ADOPTA UNA CAUSA
Lo que no lograron los grandes iluminados de la historia, lo
ha conseguido una micrométrica estructura llamada coronavirus. La humanidad metió freno de mano a su
alocada carrera; las prioridades cambiaron en un corto período de tiempo, y
todos comenzamos a vivir un estilo de
vida que jamás habíamos experimentado, un encierro que aún va para largo. Vamos aprendiendo formulismos y, por supuesto –como en todas
las tragedias—, hemos sacado la vena cómica para embromarnos. Lo más
maravilloso, hemos puesto en práctica la generosidad.
El actual es un
período de tiempo con invitados de diverso carácter, algunos son benévolos,
otros indeseables. Nuestro espíritu se
llena de buenos deseos para ordenar la casa, depurar guardarropa y terminar
tareas pendientes. Destinamos un mayor
tiempo a navegar en la red. Deseamos
estar informados, y quisiéramos que en cualquier rato se anuncie con grandes
titulares que se ha hallado la cura para la enfermedad. A ratos nos abate la desesperanza, o nos
engañan los falsos milagreros.
Exploramos en redes como una forma de reafirmarnos, de decir “aquí
estoy”, de no sentirnos tan solos con nuestra angustia.
Hemos observado cómo, en distintas partes del mundo, la
enfermedad ha rebasado la capacidad instalada de los hospitales. A la par, hemos sido testigos de casos de
curación. Tal vez utilicemos las redes
sociales para expresar nuestros estados de ánimo, procesar nuestro pasmo, ante el
avance en el combate a la enfermedad, como yendo sobre arenas movedizas. Muy probablemente ahí nos quedamos, nos
polarizamos, quizá nos violentamos contra aquellos que no coinciden con nuestra
forma de pensar. Como dar golpes al saco
de arena para sacar la ira. ¿Y después
de eso, qué?...
Es maravilloso atestiguar cómo muchas personas con
iniciativa han aprovechado la cuarentena para compartir lo que saben hacer. Hallamos en línea obras de teatro, música y
literatura, o gastronomía para descargar.
Hay gimnasia, yoga, sana alimentación… La lista sería interminable. Cada uno de los participantes ha asumido un
papel activo para volver más ligero y productivo el encierro. Hay quienes se han puesto a elaborar mascarillas
o cubrebocas para obsequiar al personal médico y paramédico, o bien, inician
campañas de recolección de donativos económicos o en especie para los grupos
más necesitados.
A poco más de cuatro semanas de iniciada la cuarentena,
hemos entendido diversas realidades: Los humanos sí somos capaces de prescindir
de elementos, que antes de la contingencia nos hubieran parecido
indispensables. Aprendimos a recogernos
dentro de las cuatro paredes del hogar y a conocer mejor a nuestros seres
queridos, a convivir con ellos. La
tolerancia ha sido un elemento crucial para sobrellevar diferencias de temperamento o de hábitos; surgen
momentos de irritabilidad, junto a enormes recompensas emocionales. Lo más importante, ésta ha sido una muy
valiosa oportunidad de reencuentro de mí-conmigo.
De una u otra forma, todos debemos permanecer en el encierro.
Aun así, hay mucho que podemos hacer desde casa por contribuir a hacer del
planeta un mejor lugar, y de nuestra sociedad un espacio con más calidez. Bien puede ser ocasión de poner en práctica
habilidades que siempre hemos deseado probar, pero jamás nos lo hemos permitido. Podemos capitalizar elementos que tenemos
dentro de casa para convertirlos en algo que pudiera servir a terceros. Estar al pendiente de personas que viven
solas, ya sea a través de una llamada, o hasta de un saludo de ventana a
ventana. Compartir recetas de cocina;
modos de resolver un problema; música que atrapa los sentidos. Podemos localizar o elaborar textos que
inyecten entusiasmo a quien los lea.
Aunado al problema infeccioso que nos acomete, está el
problema mediático, que han dado en llamar “infodemia”. Recibimos y tal vez compartimos –hasta con
cierta urgencia--, contenidos de dudosa confiabilidad, que poco o nada apuestan
a la paz mental. Mensajes caóticos, que
llevan a la suspicacia, a sentir que nos estamos hundiendo más cada día. Se nos olvida que –por desgracia—hay mentes
ocupadas en atormentar a otros, no sé si por un torvo placer o atendiendo a
intereses económicos, pero están ahí para desacreditar y confundir, y a fin de
cuentas generar la sensación de ser aún más vulnerables frente al virus, de lo
que ya somos.
Propongo ocupar nuestro tiempo y nuestros afanes en hacer
aquello que nos apasiona. Adoptar una
causa hacia la cual canalizar las energías, algo que nos mueva a explorar,
crear y compartir. Contagiar esa buena
vibra con quien más pueda necesitarla.
La percepción del tiempo es de lo más subjetiva, éste pasa volando
cuando nos hallamos ocupados.
Cada cual decide cómo vivir el encierro. ¿Tú qué eliges?