UNA VIDA CON
SENTIDO
José Luis Santiago Garduño es un joven estudiante de
Medicina de la UNAM, quien además se desempeña como paramédico voluntario. Por
su labor altruista se hizo acreedor a un premio económico de una institución
bancaria. José Luis decidió donar a su
alma mater el monto de lo obtenido.
Es uno de esos relatos que surgen de cuando en cuando, para
refrescarnos la esperanza. Ahora
recuerdo a mi querido y joven amigo Eric Valdés, destacado pianista saltillense,
a quien conocí por primera vez hace algunos años, a través de una nota
periodística que daba cuenta de un acto similar: Fue galardonado con un premio
económico, mismo que utilizó para adquirir un piano que donó a un orfanatorio, luego
de lo cual pudo ofrecer clases gratuitas a los niños internos.
Nos ha tocado vivir en un mundo a tal grado saturado de
violencia, que fácilmente nos descorazonamos. Hay hechos delictivos en los
sitios públicos, en la televisión, en las redes sociales. Las acciones perversas parecen imponerse
sobre las nobles, tanto que a ratos se nos desinfla el espíritu. Entonces llegan estos jóvenes cargados de
bondad, a inyectar entusiasmo a nuestras vidas, para de este modo, avanzar por
otro buen tramo del camino.
Es muy fácil aseverar que las causas de tantas conductas
antisociales radican fuera de nuestra propia persona: Atribuimos a los sistemas
de gobierno; a las instituciones educativas, o a los medios de comunicación, lo
que en principio es nuestra responsabilidad como formadores. No podemos salir a señalar con índice de
fuego, sin antes haber limpiado hasta la última brizna de polvo dentro de
nuestros propios hogares.
Hace unos cuantos días una falla en un tomacorriente dejó mi
casa sin energía eléctrica. Durante unas 8 horas no pude hacer uso de
dispositivo eléctrico alguno. En esas circunstancias entendí cuánto dependemos
de la corriente eléctrica para nuestro día a día. Una cosa sería programar una salida de
domingo al campo, mentalizados en el disfrute de la naturaleza lejos de las
comodidades modernas. Otra muy distinta es que, tras un tronido espeluznante de
un aparato, nos percatemos de que no hay corriente eléctrica para llevar a cabo
las funciones que diariamente se emprenden “en automático”. Preparar un café,
contrarrestar el calor o llamar por teléfono fijo, se convirtieron en metas
imposibles de alcanzar durante ese período de tiempo. En lo personal fueron unas horas útiles para
la reflexión acerca de qué somos, por qué medios reforzamos nuestra identidad
personal, y, sobre todo, qué sentido buscamos dar a esa búsqueda de lo propio.
A ratos se confrontan el ideal de nación –de José Luis y de
mi amigo Eric—frente al México inclemente, que incita a sacar ventaja de cuanto
sea posible, sin importar qué tanto salgan afectados otros mexicanos. Es el México que llama a hacer trampa, a
utilizar la sagacidad para beneficio propio.
El que nos encamina a pensar en nosotros mismos, por encima de todo lo
demás. Es el México que ha llevado a
muchos personajes a perder piso y proporciones, para enriquecerse vorazmente
hasta la cuarta generación, sin tocarse el corazón por un solo momento.
Gracias al cielo existen los prodigiosos testimonios de José
Luis y de Eric, y de tantos otros mexicanos, que invitan a actuar bien nada más
porque sí, porque nuestra nación se lo merece.
Espíritus libres que llaman a que cada uno de nosotros ponga un esfuerzo
adicional en lo que hace, sin esperar reconocimiento ni gratificación. Es el ejemplo de estos corazones generosos,
la mejor lección sobre nacionalismo que podemos recibir, quienes a ratos nos
desanimamos.
Lipovetsky en su libro intitulado “De la ligereza” habla de
lo que él define como “recursos de la seducción”. Así busca explicar fenómenos
como la necesidad casi compulsiva de subir a la red imágenes de cada uno de
nuestros actos, por cotidianos que sean, haciendo de la ligereza un imaginario
social que debería definirnos, pero a fin de cuentas termina por difuminarnos.
Está cada uno de nosotros frente al mundo, preguntándose cuál
es la razón de estar con vida, y qué hacer para trascender. Se busca dar a la existencia un sentido que
nos supere a nosotros mismos como seres individuales. Una vez instalada la pregunta en la cabeza,
corresponde establecer un proyecto de vida personal único, encaminado a lograr
que el mundo sea mejor por aquello que hacemos. Tenemos entonces a los jóvenes de corazón
generoso, en quienes la dádiva se hace de manera espontánea, como una muestra
de gratitud a la vida. Y estamos todos
los demás, con nuestro bloc de matemáticas en las manos, haciendo balance de cada
uno de nuestros actos. Entre unos y
otros se halla el corazón, espacio maravilloso donde Dios ha decidido poner su
morada temporal en este mundo.