domingo, 11 de febrero de 2024

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

TELÓN DE FONDO

En una reciente mesa de trabajo con Julián Herbert  revisamos un término muy trascendente. Hablando de obras de algunos escritores él se refirió al término “infraordinario”, para señalar  narraciones en las cuales, en contraste con su antónimo “extraordinario”, se abarcan  hechos de la cotidianidad, esos que no figuran en titulares ni marcan un punto de quiebre en nuestras vidas.  Cumplen la función de un telón de fondo frente al cual se va desarrollando la existencia.

Hizo énfasis en la obra de un interesante autor norteamericano: Joe Brainard, quien inició  una corriente que continúa hasta la actualidad.  En apoyo a esta literatura de lo cotidiano escribió un libro intitulado: “Me acuerdo”, en el cual, mediante párrafos como estampas, va perfilando una autobiografía, anotando sus recuerdos de la infancia y  adolescencia.  A este autor siguieron varios más, hasta la fecha, que narran de este modo una suerte de autobiografía en donde el yo pasa a un plano secundario, mientras que situaciones y objetos ordinarios toman el papel protagónico en cada mini-relato.

Lo anterior me llevó a reflexionar que estamos inmersos en una sociedad que fija el valor de la persona con base en resultados.  Desde la cuna el ser humano comienza a medirse con sus contemporáneos: A qué edad le sale el primer diente, o comienza a hablar o a caminar; o cuándo entra al sistema escolarizado… Y así, a lo largo de la vida continuamos midiéndonos por resultados frente a los demás, lo que a ratos resulta descorazonador.  Es imposible que un individuo sea el número uno en todo lo que emprende.  Pero, de alguna manera, el mensaje que le llega es ese: “Vales por lo que triunfes frente a los demás”.

La literatura de lo infraordinario apuesta justo, por lo contrario: por reconocer cómo los elementos que existen en nuestro propio entorno contribuyen a concedernos identidad. Las costumbres y tradiciones familiares; la cultura propia de nuestra región; los elementos que hayan influido en nuestra formación emocional o espiritual.  Aquí es fundamental el papel que juega la abuela, como depositaria y transmisora de esos valores familiares para las nuevas generaciones.

En el oficio de escribir llegamos a pensar que el trabajo propio es un cero a la izquierda frente a los autores que ocupan los exhibidores de las grandes librerías.  El concepto de lo infraordinario viene a salvarnos, a convencernos de que cada ser humano se expresa a partir de lo que es y lo que va viviendo.  La idea es ser un buen producto auténtico, con sello propio, y no una mala copia de alguien más.  No se trata de ir tras la gloria externa, sino de trabajar por la realización interna.  En el caso de la escritura, volcar en la palabra escrita lo que nuestro diario vivir genera para hacernos trascender.  Trascender, no entre luminarias, sino frente a nosotros mismos, y si acaso frente a los seres queridos, para compartirles las vivencias del camino.

Comencé a leer un libro de una autora británica no muy conocida, rescatada por Valeria Luiselli.  Se intitula “Del color de la leche”, su autora es Nell Leyshon.  En el prólogo que hace a la obra, Luiselli llama a este estilo “historias minúsculas”, sin que por ello merme su valor literario.

En estos tiempos en que la autoestima se halla en ocasiones tan golpeada, sería muy sano comenzar a observar lo propio y reconocer que esas pequeñas historias, que son solo  nuestras, poseen un valor muy grande, Que nos autentifican como personas únicas e invitan a estar orgullosos por lo que somos y logramos.  En un mundo donde la valía de una persona busca medirse en términos de poder adquisitivo o de belleza física a cualquier coste, las historias minúsculas llegan para refrescarnos, invitarnos a vivir de una forma personal, cálida y significativa.  Pues finalmente, el día que dejemos este mundo, lo único que nos llevamos es lo que hayamos sembrado con el corazón.

El libro de Nell Leyshon comienza hablando de la vida del campo en la Inglaterra de principios del siglo diecinueve; lo hace  por boca de su protagonista central, Mary, una joven de quince años con un defecto físico que la distingue del resto de sus hermanas.  Alude a frases sencillas, limpias, libres de todo ornato, para exaltar la grandeza de las cosas simples de la vida.  Los sentimientos que brotan y se expresan fluyen, como llevados por un viento manso de primavera, para abandonar la página y traspasar los ojos del lector.  La historia que se cuenta es complicada, habla de tradiciones familiares inamovibles, de sometimiento filial, pero dentro de ello, de un espíritu de superación que va haciendo de cada nuevo obstáculo un escalón en el crecimiento personal.

Lo infraordinario, lo cotidiano, el telón de fondo para escribir nuestra historia personal.

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