domingo, 14 de febrero de 2021

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 DESDE EL ALMA

Poco usual en mí, que prefiero escribir en silencio, esta vez pongo algo de música.   Elegí una lista al azar.  Me atrapa la suite orquestal No 3 en re mayor de Bach; hace un efecto catalizador, de inmediato mis palabras comienzan a poblar  la pantalla y cobran vida.

Hoy es Día de San Valentín, fecha tradicional para celebrar el amor y la amistad.  Al margen del giro comercial que se le da, es buen momento para hacer un alto en el camino y revisar cómo andamos.  Hace un año apenas se escuchaba a la distancia la aparición de un virus en la provincia china de Wuhan.  Nosotros librábamos más o menos airosos  la cuesta de enero, propuestos a  emprender un año de retos, seguros de conquistarlos uno a uno.  Salíamos a celebrar con amigos, se intercambiaban corazones, regalos, pasteles y flores, aparte de los buenos deseos que, año con año, inundan las redes sociales, para desear a todos nuestros contactos lo mejor en esta fecha, aun cuando sean contactos casuales, de trabajo, o compañeros de primaria a los que no hemos visto en décadas.  Así las cosas, año con año, lo que me hizo recordar una colaboración de mis inicios periodísticos, allá por 1976, cuando poco antes del 14 de febrero había ocurrido un sismo en Centroamérica, y yo, con la pasión de mis veintes, manifestaba mi indignación por las banalidades de San Valentín frente a la tragedia de los hermanos latinoamericanos, misma que sólo conocíamos mediante imágenes en blanco y negro en las primeras páginas de los periódicos.  Como aprendiz del oficio de escribir, observaba el árbol y desatendía visualizar el bosque.  Pese a que el paso de los años hace lo suyo, sigo pensando que, como algunas otras fechas, el sector que más obtiene en San Valentín es el comercial.

Sigo escuchando, ahora viene un nocturno de Chopin.  Es entonces que recuerdo mis años de primaria, cuando estaba de moda regalar “valentines”, tarjetas en colores rojo, rosa y blanco, con leyendas alusivas a esta fecha de febrero.  Era como una competencia para ver quién obtenía más preseas.  En cierta forma ese intercambio dictaminaba los niveles de popularidad en el salón de clases.  Me recuerdo comprando aquellas graciosas tarjetas, que generalmente carecían de sobre y rotulando cada una con el nombre de las amigas que pasaban el filtro, no por otra cosa, sino  debido a que el número de niñas rebasaba el de tarjetas, y había que descartar algunas.  Me parece que esa misma costumbre la trasladamos a redes sociales para celebrar la amistad de manera  masiva, indiscriminada, como candidatos en campaña, lo que en lo personal me resulta empalagoso.  Y de aquí paso a lo que quiero comentar:

Ahora escucho la serenata para cuerdas de Tchaikovsky, y al paso de muchos años, recuerdo cuando la descubrí: Fue como una epifanía, me visualizo al lado de dos amigos melómanos como yo, que a la fecha conservo entre los más cercanos de mi vida.  Han estado allí en los momentos más difíciles; llegan sin ser llamados, justo cuando se requiere, en situaciones familiares graves, con  abierta generosidad. Qué maravilla descubrir ahora que, con cada acorde, llegan a mi memoria momentos mágicos que viví con uno y otra entonces, cuando estudiábamos la carrera, y que sigo viviendo cada vez que hablamos o nos llegamos a ver, dado que los tres vivimos en distinto lugar.

Así quisiera definir la amistad: Como ese “estar allí” siempre y de muy distintas maneras.  Es un callado acompañamiento igual de disfrutable como fortalecedor y necesario. Colocarnos en una misma sintonía para vivir juntos un fragmento de nuestras vidas, nada más porque sí, por el gusto de hacerlo.  Privilegio maravilloso que la vida nos otorga.  Y justo, como las buenas cosas, se da de manera callada, en la intimidad de un espacio profundo y enriquecedor, cuya esencia perdura en la memoria, así pase el tiempo.   Pienso en la palabra “amistad” y vienen, aparte de mis dos amigos melómanos, unos cuantos más con los que he compartido en todos estos años, una parte de mi alma. Lo he hecho con total confianza y sobrado placer.  Frente a esos pocos amigos  bajo la guardia  y me entrego a la corriente calma que va y viene para fortuna de ambos. Compartimos ideas, sentimientos, estados del alma; planes y proyectos. No tenemos que cuidar cada palabra antes de decirla, y entre ambos campea el buen humor.

¡Qué maravilla tener un amigo en el cual podemos vernos reflejados! Un amigo que es como el espejo: reflejo fiel y auténtico de nuestros goces, pero también de nuestros errores.  Un amigo que busca nuestro bien tanto como el suyo, de cuya boca sale la verdad, a pesar del disgusto que llegue a ocasionarnos.

Me despido con el dulce Schumann, deseando que celebren este día desde el alma, dando gracias al cielo por los amigos verdaderos.

REFLEXIÓN del padre Carlos Barco Soria


¡Nada que hacer!

Luego de haber visto a esta misma planta llena de follaje verde y cargada de racimos de las más deliciosas uvas, verla así puede confundirnos: parece que ha muerto y que ya queda nada por hacer.
Sin embargo la vid no ha muerto, ella descansa, duerme, y lo hace para despertar nuevamente llena de fuerza y vigor, y entonces, sólo entonces, poder dar frutos/vida de nuevo.

Parece que hasta la planta sabe que a veces hay que parar, porque no se trata de andar por andar, o de hacer por hacer, sino de vivir y dar vida.

¡Detente!

Revisa tu 2020, valora tus esfuerzos y descansa un poco... lo necesitas; reconoce tus errores y aprende de ellos, pero detente... a veces lo único que hace falta para recuperarse es detenerse, descansar, dormir un poco y entonces, sólo entonces, despertaremos con toda la energía suficiente para dar vida.

¡No vivas como si ya no hubiera más que hacer!

Estás vivo; descansa un poco y VIVE

“Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.”
Mateo 11, 28

Tomado de su página de Fb

Vacuna Covid-19: ¿Es segura la intercambiabilidad? Entrevista al Dr. Enrique Chacón

PROSA POÉTICA por María del Carmen Maqueo Garza



Cómo no amar al mundo, con sus pequeñas grandes maravillas que me sorprenden cada día. Cómo no asombrarme ante el despliegue de tonos claros que, como tapiz cambiante revisten su cielo de mañana.

Y por las noches, en cambio, ese mismo pedazo de universo se cubre de un terciopelo negro profundo sobre el que titilan los ángeles que se nos han adelantado.

Cómo no maravillarme ante el canto de la calandria; el milagro de que, en mañanas gélidas como esta, las avecillas recién nacidas no mueran por un frío que a mí me inmoviliza.

Cómo no plegarme ante el portento de la araña del tamaño de una lenteja, que construye catedrales de seda en cualquier rincón.

Trato de abarcar con mi mente esa perfecta armonía de mi pequeño patio, donde pasa la vida en mil formas distintas. Me enseña que, si cada criatura respeta los límites de las otras, el equilibrio se mantiene para bien de todas.

Ahí está Dios, entre mis macetas; escondido detrás de las hojas de una planta que se aferra al muro para avanzar y revestirse de  flores cuando sea su tiempo.  Está en el canto de las aves y en el filón de luz que, desde esta temprana hora, se cuela a través de un cielo que amenaza aguanieve.

¡Cuánto hay que aprender sobre la vida, desde sus tiernos inicios hasta la muerte que a todos nos rasa por igual! Ahí podemos leer tratados  acerca de la paz y la justicia que debería regirnos  a nosotros los hombres.  Todo está en asomarse un momento y dejarse arrobar por su grandeza maestra, los milagros que ocurren de manera incansable, para entender, de una vez por todas, al prodigioso universo en el que tuvimos la fortuna de nacer.

El hombre del bosque: Jadav Payeng

CONFETI DE LETRAS: Por Eréndira Ramírez



Transcurre mi vida con paso acelerado, cada vez parece apresurar el ritmo, quizá porque yo ya no le sigo el paso, porque hago más pausas y ya mis rutinas tienen más recreos.

Si bien ya no tengo la energía de antaño, tampoco mi presente requiere sea tanta, ahora me place ser contemplativa, puedo ser ociosa sin remordimientos, saborear cada sorbo de mi café matutino, aspirando en tanto el aroma grato de fresca mañana, regocijarme con la sinfonía de decenas de pájaros que en mi bugambilia me ofrecen gratuito sinigual concierto.

Mantengo mi mente y corazón activos, a la justa velocidad en que les impida dejar que los años les roben capacidad de sentir, de dar y recibir amor, de agradecer, de perdonar, de apreciar lo y a los que me rodean, en conservar la sensibilidad para reconocer más allá de mis necesidades y mis angustias. A disfrutar el tiempo que puedo dedicar sin reprochármelo ni lamentarlo; a estrechar mis relaciones afectivas con mi familia, con mis amigos, con aquéllos que de mí demanden afecto. Hoy tengo ese tiempo y la madurez de reconocer que es la mejor inversión para hacer de esta parte final de mi trayecto, un espacio de vida que valga la pena recorrer, cualquiera que sea su destino final.

El Valor de Compartir - Hacer que la alegría suceda