TIEMPO Y VIDA
“El tic-tac de los relojes parece un ratón que roe el tiempo”. Alphonse Allais.
La columna de hoy está inspirada en un momento muy especial que he tenido ocasión de vivir, el reencuentro con compañeros de carrera, algunos de los cuales no había visto en treinta y cinco años desde que egresamos de la facultad.
Un evento planeado de manera cuidadosa por un grupo de compañeros laguneros que le han puesto alma y vida a la organización; celebración esperada por muchos de nosotros provenientes de distintos lugares con un solo propósito, el de convivir con antiguos compañeros.
Para ahora habrán pasado infinidad de cosas en la vida de cada uno de nosotros. A partir del momento cuando abandonamos las aulas de la Facultad de Medicina, unidad Torreón de la U.A.de C., aquella historia que habíamos ido tejiendo juntos se fue desmadejando, para convertirse en novelas personales que después de mucho tiempo, convergen en esta ocasión para unos días de afortunada convivencia.
Quienes permanecieron en la Laguna de alguna manera se habrán mantenido en comunicación; quienes emigramos hemos tenido contacto con los demás de manera esporádica, por lo que la ocasión de un reencuentro resulta maravillosa. Cada uno de nosotros ha llegado con su mochila de viaje cargada de experiencias personales, familiares y profesionales únicas que nos habrán marcado de muchas maneras. No obstante pronto descubrimos que detrás de ese cúmulo de vivencias particulares sigue estando la figura del compañero de asiento junto al cual vivimos incontables momentos durante cinco años de universidad.
Para ahora muchos habremos sufrido la pérdida de aquellos padres que nos acompañaron el día de nuestra graduación. Algunos habrán padecido una pérdida mucho más profunda y dolorosa, la de un hijo, ésa que deja padres huérfanos con un dolor clavado en el pecho para siempre.
Unos cuantos compañeros de generación se nos han adelantado en el camino. Hoy es momento de rendir un pequeño tributo a su existencia; evocamos su trayectoria como estudiantes y como amigos, y les decimos que nunca hemos de olvidarlos.
Ésta debe de ser una ocasión para honrar la entrega de nuestros maestros, hombres y mujeres por cuya labor académica nos formamos como profesionistas, pero fundamentalmente es momento de expresar que fue a través del amor a su quehacer profesional, como nosotros aprendimos a abordar al paciente, no como un número de expediente, no como un frío diagnóstico de cabecera, sino como un ser humano íntegro quien deposita de manera ciega toda la confianza en su médico.
Muchos de nuestros catedráticos hoy ya no están físicamente con nosotros. Para ellos, donde quiera que se encuentren, va el mayor agradecimiento y nuestra diaria recordación de sus enseñanzas.
Hoy compartimos este goce del reencuentro con esos maestros que afortunadamente siguen a nuestro lado. Cada vez que nos enfrentamos con la enfermedad, nos asisten perlas de conocimiento que nos los hacen presentes, para que se cumpla aquello de que lo que el corazón siembra jamás perece.
Esta celebración de “cincuentones” tiene su parte divertida. Ya no llegamos, como hubiéramos hecho en los primeros años de egresados, dispuestos a medirnos unos a otros por los logros académicos o materiales que alcanzamos. Es una reunión plácida y relajada a la cual acudimos con el único deseo de convivir y pasar un buen rato. Nadie repara en lo que el otro trae puesto, o en su cuenta bancaria… Simplemente nos reunimos a celebrar el hecho de estar con vida, salud suficiente para andar en estos trotes, y entusiasmo para divertirnos como enanos.
Es tiempo de traer a colación antiguos recuerdos; entre todos reescribir la historia común, aportando cada cual un retazo de la misma. Es reinventarnos a través del tiempo, pero sobre todo es gozar y divertirnos, sazonando la ocasión con una generosa dosis de buen humor. Conforme los años se acumulan, van apareciendo canas, arrugas, flaccidez y enfermedades: Ahora venimos a descubrir que aquellos elementos con los que solíamos medirnos frente a otros dejan de tener importancia, en tanto factores de distinto orden comienzan, graciosamente, a ser más decisivos con cada año que transcurre.
A estas alturas del partido a nadie le interesa saber si llegamos en limusina o en camión de segunda, si vestimos ropa deportiva de almacén, o prendas elegantes de marca: Los signos de la edad sobre nuestra personal geografía son acogidos con simpatía, o cuando mucho se vuelven motivo de alguna inocentada que más delante recordaremos divertidos.
Para quienes llegamos después de haber salido victoriosos tras algún embate de la Parca, la reunión tiene un significado aún mayor. En nuestra vida cada minuto es muy especial; percibimos cómo el milagro de la vida fluye a través de nuestros tejidos, y nos brinda la ocasión de decir: ¡Salud y buena ventura, compañeros!
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