sábado, 16 de junio de 2012

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

SE BUSCA UN PADRE
Nuestro buen Dios no podía estar en todas partes a la vez.  Por ello creó la figura del padre, y puso en su corazón tres elementos: La providencia, la valentía y el sabio amor.
   El varón tuvo entonces qué aprender a alcanzar el equilibrio entre dichos talentos para erigir familias y sociedades prósperas, pero sobre todo encaminadas al bien.
   A lo largo del camino  ha enfrentado grandes obstáculos que ha  aprendido a vencer: Uno de los mayores ocurre en estos tiempos,  se llama dispersión.
   El padre entonces ha de ingeniárselas para mantener próximos a los hijos, pero sin forzarlos.  Habrá de crear un ambiente cálido que invite a la permanencia.
   Además preparará a los suyos para albergar un propósito, una consigna vital que les inyecte entusiasmo y fortaleza a lo largo del camino.
   Los enseñará a no dejarse seducir por cantos que los llaman a despegarse con riesgo de perderse cuando aún son frutos inmaduros.
   A  su figura corresponde proveer lo necesario para el buen desarrollo, sin hacerlo en demasía, de modo que  sofoque las aspiraciones del menor.
   Un padre que satisface todas las necesidades del hijo, más allá de lo que la sensatez dicta, lejos de hacer un favor al vástago, lo condena a la perenne insatisfacción.
   En cambio el que vela por lo necesario sin desbordamientos, se asegura de que el hijo vaya desarrollando sus propias habilidades para abrirse paso en la vida.
   Mal de nuestros tiempos: Sobrevalorar las cosas materiales, querer con ellas acallar la soledad del alma, o cubrir la necesidad de caricias con algo que no nace del corazón.
   A la larga surgen hijos abatidos, con un hueco en el pecho, y con los sentidos vueltos naves que se lanzan a la mar embravecida con riesgo de morir en ella.
   En estos calamitosos tiempos:
   Se busca un padre valiente, cuya hombría no se cimbre cuando carga por primera vez a su hijo recién nacido con manos temblorosas.
   Uno que no se cohíba para besar y abrazar a  sus niños con toda la emoción de que es capaz. Que se interese de manera auténtica por sus cosas  de infancia.
   Se busca un padre tan grande, que  tenga la humildad de reconocer sus propias limitaciones. Conocedor de sí mismo, consciente de que puede equivocarse.
   Uno a quien no le cueste pedir perdón, sabiendo que no se empequeñece con hacerlo.
   Se busca un padre con la mirada tan amplia, que acepte que todos somos distintos.
   Uno que reconozca que para un mismo problema hay más de una solución, de manera que otorgue  a otros  el beneficio de la duda.
   Se busca un padre que  se mantenga en contacto con sus propios sentimientos,  capaz de experimentar la alegría, la risa o el llanto.
   Uno  que se esfuerce en perseguir los principios universales de justicia, dignidad y respeto.
   Un hombre que nos enseñe que lo único prohibido en esta vida es darse por vencido.
   Se busca un padre tan sabio que  sepa hallar a Dios en cada maravilla de la naturaleza. Que  asuma como un milagro tener vida,  que valore cada minuto como lo más precioso.
   Uno de pensamiento tan profundo, que sepa alegrarse con las cosas más simples.
   Y  con tanta fuerza interior, que semeje un impetuoso río que se divide a la vez que  se  multiplica en cauces menores.
   Hoy más que nunca hace falta un padre liberado de las rigideces del poder, quien ejerza  su autoridad como una conducta deseable a imitar.
   Un padre sensible ante los problemas sociales que nos aquejan, que vaya más allá de su entorno inmediato para aportar ese “extra” que el mundo necesita.
   Los males de nuestro mundo provienen del corazón agobiado  de nosotros, sus hijos.    De esos enormes hoyos negros que han ido quedando en nuestro universo emocional, cada vez que  un elemento importante se ausenta.
   Se busca un padre que impulse a los hijos a creer, primero en ellos mismos, y luego en los demás.
   Un hombre con una voluntad tal, que  llame a emprender la ruta empinada  sin dejar caer el entusiasmo.
   Necesitamos la figura del  que enseña,  cual  virtuoso maestro, con el ejemplo más que con la palabra.
   Se busca un padre cuyo actuar sea congruente con lo que predica y exige, con autoridad moral tal, que  nos conmine a ser mejores cada día.
   Un padre con ideales tan poderosos, que sea  capaz de renovar su fe y recargar su entusiasmo cada mañana.
   Necesitamos la figura de un padre que establezca límites para nuestros niños, de manera que ellos  definan su propio derrotero sin amedrentarse.
   Finalmente, se busca un padre valiente que escriba su historia personal en los destinos de sus hijos, y que al morir se funda con el manso polvo del camino. 

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