domingo, 30 de junio de 2019

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


UNA VIDA CON SENTIDO
José Luis Santiago Garduño es un joven estudiante de Medicina de la UNAM, quien además se desempeña como paramédico voluntario. Por su labor altruista se hizo acreedor a un premio económico de una institución bancaria.  José Luis decidió donar a su alma mater el monto de lo obtenido.
          Es uno de esos relatos que surgen de cuando en cuando, para refrescarnos la esperanza.  Ahora recuerdo a mi querido y joven amigo Eric Valdés, destacado pianista saltillense, a quien conocí por primera vez hace algunos años, a través de una nota periodística que daba cuenta de un acto similar: Fue galardonado con un premio económico, mismo que utilizó para adquirir un piano que donó a un orfanatorio, luego de lo cual pudo ofrecer clases gratuitas a los niños internos.
          Nos ha tocado vivir en un mundo a tal grado saturado de violencia, que fácilmente nos descorazonamos. Hay hechos delictivos en los sitios públicos, en la televisión, en las redes sociales.  Las acciones perversas parecen imponerse sobre las nobles, tanto que a ratos se nos desinfla el espíritu.   Entonces llegan estos jóvenes cargados de bondad, a inyectar entusiasmo a nuestras vidas, para de este modo, avanzar por otro buen tramo del camino.
          Es muy fácil aseverar que las causas de tantas conductas antisociales radican fuera de nuestra propia persona: Atribuimos a los sistemas de gobierno; a las instituciones educativas, o a los medios de comunicación, lo que en principio es nuestra responsabilidad como formadores.  No podemos salir a señalar con índice de fuego, sin antes haber limpiado hasta la última brizna de polvo dentro de nuestros propios hogares.
          Hace unos cuantos días una falla en un tomacorriente dejó mi casa sin energía eléctrica. Durante unas 8 horas no pude hacer uso de dispositivo eléctrico alguno. En esas circunstancias entendí cuánto dependemos de la corriente eléctrica para nuestro día a día.  Una cosa sería programar una salida de domingo al campo, mentalizados en el disfrute de la naturaleza lejos de las comodidades modernas. Otra muy distinta es que, tras un tronido espeluznante de un aparato, nos percatemos de que no hay corriente eléctrica para llevar a cabo las funciones que diariamente se emprenden “en automático”. Preparar un café, contrarrestar el calor o llamar por teléfono fijo, se convirtieron en metas imposibles de alcanzar durante ese período de tiempo.  En lo personal fueron unas horas útiles para la reflexión acerca de qué somos, por qué medios reforzamos nuestra identidad personal, y, sobre todo, qué sentido buscamos dar a esa búsqueda de lo propio.
         A ratos se confrontan el ideal de nación –de José Luis y de mi amigo Eric—frente al México inclemente, que incita a sacar ventaja de cuanto sea posible, sin importar qué tanto salgan afectados otros mexicanos.  Es el México que llama a hacer trampa, a utilizar la sagacidad para beneficio propio.  El que nos encamina a pensar en nosotros mismos, por encima de todo lo demás.  Es el México que ha llevado a muchos personajes a perder piso y proporciones, para enriquecerse vorazmente hasta la cuarta generación, sin tocarse el corazón por un solo momento.
          Gracias al cielo existen los prodigiosos testimonios de José Luis y de Eric, y de tantos otros mexicanos, que invitan a actuar bien nada más porque sí, porque nuestra nación se lo merece.  Espíritus libres que llaman a que cada uno de nosotros ponga un esfuerzo adicional en lo que hace, sin esperar reconocimiento ni gratificación.  Es el ejemplo de estos corazones generosos, la mejor lección sobre nacionalismo que podemos recibir, quienes a ratos nos desanimamos.
          Lipovetsky en su libro intitulado “De la ligereza” habla de lo que él define como “recursos de la seducción”. Así busca explicar fenómenos como la necesidad casi compulsiva de subir a la red imágenes de cada uno de nuestros actos, por cotidianos que sean, haciendo de la ligereza un imaginario social que debería definirnos, pero a fin de cuentas termina por difuminarnos.
          Está cada uno de nosotros frente al mundo, preguntándose cuál es la razón de estar con vida, y qué hacer para trascender.  Se busca dar a la existencia un sentido que nos supere a nosotros mismos como seres individuales.  Una vez instalada la pregunta en la cabeza, corresponde establecer un proyecto de vida personal único, encaminado a lograr que el mundo sea mejor por aquello que hacemos.   Tenemos entonces a los jóvenes de corazón generoso, en quienes la dádiva se hace de manera espontánea, como una muestra de gratitud a la vida.   Y estamos todos los demás, con nuestro bloc de matemáticas en las manos, haciendo balance de cada uno de nuestros actos.   Entre unos y otros se halla el corazón, espacio maravilloso donde Dios ha decidido poner su morada temporal en este mundo.

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