¿APARENTAMOS O AVANZAMOS?
Según los avances que ha tenido la humanidad podemos viajar en
el tiempo desde la Edad de Piedra hasta la Aldea Global, pasando por las
diversas eras según se logró encender fuego, fundir metales, industrializar a gran escala,
o comunicarse de manera masiva, dejando atrás los antiguos escribanos y
calígrafos. Con mi imaginación veo todos
estos procesos como ruedas de una delicada maquinaria de relojería que,
conforme pasa el tiempo se van haciendo cada vez más pequeñas, de modo tal que
avanzan a una velocidad cada vez mayor.
Bajo esta óptica los cambios que ha tenido la humanidad a
partir de los años noventa del siglo pasado, cuando la Internet desarrolló el concepto de hipervínculo han sido cada vez
mayores. (Hipervínculo, doy clic a una
palabra o frase que leo en un texto en la red, para conectarme a otro sitio, y de allí a otro y a
otro). Con los hipervínculos la Internet
dio algo así como un salto cuántico, para constituir la Aldea Global de la que
todos somos parte, tan vasta y compleja, que ahora tenemos algo nuevo que
aprender cada día.
Un elemento notable en el escenario digital de este siglo 21
corresponde a la imagen que damos a conocer a través de la red. Ahora cuando es
sencillísimo tomarnos una fotografía con el teléfono móvil, editarla y subirla
a cualquiera de las redes, comenzamos a tomar conciencia, de hasta qué grado
una imagen puede hablar acerca de nosotros, y como maniquíes en aparador, nos
esmeramos en lucir nuestro mejor gesto y las galas domingueras para adornar esa imagen, de manera
que, cuando hable de nosotros, lo haga bien.
Lo contradictorio es que en ocasiones se apuesta todo a la
imagen, descuidando hacerlo a la propia persona. Para ejemplos hay muchos, digamos la del político que gasta
grandes sumas de dinero del erario público en publicidad para sacar “spots” televisivos,
anuncios espectaculares y demás, para decir que hace aquello que en la vida real dista
mucho de cumplir. Ejemplos por desgracia
sobran en lo que a funcionarios públicos se refiere, como si apostar a la
imagen o al enunciado politiquero fuera suficiente para gobernar un pueblo y
hacer desaparecer como por arte de magia los problemas lacerantes que se están
padeciendo día con día.
Ahora bien, volviendo
a nosotros, “ciudadanos de a pie”, pareciera que nuestra búsqueda por una
identidad propia que nos satisfaga incluye ahora el mundo virtual. En otras
épocas esa definición de la propia persona
la hacíamos desde la adolescencia a través de charlas con los amigos,
conferencias o lecturas de libros, y ahora damos un brinco a la red. En este afán de presentarnos frente a los demás echamos mano
de reflexiones que hablan de aquellos ideales a los que aspiramos, mismas que
colocamos en nuestro muro como para no olvidarlas. En lo personal me llego a topar con personas que se manifiestan,
digamos, sumamente religiosas o filosóficas y publican preciosidades acerca del amor al
prójimo, pero cuando te las topas en la calle no te saludan, o bien olímpicamente te voltean
la cara y te ignoran. En esos momentos
pienso que tal vez en su imaginario haya dos tipos de “prójimos”, el prójimo
que sí los merece y el que no está a la altura… Porque
de otra manera hallo incongruente lo que se dice frente al modo como se actúa,
y por eso, más vale ser discretos al expresarse, en vez de hacerlo a voz en cuello,
para luego resultar blanco de críticas.
Ahora que esto escribo recuerdo a mi señor padre allá por
1975, cuando publicaba mis primeros artículos periodísticos; a raíz de algún
comentario muy moralista que puse (porque en ese tiempo, recién salida del
cascarón, confieso que era muy moralista).
Después de leerlo me dijo mi señor padre: “Cuídate de lo que dices,
porque con la vara de tus propias palabras vas a ser medida por los demás.” ¡Y
vaya que tenía razón el viejo! De modo que en estos poco más de cuarenta años
como columnista me he cuidado de emitir condenas que del mismo modo como son
lanzadas pudieran revertirse en mi contra.
Viene a mi mente un cuento de Jorge Luis Borges llamado “El
Jardín de los Senderos que se Bifurcan”, el cual habla de dos realidades, que para el
caso que nos ocupa son la verdadera y la virtual. Claro, en el cuento un ejército que probaba
una vía o la otra, finalmente llegaba a un mismo resultado, que era la victoria, algo que como bien sabemos, no sucede
fuera de la ficción. Ser de un modo en
las palabras y de otro en los actos, en este mundo nos lleva a complicaciones
de todo orden, que mucho entorpecen la convivencia.
¡Cuánta falta hace en nuestro mundo la congruencia entre el
ser, el hacer y el decir! La congruencia renueva la confianza, oxigena, tiende
puentes y finalmente construye esa sociedad que todos anhelamos tener.