LIDERAZGO Y CAMBIO
Hoy se celebra en México el Día del Padre, una fecha que –a
causa de la pandemia—estamos festejando
de una forma inédita: Tal vez a la distancia; probablemente lamentando la pérdida
reciente del padre o el abuelo en la
familia; o sin poder llevar flores al panteón, como en ocasiones anteriores. Contrario al ambiente que habitualmente se
vive en la celebración del padre, este año el recogimiento obligado nos invita
a la reflexión. Un buen momento para
revisar lo relativo a la función del liderazgo en nuestra sociedad.
En forma tradicional, dentro del hogar el padre ha sido
líder, aunque, claro, hay incontables modelos de familia, y aún en aquellas
tradicionales, el liderazgo puede no
caer directamente en la figura de autoridad masculina. Todo es válido, en tanto
el niño en formación cuente con un marco disciplinario claro y estable, que le
enseñe las normas para vivir en sociedad. Más allá de la puerta del hogar, el liderazgo
se diversifica, dentro de escuelas, empresas, organizaciones civiles,
instituciones religiosas y de gobierno, por citar algunas. Los tipos de liderazgo varían también, desde
el paternal hasta el proactivo, pasando
por muchas variantes que representan la forma como la cabeza de un grupo actúa
sobre los subordinados, para llevar a cabo una tarea común que idealmente
beneficie a todos.
Dentro de las formas de gobierno está el liderazgo
democrático y el de tipo
autoritario. En el primer estilo el
líder toma en cuenta la opinión del grupo para la toma de decisiones, de modo
que todos y cada uno de los participantes se sientan representados. Este tipo de guía natural inyecta entusiasmo
a los subordinados, además de que les concede la libertad para emprender
acciones por cuenta propia, siempre y cuando no obstruyan el beneficio
colectivo. Por su parte el líder
autocrático centra en su persona y en unos pocos allegados la toma de
decisiones, limitando a sus subordinados hacerlo. Ejemplos de estos dirigentes hay muchos a lo
largo de la historia; no es el modelo de liderazgo al que un país del siglo veintiuno aspire. El
conocimiento y la tecnología han
avanzado de manera que un ciudadano promedio identifica los problemas de la
sociedad y es capaz de aportar soluciones. El líder ideal tiene la madurez para permitirlo; no pretende imponer la autoridad a fuerza, como quien
tratase de controlar a un grupo de párvulos.
Que la cabeza, mediante su actuar, reconozca las capacidades de los
miembros del equipo, los tome en cuenta, y lleve a cabo una comunicación bidireccional,
es la mejor manera de lograr que todos le pongan entusiasmo a su diario
desempeño.
Regresando un poco a la figura del padre: Durante el siglo veinte ésta solía ser
distante y poco accesible a la
comunicación. Inspiraba mucho respeto y
en ocasiones temor. Su tipo de amor era más condicionado que el
de la madre, no en el fondo, pero sí en las formas. El afecto del padre había que ganárselo. Crecimos con un marco disciplinario bien
definido, sabiendo cómo actuar una vez que llegábamos por nuestra cuenta al
mundo exterior. El papá de estos
tiempos participa en incontables tareas dentro de casa, se expresa con soltura
frente a los hijos, se muestra amoroso.
Ha roto con los clichés tradicionales que hacían de él una figura de
hierro. Aun así, es necesario que
mantenga el liderazgo dentro de casa; ya cada familia decide si lo hace a la
par que la madre, constituyendo el arquetipo más común del siglo presente. Lo que sí podemos adelantar, es que un líder
autocrático no funciona dentro de la familia actual, y tampoco funciona como
sistema de gobierno. Podrá hacerlo por
un tiempo, mediante represión, pero tarde o temprano, termina por ser
derrocado. Europa del este y gran parte
de Asia tienen ejemplos de lo que ha sido, --a la caída de los regímenes
dictatoriales--, el desarrollo integral de diversas naciones, no sólo en
términos de producción industrial, sino en lo relativo a estándares educativos
y de satisfacción ciudadana. En América
Latina y el Caribe no hemos logrado zafarnos de las amenazas dictatoriales que
tanto daño llegan a hacer a una nación.
El ideal en la mente del buen líder es que la meta propuesta
se cumpla con la participación entusiasta de todos. Desde el padre con el hijo al que enseña a
caminar, hasta el gobernante con sus gobernados. Pensar que, si se afloja el control, el
trabajo no se llevará a cabo, sólo refleja la inseguridad del dirigente. Si el grupo funciona de manera armónica, la
tarea se cumple y como beneficio adicional, se genera lealtad y agradecimiento.
Necesitamos modelos humanitarios de convivencia, así como líderes
íntegros, inteligentes y maduros, capaces de velar por el bien común. Desde el
hogar hasta el más alto mando.