domingo, 25 de marzo de 2018

CONFETI DE LETRAS


No hay peor ciego que el que no quiere ver. Si, definitivamente esa ceguera que nos impide ver todo lo que a nuestro alrededor nos proporciona cada día, desde el amanecer hasta el ocaso, es quizá una de las discapacidades más comunes en la humanidad.

No poder ver, teniéndola a veces frente a nosotros la maravillosa luz que desprende el amor, no ser capaces de distinguir el color de la esperanza, ser ajenos a un arco iris de emociones que nos alimentan el alma. Perdernos en la obscuridad de la frustración, de la depresión, no ver por falta de voluntad para hacerlo la oportunidad de ser feliz con lo que está a nuestro alcance.

Abrir los ojos a nuestra realidad, a toda la gama de emociones que conlleva el vivir, sin reservas, sin miedos, audaces, con la vehemencia que impulse a descubrir lo que se esconde más allá de nuestro campo visual. Aprender a ver con el alma, para no dejar que se vaya de paso aquello que después habremos de lamentar.
Encontrar la felicidad, vencer la fatalidad, ambas requieren de superar la ceguera espiritual que nos confina a ser seres autómatas, que pasan por el mundo sin encontrar el verdadero propósito para el cual se nos dio el invaluable don de la vida.

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