NO ES EL CAMINO
Uno de los graves problemas de México, que nos coloca con una mala calificación a nivel mundial,
es la criminalidad: desde el ladroncillo que roba una bolsa de cacahuates, o el
“viene viene” al que damos una moneda para que no raye nuestro vehículo, hasta
los grandes delincuentes cuya participación es clave en el trasiego de drogas,
armas y dinero en efectivo, atravesando por toda una gama de delitos que
lastiman a la sociedad, es que nuestro país ocupa uno de los primeros lugares
en criminalidad en el planeta tierra.
El pasado fin de semana ocurrió una más de esas masacres que
pintan de rojo el suelo mexicano, en particular en algunas regiones del
país. Inicialmente yo entendí que había
sido en el límite fronterizo entre Nuevo León y Tamaulipas, en una carretera moderna
y bien trazada, con atractivos turísticos, que, paradójicamente, no deja de ser
riesgosa de transitar. Unas horas
después se dieron a conocer mayores precisiones de lo ocurrido: El evento sucedió
dentro de la mancha urbana. Hasta el
momento cuando esto escribo la información dista de ser clara. Se habla de un vehículo dentro del cual
viajaba un grupo de jóvenes provenientes de un centro nocturno. Al parecer
circulaban a alta velocidad. Se cree que
coincidieron con un comando de la SEDENA. En algún momento hubo disparos en
contra de los tripulantes del vehículo, y el saldo es de cinco jóvenes
fallecidos y dos sobrevivientes. Los
familiares de los afectados recogieron el testimonio de algunos vecinos y dan
una versión. Los militares, luego de un
silencio de 48 horas, dan una versión distinta de los hechos. Los primeros sostienen que los militares
abrieron fuego sin mediar nada más; los militares aducen que repelieron un
ataque de los civiles.
Los cuerpos de los fallecidos ya han sido entregados a sus
familiares; los dos sobrevivientes continúan bajo observación médica, y el General Luis
Cresencio Sandoval, Secretario de la Defensa Nacional, acaba de anunciar la sentencia en contra de cuatro cabos del convoy
involucrado en la masacre, por desobediencia.
Hay que señalarlo: Los delitos que devienen en inseguridad,
tantos y tan variados en nuestro querido México, no se resuelven ejerciendo
mayor presión en contra de la población.
Mi modesta opinión es que no se corrigen colocando un policía en cada
esquina, y mucho menos –lo estamos
viendo—, enviando tropas militares a ejercer funciones civiles. Su formación es otra, para la defensa del
país. Dentro de lo que argumentan los
elementos castrenses involucrados, es que escucharon un estruendo proveniente
del vehículo en movimiento y por ello dispararon. Se entendería que así haya sido conforme a su
formación como militares, indicativo de
que colocar a la SEDENA haciendo funciones civiles no es, en absoluto, lo más
recomendable.
Para cuestiones a las
que no hallamos soluciones fáciles, nos remitimos al pensamiento mágico. En ocasiones hasta “aluxes” andamos
anunciando, en un afán de distraer la atención de otras cosas. A este mismo pensamiento fantástico recurro
cuando trato de entender por qué los mexicanos nos sentimos con tanto derecho a
faltar a la verdad y a romper las reglas.
Hurgando los orígenes me voy hasta tiempos de la Conquista, tratando de
dilucidar si viene desde entonces el enojo contra los de nuestra misma raza, de
modo que no alcanzamos a concebir que robar, o sacar ventaja de un cargo, o
irse por la libre, perjudica a la sociedad.
Tampoco podemos cobijarnos en la hipótesis “cultural” de que el que no transa no
avanza, así haciendo ver al más astuto como el más aventajado.
Algo debe haber en la médula de nuestra constitución mestiza;
algo que nos dificulta ver con claridad los límites entre el bien y el
mal. Tal vez sea la formación familiar,
si los padres lo hacen, los hijos también.
Quizá sea una omisión en la atención: los padres no lo hacen, no vigilan
a los hijos y estos se van por el camino fácil.
O un tercer panorama: sin importar la dinámica familiar, un individuo comienza con asuntos chuecos, le va
bien, continúa y se diversifica. Sus
cercanos resultan beneficiados en lo material, por lo que no cuestionan,
simplemente disfrutan. Ello explicaría
que el grado de corrupción en nuestro país no tenga correspondencia con los
orígenes familiares o el nivel educativo de tantos delincuentes de cuello blanco, que de
tiempo atrás han amasado fortunas multimillonarias.
La inseguridad tiene un origen antropológico, o social, o
familiar, o emocional. Cuando la
autoestima es baja, se buscarán elementos externos para reforzarla. Con desplegar fuerzas del orden a lo largo y
ancho del país y sus instituciones, poco o nada se ha de lograr.
Querer resolver un problema social por la vía militar no es
el camino. En definitiva.