EN LOS ZAPATOS DEL
OTRO
Acaba de arrancar la iniciativa del ejecutivo para calificar
“oficialmente” las verdades y las mentiras que difunden los medios. Veo una labor muy ociosa en la que se
invertirá tiempo y dinero, cuando –está visto en estos tres años—que la única
verdad reconocida es la que proviene del propio ejecutivo o que lo
favorece. Ya hemos visto que, siguiendo
la tradición morenista, dicha iniciativa se hará porque se hará y punto.
De este asunto me paso a otro que a todos concierne. Tiene que ver con la opinión que guardamos
unos de otros y que da lugar a muchas controversias. Lo vemos dentro de la familia, en círculos de
amigos; en charlas de café o en centros laborales. Solemos valorar el desempeño del otro de
acuerdo con la forma como yo actuaría en su lugar. Todo aquello que sea distinto se califica con
una tacha, puesto que incumple lo que para mí, en lo individual, debería ser lo
correcto.
Ejemplos de lo anterior hay infinidad: Un asunto en el que
somos muy radicales es la religión. Defendemos a capa y espada la convicción
religiosa propia y tratamos de hacer proselitismo a favor de nuestra fe, dando
a entender que cualquier otra doctrina está mal. Muy en el fondo de los grandes conflictos
bélicos de la historia ha estado el factor económico: Se emprende la lucha por
la obtención de tierras o recursos, pero, como en capas de cebolla, en un nivel
más superficial vienen las doctrinas religiosas. El líder de cada lado enciende los ánimos de
sus subalternos apelando a la fe que se profesa, y que en un conflicto bélico
lleva a justificar enfrentarse con todo en el campo de batalla. Muy en el fondo el motor de la lucha es de
índole económica, pero queda muy justificado bajo el concepto de “guerras
santas”. Para ejemplos hay muchos, en
diversas etapas de la historia y en variadas latitudes.
Volviendo al tiempo actual y a nosotros, ciudadanos de a
pie: Somos proclives al chismorreo, a señalar tal o cual conducta ajena, que no
vaya de acuerdo con nuestro criterio:
Características físicas; modos de actuar; formas de pensar, son materia
idónea. Desde nuestra postura
pontificamos y señalamos que está mal lo que no se empareja con nuestro modo de
actuar. No alcanzamos a percibir lo
limitado de nuestros juicios. Cada ser
humano tiene un trasfondo histórico, un entorno particular y un libre albedrío.
En la medida en que su forma de pensar o de actuar, no dañe los principios
elementales de la convivencia humana, cada uno está en total libertad de actuar
como se le plazca.
En la cuestión de la rumorología tenemos a los que andan
buscando cómo entrometerse en vidas privadas y están los que se topan de casualidad con información
acerca de otros. Los que transmiten el rumor tal y como lo reciben, y los que le agregan de
su propia cosecha. Los que lo hacen como
un mero entretenimiento y los que llevan detrás una intención perversa. Me
recuerda un poco a lo que sucede cuando hay un accidente en la vía
pública. En seguida de que ha ocurrido
se forma un corro alrededor. No falta
quien dé instrucciones acerca de qué hacer, algo con lo que, como médico, me ha tocado lidiar más de
una vez. Frente a una colisión me
detengo para ver si puedo asistir a los heridos mientras llega la ambulancia, y
no ha faltado alguien del corro que comience a indicarme qué hacer. Cuando le pregunto si es médico y le hago ver
que yo sí soy, desaparece de escena. Pero a lo que iba, ese morbo por asomarse
a ver la tragedia de otros es una forma de autoafirmación, un decir, “yo estoy
bien frente a su desgracia”. Algo
parecido mueve al rumor, se convierte en una forma de poner en mal a otros
mediante mi dicho, sea basado en hechos reales o producto de mi imaginación. Es un modo perverso de autoafirmarnos frente a los demás.
Ponernos en realidad en los zapatos de otros; asumir que, si
no entiendo por qué hacen lo que hacen, de todas formas, tengo el deber moral
de aceptarlos y respetarlos. Que si
ellos no han venido directamente a
platicarme por qué hacen lo que hacen,
yo no tengo ningún derecho a sacar mis propias conclusiones. Y que si, efectivamente, ellos vinieron a compartirme
su situación, me corresponde atender, respetar y callar. Es necesario apegarnos a la regla de oro, de
no hacer a otros lo que no quiero que me hagan a mí.
En sitios públicos y en redes sociales hallamos grandes
ejemplos de la discriminación llevada al extremo. Uno inicia el ataque contra la postura de
otro, y de allí arranca la violencia entre bandos. Asuntos como raza, color, religión o género, entre
otros, han detonado lamentables actos violentos que no tendrían que haber
ocurrido, si supiéramos respetarnos los
unos a los otros, poniéndonos de verdad en los zapatos de quien piensa o actúa
de otra manera.