¿QUÉ HAY DETRÁS DE
LA MANO?
Esta semana han sido alrededor de quince tiendas de
conveniencia de una misma firma comercial.
A pesar de la falta de prevención con que respondieron los afectados, sí
logra verse en un par de tomas de cámaras fijas a individuos que ingresan con
una especie de bazucas con las que apuntan a distintas pilas de mercancía
exhibida y les prenden fuego. Su acción
incendiaria se acompaña de gritos que logran su objetivo: Espantar a la gente
que se hallaba en el inmueble. Se
contabilizan un par de muertes en estos hechos.
A ratos me imagino que son algo así como pandillas
callejeras de púberes que se encuentran midiendo fuerzas una frente a la
otra. A ver quién logra hacer más daño
en el menor tiempo. Siempre me he
preguntado si las mentes de estos individuos actúan por sí mismas o se hallan
bajo el influjo de algún químico psicoestimulante que los envalentona de este
modo.
Dentro de tal danza maligna una cosa es clara: La vida
humana ha perdido todo valor; la propiedad privada no existe, y todo lo que hay
alrededor de estos terroristas pirómanos es visto como objetivo al cual atacar.
No encuentro la palabra para describir a una sociedad como la nuestra, que
frente al ataque de la delincuencia organizada se queda pasmada, sin proceder
con acciones que puedan modificar esos patrones de conducta deletéreos.
El crimen organizado capta a niños y jóvenes para engrosar
sus filas. Posiblemente se trate de
chicos que hasta ese momento han pasado inadvertidos dentro de su entorno, y a
partir de ser tomados en cuenta para desempeñar determinadas funciones, sienten
que su vida adquiere sentido. Tal vez vengan por la vida cargados de resentimiento por lo
que sus familias o ellos mismos no han tenido, y están dispuestos a cobrar
venganza de un modo o de otro. Y si,
además, les pagan por hacerlo, pues mucho mejor para ellos.
La descomposición social inicia en casa con las figuras
parentales: Ya sea por omisión o por comisión.
Por ser padres que no están al tanto de lo que los hijos hacen, o que voltean para otro lado para no enterarse, o
que los incitan a tomar por mano propia aquello que, a su juicio, la historia
les ha negado por generaciones. Son familias disfuncionales en las
que poco o nada se practican los valores que mantienen a una sociedad compacta;
niños que van creciendo a la deriva, como plantas solitarias, de esas que
crecen junto a un poste o entre las baldosas.
De modo que cuando encuentran una tribu que llena su sentido de
pertenencia y que además les ofrece una retribución económica, se engancharán
sin pensarlo dos veces.
Es mucha casualidad que los ataques a las tiendas de
conveniencia en El Bajío se hayan dado con el mismo patrón en una misma
noche. Es lógico pensar que detrás de
todo ello hay un plan destructor con tintes políticos o económicos. Resulta muy doloroso descubrir que en nuestro
país eventos criminales como estos, o bien, nunca se esclarecen, o se
investigan y luego se reservan. No creo
que los grandes empresarios dueños de las tiendas no tengan modo económico de
resarcir estos daños, pero ¿qué hay de las vidas perdidas?...
Como ciudadanía que somos me parece que hay que
desintoxicarnos un poco de todo aquello que lleva a la normalización de la
violencia. A diario, en todos los medios, nos percatamos de ataques, muertos y
heridos. Lo hacemos con tal frecuencia,
que llega a crearse una especie de tolerancia, de modo que ya no percibimos el
impacto que cada pérdida tiene.
Comenzamos a ver los muertos como parte del panorama urbano, como
haríamos con un árbol o con un poste. Le
restamos las cualidades que hacen a cada ser humano especial, único y
fundamental para su comunidad.
¿Qué hay detrás de la mano que activa el arma flamígera?
¿Qué hay detrás de su furia al actuar, del poder que parece demostrar con esos
gritos con los que ordena a los incautos rehenes qué hacer? ¿Dónde está la
acción de las fuerzas del orden para contrarrestar, frenar o impedir estos
actos atroces? Resulta que cada vez tenemos más fuerzas armadas, pero, de
manera paradójica, se consigue en menor medida combatir las acciones
delincuenciales.
Imposible pararnos frente a la gran problemática nacional
para tratar de frenar su incontenible carrera.
Lo que sí podemos hacer, y nos corresponde, y a lo que estamos
obligados, es a voltear en nuestro entorno; ver ese chico que está a nuestro
alcance orientar y ayudar, y hacerlo.
Para esos grandes problemas no hay más que una ola de pequeñas acciones,
como marabunta, capaces de restarle
fuerza a esos consorcios criminales que
crecen cual sombras en la noche.
Nuestro papel como ciudadanos no se limita a señalar y quejarnos. Nos corresponde diagnosticar qué es lo que
sucede y actuar en consecuencia.