LO QUE CUENTA AL FINAL
Comienzo con una confesión. En siete minutos se cumple el plazo para
enviar mi colaboración semanal, y apenas estoy sentándome a prepararla. La mañana se me fue en una labor original,
divertida y entrañable, una serie de ensayos-errores hasta que quedó lo que esperaba. Resulta que es cumpleaños de mi hija, sus
amigos la festejan, y me piden que le escriba algo. Esta primera parte no me costó mayor trabajo,
tantos años en el oficio de escribir proporcionan habilidad para expresar aquello que queremos, en
un tiempo relativamente breve. El
problema fue cuando me solicitaron que grabara el escrito en una nota de voz,
ahí empezaron las complicaciones técnicas: Buscar una música de fondo, grabar
desde mi celular, seguir al pie de la letra lo que acababa de escribir. Colocar el celular en “modo avión”, descolgar
momentáneamente el teléfono de casa, además de pedir al cielo que el perro de
enfrente no ladrara en esos 5 minutos, y que
nadie tocara la puerta. Esto último fue atendido de inmediato,
comenzó a llover, el perro se guareció y las calles se vaciaron; el único ruido
intrusivo fue el golpeteo de las gotas de lluvia en la ventana, que se integró
como parte del fondo musical. Claro, lo que aquí cuento en cinco líneas, me
llevó toda la mañana, subir la música, luego bajarla para que entrara la voz,
mantener el nivel del sonido, hablar pausadamente pero sin demorarme demasiado
para empatar con la música, y al final, cuando la voz termina, subir el volumen
de la música y finalmente ir bajándolo hasta que desapareciera. Esto último me llevó dos ensayos. Así que terminé en la raya, con el tiempo
encima, pero feliz de haber participado a la distancia en el festejo de mi
hija.
Lo anterior me llevó a una reflexión que no
por ordinaria es ociosa. En estas
semanas se me juntan la mayor parte de las fechas familiares más
significativas, nacimientos, defunciones y demás. Es buen momento para recordar que al final
del día lo que nos llevamos de este mundo es aquello que hayamos trabajado
desde el corazón. Que todo lo demás
podrá ser útil en algún momento dado, pero caduca con el tiempo, y una vez que
hemos partido de este mundo deja de tener significado por completo. Comprar carro,
conocer lugares exóticos, estrenar guardarropa cada temporada. Son elementos que nos proveen de cierta
satisfacción temporal, pero que a la larga pasan, y en el balance final poco cuentan.
La doctora Feggy Ostrosky, reconocida psiquiatra y psicoanalista, habla
de la búsqueda de la satisfacción vital por diversas rutas: Habla de la ruta
hedónica, que genera un placer inmenso de inmediato, pero por su carácter representa
un riesgo de adicciones. La segunda ruta es la de la gratificación,
esto es, aplicamos nuestras habilidades para construir algo que vaya más allá
de nosotros mismos. La tercera vía es
la del altruismo, emprender acciones encaminadas al bienestar de los demás,
hacer algo por una causa, sin esperar reconocimiento alguno.
Para actuar nos rigen tanto la razón como el corazón; la primera aplica
las matemáticas, hace cálculos de riesgo-beneficio y decide. El segundo actúa por convicción profunda, sin
esperar nada a cambio. Sé que cada día
es más difícil que encontremos personajes de esta talla, habrá que decir que sí
los hay, pero muchas veces se cuidan precisamente de eso, de dar a conocer lo
que hacen, pues son ajenos a la búsqueda de reconocimiento.
Ahora que estamos en temporada electoral caemos en lo de cada seis años,
escuchamos de parte de los candidatos
promesas que no tienen manera de cumplirse, al menos no sin
desestabilizar a toda la nación.
Atendemos el discurso de uno y de otro, aunque dentro de nosotros
sabemos que ninguno es totalmente sincero, ya que si lo fuera no estaría
prometiendo todo aquello. A ratos hasta
parece que nos contagiamos y comenzamos a actuar en nuestra propia vida como candidatos
en campaña, anunciando lo que
simplemente no podemos cumplir.
Vaya con esto una exhortación a ser más leales a las causas que
seguimos, con la mirada puesta en lo que finalmente nos lleva a
trascender. No perdernos en promesas
vanas, no disgregarnos en la búsqueda de
aquello que, al final del camino, nada habrá representado para nuestra vida.
Pido a Dios que me permita apasionarme de otras cosas como hoy hice en
la elaboración de la nota de voz para mi hija, al grado de perder la noción del
tiempo y apurarme a escribir en 15 minutos lo que habitualmente me lleva un par
de horas. Que con ese mismo entusiasmo
pueda yo actuar en otros aspectos de mi vida, aplicarme para vencer nuevos
retos, y apurar la copa paladeando el dulce sabor de la victoria, en este caso
la conseguida frente a la tecnología. ¡Para este reto, mate a la reina!