CERRAR CICLOS
Me siento frente al monitor.
Tengo tres horas para terminar la colaboración semanal y estoy en
blanco. Pocas veces me sucede, pero –a
diferencia de las anteriores—la condición actual se debe a un sentir personal,
un apabullamiento que no me permite acabar de procesar lo que llega a través de
mis sentidos. En poco más de una semana
han partido tres médicos y una enfermera a quienes conocí muy bien; todos ellos
a causa de COVID-19 por razón de su trabajo.
Encuentro hasta absurdo que la vida cobre tan caro el cumplimiento del
deber, el apego a la profesión, la consecución de los sueños propios. Han fallecido otros médicos en distintas
localidades; igual lo han hecho familiares de algunos amigos, ajenos a la medicina. Todo esto sucede a unos pasos de la llegada
del otoño. Esto último me da de donde
tomarme para no caer abatida por la desazón.
Al mismo tiempo que lo anterior una colega pediatra, colaboradora de mi
blog desde hace varios años, anuncia su retiro de la vida profesional. Lo hace en plenitud de facultades, como una
decisión personal; satisfecha de haber cumplido con sus pacientes y dispuesta a
plantearse nuevos desafíos. Ya con esto
último acabé de sentir que entendía una gran verdad que a ratos olvidamos: Todo
en esta vida tiene una razón de ser; tiene un tiempo, tanto de inicio como de
terminación. A nosotros –humanos-- toca avanzar al ritmo que la naturaleza
marca, aprovechar el tiempo que se nos presta, y convertir en algo útil y
trascendente ese pedazo de vida que el cielo nos ha concesionado.
Desde que comenzó la contingencia he tenido oportunidad de profundizar en temas de creación literaria. Con relación a la
novela he aprendido que, para favorecer el desarrollo de ésta, de entrada debo plantearme
un final. No importa si conforme avanza la obra cambia el rumbo de la historia y el
final es distinto al que me había
planteado. Para emprender el viaje de la
escritura, tenemos que saber hacia donde vamos, de otra forma no
avanzaremos. Hoy quiero aplicar tan
sabia idea para el asunto de vivir la vida: cuando nacemos nadie puede conocer
si viviremos más allá de unas horas, unos días o muchos decenios. En un principio no está en nosotros
plantearnos un final para la historia de nuestra vida. Ello depende de nuestros padres, de la
voluntad que pongan en orientar nuestra pequeña nave en algún sentido
particular. A través del conocimiento, la formación en valores y el desarrollo
de la autoestima, nuestros mayores comienzan a escribir esa historia que,
después de algunos años, tocará a cada uno de nosotros seguir escribiendo. El tiempo corre y no para; no sabemos cuánto
más continuará para cada uno de nosotros.
Mantengamos en mente escribir la vida, no dejar de hacerlo, siempre revisando
nuestro compás de navegación, para conocer la ruta que llevamos.
A todos los que hasta hoy estamos con vida, nos toca
presenciar una situación compleja, misma que nos desnuda de manera abrupta, y evidencia nuestra vulnerabilidad frente al
mundo. A ratos caemos en el pasmo, otras veces nos invade la
ansiedad o el desánimo. Es entonces
cuando nos corresponde hacer un alto, respirar hondo, mirar al cielo, sacar
nuestra brújula y verificar la ruta.
No hay manera de bajarnos de un tren
cuando se halla en movimiento. Hemos de aprender entonces, la
mansedumbre de la naturaleza; entender el compás con el que avanza cada uno de
sus elementos, digamos, las estaciones del año:
Mi favorita es el otoño: el calor mengua, el paisaje se pinta de
distintos tonos de ocre, los árboles pierden su follaje… Lo que nunca dejará de
asombrarme es la caída de las hojas. Cada una de
ellas acoge lo que le toca hacer, lo acepta, se desprende y cae girando. Se
despide dando pequeñas vueltas, en una danza que rinde tributo a su origen desde
la belleza de su final, antes de llegar al suelo y confundirse con el resto de las
hojas, en una alfombra ligera y crujiente sobre la que nuestros pasos, al igual
que ellas, están invitados a hacer
divertidos giros que nos alegren.
Cerrar ciclos: Terminar la tarea que nos corresponde
cumplir. No sabemos en qué momento
vayamos a tocar puerto. Como quien
escribe una novela, desde el inicio nos planteamos un posible final hacia el
cual orientamos nuestra ruta. Vendrán tormentas
que podrán desviar la nave, o tal vez hallemos corrientes marinas sobre las
cuales la navegación sea más fluida. Tal
vez dejemos las previsiones iniciales y lleguemos antes a puerto, como lo han
hecho los caídos en esta pandemia. Hoy
podemos descubrir que sólo atienden el compás que la vida marca. Porque así estaba señalado desde un principio
por una fuerza superior a la humana. Parten como hojas de otoño. Me anima
asumirlo así.
¡Feliz nuevo viaje,
amigos!