NEGACIÓN Y
CONDUCTAS DE RIESGO
La biblioteca personal representa una galería de buenos
amigos, dispuestos a tender su mano cada vez que recurrimos a ellos. Maestros maravillosos, interlocutores
pacientes, que acogen con singular alegría nuestras visitas. Según lo que estemos pasando en un momento
dado, será la lectura que procuremos y el sentido que demos a lo leído. Hoy en
día está el formato digital, que facilita muchas funciones intertextuales, pero
el clásico formato impreso tiene lo suyo, algo que lo vuelve entrañable.
En estos días, cuando tantas preguntas sobrevuelan nuestro
entendimiento, recurro a uno de mis grandes maestros: Octavio Paz. Para muchos fue un escritor arrogante; en lo
personal lo percibo como un ser humano cálido y profundo que amó a México. Cierto, hay fragmentos de su vida difíciles
de entender, pero ¡vaya!, ¿quién de nosotros, como humano, se halla libre de albergar contradicciones?...
Busqué en el librero de mis tesoros verbales la obra “El
laberinto de la soledad”. Tengo la
costumbre de anotar en cada libro la fecha en que comencé su lectura: éste fue
en mayo 29 de 1998. La presentación de
bolsillo del FCE trae además otros dos ensayos.
Yo me encaminé a leer el primero de ellos, publicado en 1950, segura de
encontrar en sus páginas respuestas a las interrogantes que bullen en mi mente
desde hace casi un año y que se resumen en una sola pregunta: ¿Por qué los
mexicanos asumimos conductas de riesgo y actuamos como si la COVID-19 no
existiera, cuando estamos viendo cada vez más personas en nuestro entorno enfermar y morir?
Inicié el día con un café, un marca textos y mi libro, que
–cualquiera diría-- me hacía señas desde que abrí el librero. Tantos años de no leerlo y tal pareciera que
se colocó en un sitio donde pudiera hallarlo a la primera, y virtualmente
casi brincó a mis manos. De inmediato
pude sentir su calidez, y al momento de abrirlo percibí un leve crujido de su
pasta blanda al ser extendida.
“Entre el mundo y nosotros se abre una impalpable, transparente muralla: la de
nuestra conciencia”. Desde el inicio Octavio Paz acogía mis inquietudes con esa
sabiduría honda como mar, del color de sus ojos.
A ratos juego con la idea de que la muerte en estos tiempos
de COVID, al ser tan frecuente, deja a los deudos con un duelo más fácil de
procesar. Debo aclarar, para mi fortuna
no he sufrido la pérdida de alguien en mi círculo más cercano, así que es muy
probable que mi apreciación tenga sesgo.
La comparo a los propios duelos que he vivido: Padres, esposo, mejor
amigo. Todos ellos procesados en otras circunstancias. Me aventuro pues a
pensar que mis pérdidas fueron ocurriendo
de manera aislada, en un mundo donde pocos
morían, lo que me dio más espacio para expandir mi dolor en tiempo y
espacio. Hoy es tan frecuente toparse
con la muerte, que –una locura tal vez— supongo que se encuentra consuelo en el
dolor de otros que sufren algo similar a lo propio. A partir de este supuesto habría que
considerar entonces que la vida haya
perdido su valor intrínseco. ¿Será ello
lo que yace en el fondo de nuestra
costumbre de no cuidarnos en situaciones de alto riesgo, como la pandemia?
Regresando a Octavio Paz, al abordar la figura del pachuco
expresa lo que considero una gran verdad: Los mexicanos tendemos a activar un
mecanismo de negación frente a aquellos aspectos de la realidad que nos
resultan desagradables, irracionales o repugnantes. Esto explicaría ese correr una cortina mental
ante hechos tan reales como dolorosos, partiendo del principio de que si no
poso mi vista en un hecho (como sería la muerte), entonces no existe. El frentazo viene luego de que nuestro ser
querido, con el que compartimos la vida campechana en medio de la pandemia, ahora
se halla desesperado tratando de meter aire a los pulmones.
Los buenos libros son intemporales. Eso que nuestro Premio Nobel de Literatura
1990 escribió acerca del mexicano, hace poco más de setenta años, puede
aplicarse de manera puntual en el tiempo presente, para ayudarnos a
entender eventos que ocurren en derredor
nuestro y la forma como nos impactan. Principalmente, nos orienta respecto a
cómo debemos manejarnos frente a ellos.
Habla del término “higiene social” como una manera de llamar nuestra
atención y encauzarnos a actuar frente a
esa aparente falta de empatía, que en estos momentos implica una conducta de
riesgo mortal para otros, comenzando por nuestros seres queridos. En la medida en que, a partir de ese
mecanismo de negación, busquemos depositar en otras instancias lo que en
principio es responsabilidad personal de cada uno, poco avanzaremos.
“Quien ha visto la Esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos
los hombres”: Palabras de Paz que me sostienen.