TELÓN DE FONDO
En una reciente mesa de trabajo con Julián Herbert revisamos un término muy trascendente.
Hablando de obras de algunos escritores él se refirió al término
“infraordinario”, para señalar
narraciones en las cuales, en contraste con su antónimo
“extraordinario”, se abarcan hechos de
la cotidianidad, esos que no figuran en titulares ni marcan un punto de quiebre
en nuestras vidas. Cumplen la función de
un telón de fondo frente al cual se va desarrollando la existencia.
Hizo énfasis en la obra de un interesante autor norteamericano:
Joe Brainard, quien inició una corriente
que continúa hasta la actualidad. En
apoyo a esta literatura de lo cotidiano escribió un libro intitulado: “Me
acuerdo”, en el cual, mediante párrafos como estampas, va perfilando una
autobiografía, anotando sus recuerdos de la infancia y adolescencia.
A este autor siguieron varios más, hasta la fecha, que narran de este
modo una suerte de autobiografía en donde el yo pasa a un plano secundario,
mientras que situaciones y objetos ordinarios toman el papel protagónico en
cada mini-relato.
Lo anterior me llevó a reflexionar que estamos inmersos en
una sociedad que fija el valor de la persona con base en resultados. Desde la cuna el ser humano comienza a
medirse con sus contemporáneos: A qué edad le sale el primer diente, o comienza
a hablar o a caminar; o cuándo entra al sistema escolarizado… Y así, a lo largo
de la vida continuamos midiéndonos por resultados frente a los demás, lo que a
ratos resulta descorazonador. Es
imposible que un individuo sea el número uno en todo lo que emprende. Pero, de alguna manera, el mensaje que le
llega es ese: “Vales por lo que triunfes frente a los demás”.
La literatura de lo infraordinario apuesta justo, por lo
contrario: por reconocer cómo los elementos que existen en nuestro propio
entorno contribuyen a concedernos identidad. Las costumbres y tradiciones
familiares; la cultura propia de nuestra región; los elementos que hayan
influido en nuestra formación emocional o espiritual. Aquí es fundamental el papel que juega la
abuela, como depositaria y transmisora de esos valores familiares para las
nuevas generaciones.
En el oficio de escribir llegamos a pensar que el trabajo
propio es un cero a la izquierda frente a los autores que ocupan los
exhibidores de las grandes librerías. El
concepto de lo infraordinario viene a salvarnos, a convencernos de que cada ser
humano se expresa a partir de lo que es y lo que va viviendo. La idea es ser un buen producto auténtico,
con sello propio, y no una mala copia de alguien más. No se trata de ir tras la gloria externa,
sino de trabajar por la realización interna.
En el caso de la escritura, volcar en la palabra escrita lo que nuestro
diario vivir genera para hacernos trascender.
Trascender, no entre luminarias, sino frente a nosotros mismos, y si
acaso frente a los seres queridos, para compartirles las vivencias del camino.
Comencé a leer un libro de una autora británica no muy conocida,
rescatada por Valeria Luiselli. Se
intitula “Del color de la leche”, su autora es Nell Leyshon. En el prólogo que hace a la obra, Luiselli
llama a este estilo “historias minúsculas”, sin que por ello merme su valor
literario.
En estos tiempos en que la autoestima se halla en ocasiones
tan golpeada, sería muy sano comenzar a observar lo propio y reconocer que esas
pequeñas historias, que son solo nuestras, poseen un valor muy grande, Que nos
autentifican como personas únicas e invitan a estar orgullosos por lo que somos
y logramos. En un mundo donde la valía
de una persona busca medirse en términos de poder adquisitivo o de belleza
física a cualquier coste, las historias minúsculas llegan para refrescarnos,
invitarnos a vivir de una forma personal, cálida y significativa. Pues finalmente, el día que dejemos este
mundo, lo único que nos llevamos es lo que hayamos sembrado con el corazón.
El libro de Nell Leyshon comienza hablando de la vida del
campo en la Inglaterra de principios del siglo diecinueve; lo hace por boca de su protagonista central, Mary, una
joven de quince años con un defecto físico que la distingue del resto de sus
hermanas. Alude a frases sencillas,
limpias, libres de todo ornato, para exaltar la grandeza de las cosas simples
de la vida. Los sentimientos que brotan
y se expresan fluyen, como llevados por un viento manso de primavera, para abandonar
la página y traspasar los ojos del lector.
La historia que se cuenta es complicada, habla de tradiciones familiares
inamovibles, de sometimiento filial, pero dentro de ello, de un espíritu de
superación que va haciendo de cada nuevo obstáculo un escalón en el crecimiento
personal.
Lo infraordinario, lo cotidiano, el telón de fondo para
escribir nuestra historia personal.