IRA CONTENIDA
En lo personal soy poco dada a procurar imágenes de grandes
tragedias. Algunas de ellas, como las
pilas de cadáveres de los campos de concentración nazis, reafirman lo terrible
que fue el sometimiento de un pueblo a manos de otro, pero con ver esas escenas dantescas una y otra vez, no siento que aumente mi comprensión del
fenómeno nazi, de modo que las evito.
Algo similar acontece con videos en tiempo real de hechos desafortunados que ocurren en nuestro
mundo; los famosos “bloopers” me parecen una forma eufemística de humillación, la
utilización de una desgracia ajena para mofarse de otros seres humanos. Algo similar me pasa cuando se publican en
redes sociales imágenes de tragedias; prefiero enterarme a través de la crónica
más que por el material gráfico. Hoy me
encontré viviendo una excepción a la
regla, ante una secuencia de tomas de las cámaras fijas que hay en Times
Square, que dan cuenta del modo como se comporta el conductor del vehículo que
arrolló a una veintena de peatones y mató a una joven mujer hace unos días.
Llega a un crucero, da una brusca vuelta en U y a partir de ese momento actúa
como poseído para ir a embestir a distintos grupos de transeúntes, haciendo
suponer que si no fuera porque volcó su unidad, habría continuado haciéndolo. Ahora
se sabe que se trata de un ex marino con rasgos paranoides que dentro de lo
poco que ha manifestado refiere que actuó así para que la policía lo matara y
terminar de una buena vez con todo
Sea cual fuere la verdad detrás de los hechos, me sobrecoge la
furia que manifiesta ese modo arrebatado de lanzar su vehículo contra los
grupos humanos. De momento me recordó la
fuerza poderosa con que una máquina de vapor deja escapar el agudo sonido de su
silbato, una vez que se genera la
necesaria fricción en su interior para
alcanzar la presión requerida, que active el mecanismo sonoro. Así me pareció el conductor de este vehículo,
como activado por una fricción interna inusual que lo llevó a lanzar su columna
de vapor contra todo y contra todos, de un modo irracional.
Partiendo de este supuesto, habría que preguntarnos por qué
razón un individuo acumula dentro de sí tal cantidad de enojo. Yo entiendo que
el mundo actual con sus grandes incongruencias es suficiente motivo para que
los jóvenes se hallen enojados con nosotros, los adultos que ponemos en sus
manos el estado actual de cosas. No nos
extrañe entonces que en mucho sea este mismo pensamiento el que explica la
negativa de las nuevas generaciones a procrear hijos; se resisten a
colocarlos dentro de un mundo difícil, a ratos traidor y poco
gratificante. ¿Y cómo podemos rebatirles
la validez de esos argumentos?
Vivir en una frontera méxico-americana ofrece diversas
lecturas, una que hago con frecuencia es
respecto a los tripulantes de vehículos con placas tejanas, que
cincuenta o cien metros antes de incorporarse al puente internacional, abren
las ventanas y lanzan todo tipo de basura a la vía pública. Ante este hecho que me irrita siempre, he
querido hallar una explicación
satisfactoria, me quedo con dos ideas, la primera es que como allá los multan y
aquí no, aprovechan la impunidad. La
segunda, los norteamericanos de segunda o tercera generación expresan de ese
modo el enojo hacia la tierra que obligó
a sus ancestros a migrar a un país, que probablemente no los trató muy
bien a su llegada. Es una ira de orden
genético que aprovecha cualquier oportunidad para manifestarse.
Algo similar halla mi
mente en el caso del conductor enajenado del Times Square. ¿Qué ira tan
terrible albergará en su interior, que le llevó a atacar con furia inusual a
todo aquel que --por desgracia-- quedó frente a su unidad?
En 1995 Daniel Goleman publicó un libro acerca de lo que él llamó “inteligencia emocional”, algo que no
está por demás retomar en estos tiempos violentos. Que un niño sepa matemáticas o sea excelente
para memorizar las capitales de los países del mundo, no garantiza que se
convierta en un adulto sano, feliz y productivo. La base sobre la que habrán de
florecer los conocimientos y las habilidades para enfrentar los retos que la vida presenta, es de orden emocional, y
mientras los sistemas educativos no apuesten a favor de ello, estaremos lejos
de generar sociedades sanas. Es
necesario que esos niños desde pequeños aprendan a resolver los problemas que
se van presentando en su camino, de
manera responsable y serena, aplicando destreza en el manejo de herramientas, y
confianza en ellos mismos. Ver cada
nueva situación como un proceso de crecimiento personal, de modo de evitar
acumular sentimientos de frustración, que tarde o temprano provocan fenómenos
de muerte.
Profesionalización de las instituciones: Piedra angular de las sociedades sanas.