sábado, 18 de septiembre de 2010

En memoria de mi madre hermosa


  María del Carmen Garza de Maqueo
Agosto 11, 1925-Septiembre 11, 2010
Gracias, Señor, por habernos prestado
una madre que nos enseñó, ante todo,
a creer en ti, a descubrirte
en las cosas pequeñas de cada día.
Una madre que supo mostrarnos
la esencia profunda y última
de las cosas,
Una madre que supo estar allí
con todo su amor
en el momento preciso.
Nuestra fe nos brinda la certeza
de saber que hoy está contigo…
¡Gracias por su vida maravillosa!
¡Gracias por la paz en su rostro
al emprender el camino
de regreso a tu santa morada!

                                                   Piedras Negras, Coah. Septiembre 2010


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 


 

CONTRALUZ Septiembre 19, 2010


UNA VIDA: UN EJEMPLO
María del Carmen Maqueo Garza
En ocasiones como ésta todo lo que está más allá del entorno personal deja de tener importancia, y uno se recoge a sus propias reflexiones íntimas antes de retomar el camino. Hace una semana partió mi madre luego de un prolongado desgaste físico que de alguna manera le permitió, por otra parte cerrar círculos, preparar sus implementos de viaje, y finalmente partir ligera y hermosa, sin cuentas pendientes con la vida. A todos quienes tuvimos la oportunidad de observarla al final de su estancia terrenal, nos sorprendió el gesto de profunda paz que reflejaba su rostro; en mi interior pensé que para ese momento cuando nosotros comenzamos a llorarla, ella había llegado ya a la morada del Padre.
De alguna manera la tristeza queda replegada mientras las dulces memorias comienzan a danzar frente a los ojos; vienen como destellos los primeros recuerdos al lado de mi madre. Su actitud empática frente a mis inquietudes de niña muy pequeña, y su decidido apoyo para mis primeras iniciativas de amor por la palabra escrita. A su lado aprendí tempranamente a leer, y ella fue mi primera guía en el oficio de escribir: algunas tardes nos instalábamos en la mesa del comedor, cada cual con su propio cuaderno, a escribir historias que luego nos leeríamos una a la otra. O bien nos pondríamos a improvisar algún sketch teatral, u hojearíamos antiguas revistas con grabados de Posadas, y hermosos anuncios de principios del siglo veinte. Del mismo modo los sábados nos apostábamos frente a la voluminosa radio de bulbos a sintonizar estaciones en distintos idiomas que llegaban sin mayor complicación desde Japón o Alemania hasta nuestro afortunado espacio familiar, en una segunda planta, justo frente a la Catedral de El Carmen, en mi natal Torreón.
No puedo esta vez interesarme por los festejos del Bicentenario; ni analizar si la delincuencia organizada concedió una tregua por las fiestas patrias… El estado de la macroeconomía me da lo mismo, y los discursos de las figuras políticas resuenan como ecos ociosos. Son temas que escapan por completo a mi radio de atención ahora.
Para fortuna nuestra la mayoría hemos contado con la presencia amorosa de una madre durante los primeros años. Para la mayoría ha sido la madre biológica, y en algunos otros casos la figura sustituta que cumple con tanto o más amor que la carnal, las funciones de madre. Probablemente damos por hecho que ella va a estar allí a nuestro lado por siempre, justo como el sol o la luna; sin embargo llega la partida de su ser físico, generalmente antes que los hijos, y nos queda en el alma un gran hueco que no hallamos cómo llenar.
Mi madre fue una mujer generosa en todos los sentidos, leal amiga que no pocas veces perdonó algún gesto de insensibilidad en correspondencia a sus buenas intenciones. Fue maestra nata de nuevas generaciones de pintores, entre ellos el ahora afamado Sebastián en su natal Camargo, el cual para desencanto mío no incluyó el nombre de mi madre en su autobiografía al relatar sus comienzos en las artes plásticas. Pronto olvidó el señor las sesiones gratuitas tarde con tarde en el estudio de mi madre, quien amorosa dirigió los primeros bocetos que lo llevaron más delante al clímax de la fama internacional. Cuando hojeé la obra escrita de Sebastián y me percaté de lo que para mí fue una dolorosa omisión, me cuidé de que mi madre no se enterara de este hecho ingrato. Aunque conociéndola, me parece que finalmente ella sólo hubiera esbozado una sonrisa diciendo "hijita, eso no importa"…
Cristiana más papista que el papa, en no pocas ocasiones me metió en conflictos morales al hacerme considerar que alguna de mis locas iniciativas de desarrollo personal era incompatible con los principios religiosos que me había inculcado. Finalmente me parece que logró asimilar el hecho de que entre una y otra generación hay un espacio que ni la mejor de las voluntades alcanza a zanjar. Claro que a lo largo de mi vida adulta siempre me he hecho la pregunta antes de emprender algo nuevo: ¿Qué me aconsejaría mi madre? Y aún cuando no necesariamente actúe en apego a lo que ella pudiera opinar, sí me ha servido como guía.
En fin, ahora la veo partir, me gozo de saber que terminó todo lo que debía terminar en esta vida. Su rostro refleja paz, y su profunda fe en Dios me deja la tranquilidad de saber que ahora goza de las primicias de aquello prometido por el Padre. Me quedo con una enorme estafeta, la de vivir de manera entusiasta, amorosa y buena, como ella me enseñó con su pródigo ejemplo de cada día.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

CONTRALUZ Septiembre 12, 2010

LA IMAGEN Y OTROS DEMONIOS

María del Carmen Maqueo Garza

Curioso, conforme avanzamos en edad, las memorias que por lógica van quedando cada vez más lejanas se vuelvan una suerte de espacios mágicos a donde recurrir por placer. Evoco mi primer contacto con la televisión; en casa de mis papás no había, por lo que mi madre me llevaba a casa de una tía materna los sábados por la tarde a ver dibujos animados. Recuerdo cómo me imantaba aquel diagrama de cuatro conos de puntas convergentes, acompañada de un zumbido que presagiaba el arranque de la señal a las cinco de la tarde. ¡Qué maravilla de percepción infantil, aquellos sesenta minutos eran mi cuota de "tele" para toda la semana! A las seis se apagaba, y volvería a encenderse para mi pequeña persona siete días después.

Traigo esto a colación por varias razones, ¡vaya! creo que entre más años cumplo más me doy cita por mero gusto con aquellos tiempos de imágenes "en blanco y negro". Agudo contraste con el estado que guarda el televisor en tiempos actuales, en primer término el aparato suele presidir gran parte de la vida familiar de sol a sol; nos acompaña en una, dos o tres de las comidas familiares; establece "la verdad" de las cosas; define gustos y norma criterios; rige en la mente y el corazón de los mexicanos. La presencia de programas que nada aportan al cerebro se dispara en los últimos tiempos con casos como "Cien mexicanos dijieron" (sic) cuyo título barbárico se incorpora a la cultura popular. ¡Vaya! y qué decir de los errores de dicción de boca de funcionarios de todos los niveles, que quedan evidenciados a través de las transmisiones televisivas. Nos alarma la violencia, pero guardamos tributo a programas que constituyen una apología de la misma, dotando además al asesinato de plena justificación de acuerdo a los guiones televisivos.

En lo particular, digamos estar transmitiendo la imagen de Felipe Calderón día con día sin falta, en absolutamente todos los canales de cobertura nacional, a toda hora, me parece fuera de lugar, y ni qué decir de lo que se gasta en lo que es, como el pan del padrenuestro, el montaje televisivo de cada día.

En fin, lo más grave de este tributo a la imagen no es nada más el estarnos recetando funcionarios públicos las veinticuatro horas del día. Constituye un grave riesgo para la salud, y un dañino impacto emocional el bombardeo que programas e infomerciales generan en el televidente, aquí les van algunos ejemplos:

Anuncian cremas, fajas, aparatos o pastillas para adelgazar: El comercial muestra dos imágenes, una antes y otra después de utilizar el producto, mismo que debe tener elevadas ventas, pues de otra manera no habría modo de sostener dichos comerciales en horas pico. Me parece una grosería para la inteligencia del televidente: La imagen de la izquierda, o sea de "antes" y la de la derecha, de "después" corresponden al mismo modelo humano, con la misma ropa. Si alguna diferencia hubiera entre ambas, es que en una está triste y en la otra sonríe, ¡lo demás es modificación de la imagen mediante manipulación digital!

Peor aún: Hay un producto de nombre francés a base de silimarina que se anuncia como cura para obesidad, diabetes, hígado graso, hepatitis, cirrosis y cáncer de hígado. La propia Cofepris determina mediante su oficio PFC 4/2010 contenido en su página de Internet:

"Para poder ser utilizada en humanos, se requiere el desarrollo de estudios clínicos en personas. Estos estudios deben tener base científica y se deben llevar a cabo por personal especializado, con el propósito de evitar daños colaterales, y establecer las dosis y el uso correcto de esta sustancia para fines de salud pública.

Dichos estudios no se han realizado, por lo que los productos que actualmente se venden no son seguros y pueden dañar la salud de los consumidores."

Ante esta clara recomendación, ¿A qué autoridad compete suspender su venta? ¿A la Secretaría de Salud? ¿A la misma Profeco? ¿A la PGR cuando finalmente ocurra una muerte relacionada con su consumo?...

Lamentable que el culto a la imagen nos atrape; que en ocasiones nos deprima al no empatar nuestra vida personal con los prototipos que se presentan; que nos lleve a albergar falsas esperanzas poniendo en riesgo nuestra salud, y nos condicione gastos fuertes e inútiles, cuando la economía doméstica no está para tales dispendios… Necesario hallar a qué autoridad hacer responsable por la venta de productos que no solamente no mejoran la salud, sino en ciertos casos la ponen en riesgo de muerte.

No obstante la solución final está en nuestras manos, mediante un pequeño adminículo de baterías, al que por ahí han bautizado como "control remoto".