domingo, 25 de marzo de 2018

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EL DIFÍCIL ARTE DE LA CONVIVENCIA
Mientras que esto escribo siguen  desaparecidos tres jóvenes en el estado de Jalisco, al parecer levantados por las “fuerzas del orden”. ¿Su delito? Detenerse a revisar una falla de su vehículo después de haber grabado un documental como parte de un proyecto escolar de cine.  Tememos que se  repita la historia de muchos otros jóvenes que han  desaparecido  de manera similar, cuyas investigaciones han terminado en “carpetazo técnico”. Nadie parece hacer nada efectivo por dilucidar el ilícito, y éste se olvida cuando uno nuevo capta la atención del público.
      Lamentablemente sucede y sigue sucediendo aquello de imponer la fuerza bruta por encima de los derechos civiles de la población.  El Estado avala esa forma de utilizar las instituciones por parte de ciertos personajes turbios, y lo que es peor, en ocasiones no sólo avala dichas arbitrariedades, sino que las emprende por  cuenta propia.  Como si tener un pedazo de ley en las manos concediera a un individuo el derecho de atropellar a otros de manera discrecional.
     Es muy doloroso vivir en el país de “no pasa nada”, en el que es peor delito robar por hambre una tapa de huevos, que defraudar al fisco mediante sumas millonarias. Donde las acciones delictivas de un individuo quedan impunes en la medida en que  esté bien relacionado con quien tiene a su cargo  normar o juzgar los hechos. Nuestro México es el hermoso país rico en historia, en música,  artesanía y  variedad gastronómica, que ha dado grandes artistas y científicos, pero en el cual  alguien que se esforzó durante media vida por obtener un doctorado, percibe un salario diez veces menor al de un funcionario “chambón” que no llena el perfil del puesto, pero está allí  por  recomendaciones.
     Son muchas las condiciones que han propiciado esta forma de actuar.  Una –muy clara—ha sido la que tiene que ver con nuestra tibieza  a la hora de fijar límites, digamos, muchas faltas menores que se cometen a diario son vistas como “puntadas”, y claro, no pasa nada.  Si el individuo logró burlar la ley y salirse con la suya, solemos decir que es astuto o suertudo, pero difícilmente lo catalogamos como delincuente, aun cuando lo que cometió es un delito, grande o pequeño, pero un delito.  Caso contrario, al que trata de cumplir con la norma lo llamamos desde “ñoño” hasta “estúpido”, difícilmente reconocemos en él como una cualidad  tratar de obedecer lo establecido.
     Sólo para no olvidarlo, acaban de cumplirse 6 meses del sismo del 19 de septiembre. Vienen a la mente dos casos emblemáticos, entre muchos otros: El del Colegio Rebsamen y el de los donativos económicos provenientes del exterior.  No hay avance en las investigaciones de los edificios construidos de manera ilegal en un predio marcado como “escolar”, y las voces de los padres de los niños muertos se pierden en el desierto de la impunidad. Con relación a los cuantiosos donativos económicos,  nadie sabe dónde quedaron esas grandes sumas de dinero… a ratos da la impresión de que quienes debían hacerse responsables sólo esperan el cambio de sexenio para asegurarse que todo quede en el olvido.
     Comencé intitulando la presente colaboración “El difícil arte de la convivencia”, y ahora lo retomo.  Un punto fundamental dentro de todo grupo humano es que cada individuo pueda actuar con libertad, pero sin afectar los intereses de los demás.  En el escenario ideal, la propiedad privada, el derecho a la libre expresión, o a trabajar en lo que cada quien elija, son derechos fundamentales, cuyo límite está dado a partir del derecho de otros para hacer lo mismo.  Si pretendo rebasarlos, está la ley para advertirme y en su caso  sancionarme.   Difícil precisar a partir de qué momento histórico el mexicano decide  no reconocer esos límites y va más allá, atropellando los derechos de otros.  No sé si nació de su ambición y las instituciones lo respaldaron, o fue la laxitud de estas últimas lo que propició el cambio de pensamiento en el individuo.  El asunto es que en ambas situaciones,  se violenta el bien común.
     El arte de la convivencia: A partir del reconocimiento de los derechos del individuo, contentarnos cada uno de nosotros con los límites que el grupo señala, y desarrollar al máximo nuestras potencialidades. Dicen los especialistas que el principio del enriquecimiento desmedido es el miedo a no tener lo suficiente en el  futuro.  En lo personal encuentro una razón más,  pensamos que el reconocimiento social está dado por aquello que se tiene y no  por las obras que se emprenden.
     El proceso educativo es la base del cambio, rumbo al bien común. Educar para el corazón comenzando desde el hogar, hacer de nuestro México un país de ciudadanos felices que no utilicen el atropello para sentir que valen frente al mundo.

POESÍA de Mario Benedetti


El amor es un centro
Una esperanza un huerto un páramo
una migaja entre dos hambres
el amor es campo minado
un jubileo de la sangre
cáliz y musgo/ cruz y sésamo
pobre bisagra entre voraces
el amor es un sueño abierto
un centro con pocas filiales
un todo al borde de la nada
fogata que será ceniza
el amor es una palabra
un pedacito de utopía
es todo eso y mucho menos
y mucho más/ es una isla
una borrasca/ un lago quieto
sintetizando yo diría
que el amor es una alcachofa
que va perdiendo sus enigmas
hasta que queda una zozobra
una esperanza un fantasmita.

Cápsula: El efecto bombilla

Frases inspiradoras


"Muchas veces subestimamos el poder de una caricia, una sonrisa, una palabra amable, un oído que escucha, un cumplido honesto, o el más pequeño acto que demuestre que alguien nos importa, todos aquellos gestos que tienen el potencial de transformar una vida." 
Leo Buscaglia

Convivencia: Corto animado

CONFETI DE LETRAS


No hay peor ciego que el que no quiere ver. Si, definitivamente esa ceguera que nos impide ver todo lo que a nuestro alrededor nos proporciona cada día, desde el amanecer hasta el ocaso, es quizá una de las discapacidades más comunes en la humanidad.

No poder ver, teniéndola a veces frente a nosotros la maravillosa luz que desprende el amor, no ser capaces de distinguir el color de la esperanza, ser ajenos a un arco iris de emociones que nos alimentan el alma. Perdernos en la obscuridad de la frustración, de la depresión, no ver por falta de voluntad para hacerlo la oportunidad de ser feliz con lo que está a nuestro alcance.

Abrir los ojos a nuestra realidad, a toda la gama de emociones que conlleva el vivir, sin reservas, sin miedos, audaces, con la vehemencia que impulse a descubrir lo que se esconde más allá de nuestro campo visual. Aprender a ver con el alma, para no dejar que se vaya de paso aquello que después habremos de lamentar.
Encontrar la felicidad, vencer la fatalidad, ambas requieren de superar la ceguera espiritual que nos confina a ser seres autómatas, que pasan por el mundo sin encontrar el verdadero propósito para el cual se nos dio el invaluable don de la vida.

Danza espacial