llama "el Hachiko" y, saliendo de la estación, una escultura de bronce del perro esperando es el punto público de encuentro. Los sábados y domingos, al amanecer, es fácil encontrar en los giros de los callejones curvos a grupos de jóvenes que no alcanzaron a tomar el último tren hacia los suburbios. Se quedan en grupos de cuatro, cinco, seis o más. Vestidos todavía de fiesta gótica o de personajes de manga, o de rockeros salidos de una máquina del tiempo, dormidos en la calle plácidamente.
Amanecer en Shibuya me recuerda siempre lo inesperado que puede encerrar lo evidente, la alegría de los sabores desconocidos, la belleza del espíritu de un lugar que con paciencia florece en nosotros tenazmente.

BELLO EJEMPLO DE FIDELIDAD EN LA NATURALEZA


Zagreb.-El tierno amor entre dos cigüeñas tiene en vilo a Croacia...

La hembra "Malena" fue herida de un balazo hace unos años. El macho "Rodan" cruza todos los años medio planeta para visitarla.


Una amada herida por los disparos de un malvado. Un galán tan enamorado que cruza medio planeta para verla cada año pese a las dificultades. Esto que parece el argumento de una película es un compendio del amor "animal" de dos cigüeñas que ha cautivado a Croacia.

Cada primavera el país se emociona a la espera de que el macho "Rodan" regrese de África al país balcánico para reunirse con "Malena", que no puede volar desde que un balazo le destrozó un ala hace 18 años.

La pareja de aves ofrece este año un espectáculo de alegría, ya que en su nido hay cuatro polluelos recién nacidos, mientras que dos más están por salir de los huevos, informó hoy la prensa local.

Desde 1993 no puede volar. Malena fue hallada herida en 1993 en el campo cerca de Slavonski Brod, una ciudad a unos 200 kilómetros al este de Zagreb, con el ala destrozada por los balazos de un cazador italiano.

Stipe Vokic, portero de una cercana escuela primaria, la cuidó, logró curarla y le hizo un nido en el tejado del colegio.

Hace nueve años, Rodan se "enamoró" de Malena, que no puede acompañarle en otoño en su largo vuelo migratorio a África.

Durante el invierno, Vokic cuida y alimenta a Malena, pero cada primavera cuando regresa Rodan, éste se ocupa de ella, le lleva comida fresca, repara el nido y alimenta a los polluelos.

"Es una relación tan tierna que se podría hacer una película de amor sobre ellos", aseguró Vokic al rotativo croata "Vecernji list".

En el mes de julio Rodan enseñará a los seis polluelos a volar, y a mediados de agosto emprenderán juntos el vuelo a África.

"Cada año se me parte el corazón cuando llega la hora de que se vayan. Rodan llama a Malena para que se vaya con él, pero ella no puede. Han criado juntos hasta ahora a 35 cigüeñas", asegura Vokic.

Esta primavera la prensa croata publicó la triste noticia de que Rodan no había vuelto y seguramente le había pasado algo en África, pero para alegría de todos al final volvió a aparecer, aunque más agotado que nunca--

Las cigüeñas que anidan en Croacia hacen cada año un largo camino de 13.000 kilómetros por el valle del Nilo hasta Sudáfrica, viaje en el que tienen que afrontar muchos peligros y penurias.

Multicitada en la red.  Encontré como liga original 



VIDEO: Tránsito de Venus frente al Sol

SHAKIRA EN OXFORD