DESDE EL ALMA
Poco usual en mí, que prefiero
escribir en silencio, esta vez pongo algo de música. Elegí una lista al azar. Me atrapa la suite orquestal No 3 en re mayor
de Bach; hace un efecto catalizador, de inmediato mis palabras comienzan a
poblar la pantalla y cobran vida.
Hoy es Día de San Valentín, fecha
tradicional para celebrar el amor y la amistad.
Al margen del giro comercial que se le da, es buen momento para hacer un
alto en el camino y revisar cómo andamos.
Hace un año apenas se escuchaba a la distancia la aparición de un virus
en la provincia china de Wuhan. Nosotros
librábamos más o menos airosos la cuesta
de enero, propuestos a emprender un año
de retos, seguros de conquistarlos uno a uno.
Salíamos a celebrar con amigos, se intercambiaban corazones, regalos,
pasteles y flores, aparte de los buenos deseos que, año con año, inundan las
redes sociales, para desear a todos nuestros contactos lo mejor en esta fecha,
aun cuando sean contactos casuales, de trabajo, o compañeros de primaria a los
que no hemos visto en décadas. Así las cosas,
año con año, lo que me hizo recordar una colaboración de mis inicios
periodísticos, allá por 1976, cuando poco antes del 14 de febrero había ocurrido
un sismo en Centroamérica, y yo, con la pasión de mis veintes, manifestaba mi
indignación por las banalidades de San Valentín frente a la tragedia de los
hermanos latinoamericanos, misma que sólo conocíamos mediante imágenes en
blanco y negro en las primeras páginas de los periódicos. Como aprendiz del oficio de escribir,
observaba el árbol y desatendía visualizar el bosque. Pese a que el paso de los años hace lo suyo,
sigo pensando que, como algunas otras fechas, el sector que más obtiene en San
Valentín es el comercial.
Sigo escuchando, ahora viene un
nocturno de Chopin. Es entonces que
recuerdo mis años de primaria, cuando estaba de moda regalar “valentines”,
tarjetas en colores rojo, rosa y blanco, con leyendas alusivas a esta fecha de
febrero. Era como una competencia para ver
quién obtenía más preseas. En cierta
forma ese intercambio dictaminaba los niveles de popularidad en el salón de
clases. Me recuerdo comprando aquellas
graciosas tarjetas, que generalmente carecían de sobre y rotulando cada una con
el nombre de las amigas que pasaban el filtro, no por otra cosa, sino debido a que el número de niñas rebasaba el de
tarjetas, y había que descartar algunas.
Me parece que esa misma costumbre la trasladamos a redes sociales para
celebrar la amistad de manera masiva, indiscriminada,
como candidatos en campaña, lo que en lo personal me resulta empalagoso. Y de aquí paso a lo que quiero comentar:
Ahora escucho la serenata para
cuerdas de Tchaikovsky, y al paso de muchos años, recuerdo cuando la descubrí:
Fue como una epifanía, me visualizo al lado de dos amigos melómanos como yo,
que a la fecha conservo entre los más cercanos de mi vida. Han estado allí en los momentos más
difíciles; llegan sin ser llamados, justo cuando se requiere, en situaciones
familiares graves, con abierta
generosidad. Qué maravilla descubrir ahora que, con cada acorde, llegan a mi
memoria momentos mágicos que viví con uno y otra entonces, cuando estudiábamos
la carrera, y que sigo viviendo cada vez que hablamos o nos llegamos a ver,
dado que los tres vivimos en distinto lugar.
Así quisiera definir la amistad:
Como ese “estar allí” siempre y de muy distintas maneras. Es un callado acompañamiento igual de
disfrutable como fortalecedor y necesario. Colocarnos en una misma sintonía
para vivir juntos un fragmento de nuestras vidas, nada más porque sí, por el
gusto de hacerlo. Privilegio maravilloso
que la vida nos otorga. Y justo, como
las buenas cosas, se da de manera callada, en la intimidad de un espacio profundo
y enriquecedor, cuya esencia perdura en la memoria, así pase el tiempo. Pienso en la palabra “amistad” y vienen,
aparte de mis dos amigos melómanos, unos cuantos más con los que he compartido en
todos estos años, una parte de mi alma. Lo he hecho con total confianza y sobrado
placer. Frente a esos pocos amigos bajo la guardia y me entrego a la corriente calma que va y
viene para fortuna de ambos. Compartimos ideas, sentimientos, estados del alma;
planes y proyectos. No tenemos que cuidar cada palabra antes de decirla, y
entre ambos campea el buen humor.
¡Qué maravilla tener un amigo en
el cual podemos vernos reflejados! Un amigo que es como el espejo: reflejo fiel
y auténtico de nuestros goces, pero también de nuestros errores. Un amigo que busca nuestro bien tanto como el
suyo, de cuya boca sale la verdad, a pesar del disgusto que llegue a
ocasionarnos.
Me despido con el dulce Schumann,
deseando que celebren este día desde el alma, dando gracias al cielo por los
amigos verdaderos.