domingo, 21 de mayo de 2017

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

IRA CONTENIDA
En lo personal soy poco dada a procurar imágenes de grandes tragedias.  Algunas de ellas, como las pilas de cadáveres de los campos de concentración nazis, reafirman lo terrible que fue el sometimiento de un pueblo a manos de otro, pero con  ver esas escenas dantescas una y otra vez,  no siento que aumente mi comprensión del fenómeno nazi, de modo que las evito.  Algo similar acontece con videos en tiempo real de  hechos desafortunados que ocurren en nuestro mundo; los famosos “bloopers” me parecen una forma eufemística de humillación, la utilización de una desgracia ajena para mofarse de otros seres humanos.  Algo similar me pasa cuando se publican en redes sociales imágenes de tragedias; prefiero enterarme a través de la crónica más que por el material gráfico.   Hoy me encontré  viviendo una excepción a la regla, ante una secuencia de tomas de las cámaras fijas que hay en Times Square, que dan cuenta del modo como se comporta el conductor del vehículo que arrolló a una veintena de peatones y mató a una joven mujer hace unos días. Llega a un crucero, da una brusca vuelta en U y a partir de ese momento actúa como poseído para ir a embestir a distintos grupos de transeúntes, haciendo suponer  que si no fuera porque volcó  su unidad, habría continuado haciéndolo. Ahora se sabe que se trata de un ex marino con rasgos paranoides que dentro de lo poco que ha manifestado refiere que  actuó así para que la policía lo matara y terminar de una buena vez con todo
     Sea cual fuere la verdad detrás de los hechos, me sobrecoge la furia que manifiesta ese modo arrebatado de lanzar su vehículo contra los grupos humanos.  De momento me recordó la fuerza poderosa con que una máquina de vapor deja escapar el agudo sonido de su silbato, una vez que se genera  la necesaria fricción en su interior  para alcanzar la presión requerida, que active el mecanismo sonoro.  Así me pareció el conductor de este vehículo, como activado por una fricción interna inusual que lo llevó a lanzar su columna de vapor contra todo y contra todos, de un modo irracional.
Partiendo de este supuesto, habría que preguntarnos por qué razón un individuo acumula dentro de sí tal cantidad de enojo. Yo entiendo que el mundo actual con sus grandes incongruencias es suficiente motivo para que los jóvenes se hallen enojados con nosotros, los adultos que ponemos en sus manos el estado actual de cosas.   No nos extrañe entonces que en mucho sea este mismo pensamiento el que  explica la  negativa de las nuevas generaciones a procrear hijos; se resisten a colocarlos dentro de un mundo difícil, a ratos traidor y poco gratificante.  ¿Y cómo podemos rebatirles la validez de  esos argumentos?
     Vivir en una frontera méxico-americana ofrece diversas lecturas, una  que hago con frecuencia es respecto a  los  tripulantes de vehículos con placas tejanas, que cincuenta o cien metros antes de incorporarse al puente internacional, abren las ventanas y lanzan todo tipo de basura a la vía pública.   Ante este hecho que me irrita siempre, he querido hallar  una explicación satisfactoria, me quedo con dos ideas, la primera es que como allá los multan y aquí no, aprovechan la impunidad.  La segunda, los norteamericanos de segunda o tercera generación expresan de ese modo el enojo hacia la tierra que obligó  a sus ancestros a migrar a un país, que probablemente no los trató muy bien a su llegada.  Es una ira de orden genético que aprovecha cualquier oportunidad para manifestarse.
Algo similar  halla mi mente en el caso del conductor enajenado del Times Square. ¿Qué ira tan terrible albergará en su interior, que le llevó a atacar con furia inusual a todo aquel que --por desgracia-- quedó  frente a su unidad?
     En 1995 Daniel Goleman publicó un libro acerca de lo que él  llamó “inteligencia emocional”, algo que no está por demás retomar en estos tiempos violentos.  Que un niño sepa matemáticas o sea excelente para memorizar las capitales de los países del mundo, no garantiza que se convierta en un adulto sano, feliz y productivo. La base sobre la que habrán de florecer los conocimientos y las habilidades para enfrentar los retos que  la vida presenta, es de orden emocional, y mientras los sistemas educativos no apuesten a favor de ello, estaremos lejos de generar sociedades sanas.  Es necesario que esos niños desde pequeños aprendan a resolver los problemas que se van presentando en su camino,  de manera responsable y serena, aplicando destreza en el manejo de herramientas, y confianza en ellos mismos.  Ver cada nueva situación como un proceso de crecimiento personal, de modo de evitar acumular sentimientos de frustración, que tarde o temprano provocan fenómenos de muerte.

     Profesionalización de las instituciones: Piedra angular  de las  sociedades sanas.

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