domingo, 4 de julio de 2021

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

EN LOS ZAPATOS DEL OTRO

Acaba de arrancar la iniciativa del ejecutivo para calificar “oficialmente” las verdades y las mentiras que difunden los medios.  Veo una labor muy ociosa en la que se invertirá tiempo y dinero, cuando –está visto en estos tres años—que la única verdad reconocida es la que proviene del propio ejecutivo o que lo favorece.  Ya hemos visto que, siguiendo la tradición morenista, dicha iniciativa se hará porque se hará y punto.

De este asunto me paso a otro que a todos concierne.  Tiene que ver con la opinión que guardamos unos de otros y que da lugar a muchas controversias.  Lo vemos dentro de la familia, en círculos de amigos; en charlas de café o en centros laborales.  Solemos valorar el desempeño del otro de acuerdo con la forma como yo actuaría en su lugar.  Todo aquello que sea distinto se califica con una tacha, puesto que incumple lo que para mí, en lo individual, debería ser lo correcto.

Ejemplos de lo anterior hay infinidad: Un asunto en el que somos muy radicales es  la religión.  Defendemos a capa y espada la convicción religiosa propia y tratamos de hacer proselitismo a favor de nuestra fe, dando a entender que cualquier otra doctrina está mal.  Muy en el fondo de los grandes conflictos bélicos de la historia ha estado el factor económico: Se emprende la lucha por la obtención de tierras o recursos, pero, como en capas de cebolla, en un nivel más superficial vienen las doctrinas religiosas.  El líder de cada lado enciende los ánimos de sus subalternos apelando a la fe que se profesa, y que en un conflicto bélico lleva a justificar enfrentarse con todo en el campo de batalla.  Muy en el fondo el motor de la lucha es de índole económica, pero queda muy justificado bajo el concepto de “guerras santas”.  Para ejemplos hay muchos, en diversas etapas de la historia y en variadas latitudes.

Volviendo al tiempo actual y a nosotros, ciudadanos de a pie: Somos proclives al chismorreo, a señalar tal o cual conducta ajena, que no vaya de acuerdo con nuestro criterio:  Características físicas; modos de actuar; formas de pensar, son materia idónea.  Desde nuestra postura pontificamos y señalamos que está mal lo que no se empareja con nuestro modo de actuar.   No alcanzamos a percibir lo limitado de nuestros juicios.  Cada ser humano tiene un trasfondo histórico, un entorno particular y un libre albedrío. En la medida en que su forma de pensar o de actuar, no dañe los principios elementales de la convivencia humana, cada uno está en total libertad de actuar como se le plazca.

En la cuestión de la rumorología tenemos a los que andan buscando cómo entrometerse en vidas privadas y están  los que se topan de casualidad con información acerca de otros.  Los que  transmiten el rumor  tal y como lo reciben, y los que le agregan de su propia cosecha.  Los que lo hacen como un mero entretenimiento y los que llevan detrás una intención perversa. Me recuerda un poco a lo que sucede cuando hay un accidente en la vía pública.  En seguida de que ha ocurrido se forma un corro alrededor.  No falta quien dé instrucciones acerca de qué hacer, algo con lo  que, como médico, me ha tocado lidiar más de una vez.  Frente a una colisión me detengo para ver si puedo asistir a los heridos mientras llega la ambulancia, y no ha faltado alguien del corro que comience a indicarme qué hacer.  Cuando le pregunto si es médico y le hago ver que yo sí soy, desaparece de escena. Pero a lo que iba, ese morbo por asomarse a ver la tragedia de otros es una forma de autoafirmación, un decir, “yo estoy bien frente a su desgracia”.  Algo parecido mueve al rumor, se convierte en una forma de poner en mal a otros mediante mi dicho, sea basado en hechos reales o producto de mi imaginación.  Es un modo perverso de autoafirmarnos  frente a los demás.

Ponernos en realidad en los zapatos de otros; asumir que, si no entiendo por qué hacen lo que hacen, de todas formas, tengo el deber moral de aceptarlos y respetarlos.  Que si ellos no han venido directamente  a platicarme  por qué hacen lo que hacen, yo no tengo ningún derecho a sacar mis propias conclusiones.  Y que si, efectivamente, ellos vinieron a compartirme su situación, me corresponde atender, respetar y callar.  Es necesario apegarnos a la regla de oro, de no hacer a otros lo que no quiero que me hagan a mí.

En sitios públicos y en redes sociales hallamos grandes ejemplos de la discriminación llevada al extremo.  Uno inicia el ataque contra la postura de otro, y de allí arranca la violencia entre bandos.  Asuntos como raza, color, religión o género, entre otros, han detonado lamentables actos violentos que no tendrían que haber ocurrido, si supiéramos  respetarnos los unos a los otros, poniéndonos de verdad en los zapatos de quien piensa o actúa de otra manera.

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