ACAPULCO: RAYOS X
Los habitantes del tercer milenio transitamos de pasmo en
pasmo. Cuando no son incendios forestales monumentales, son
desastres generados por el agua, como recién sucedió a lo largo de la Costa
Grande de Guerrero en nuestro país. Una
tormenta tropical cuyo comportamiento se previó por especialistas
norteamericanos con 21 horas de anticipación se convirtió en huracán. La
alerta, hasta donde se sabe en este momento, fue nota desestimada por el Estado
Mexicano, con las consecuencias terribles que hoy estamos viviendo. Tomó por sorpresa a oriundos y visitantes.
Las primeras horas después de lo ocurrido resultó imposible toda comunicación;
conforme empezaron a fluir las imágenes hemos visto escenarios que, de entrada,
se antojan fuera de toda realidad. No
nos explicamos cómo fue que un meteoro arrasó con tal cantidad de elementos
naturales, bienes inmuebles y muebles, en un par de horas. Hasta el momento se habla de menos de treinta
muertos, aunque esta cifra es poco compatible con la magnitud del meteoro, además
de que se lleva a cabo cuando hay fallas severas de comunicación, y aún no incluye
las zonas rurales afectadas por el huracán.
Por una u otra razón, en el corazón de los mexicanos
Acapulco ha ocupado un lugar especial.
En los años cincuenta se convirtió en la playa de moda que visitaban
grandes personajes de talla internacional.
Uno muy famoso fue Johnny Weissmüller, deportista y actor
norteamericano, el primer Tarzán cinematográfico de la industria hollywoodense. Él vivió parte de su vida y murió en este puerto del Pacífico. Por ahí se narra también una estancia romántica
de Elizabeth Taylor y Richard Burton, que ocupó titulares de diversos tabloides
de circulación nacional. Mi primer
contacto con esta costa está más allá de mi memoria: tenía dos años de edad y viajé
en compañía de mis papás y mi abuela materna. Conociendo a mi papá, debe haber sido un
viaje en un solo tiempo, desde Torreón hasta Acapulco. En ese entonces no existían las supercarreteras; desconozco
con exactitud cuántas horas habrá durado el trayecto, supongo unas veinte.
Además de que habrá sido en algún carro prestado, pues en ese tiempo mi familia
no tenía un vehículo propio. Hay una fotografía en la que aparezco en la playa
en brazos de mi padre, así como un óleo que pintó mi abuela materna donde estoy
sobre la arena, provista de una tina y una palita de juguete.
Quiero imaginar que, como estos mis recuerdos entrañables,
cada mexicano tendrá sus propias memorias de ese mar con los atardeceres más
bellos, que hicieron al poeta de la canción, Agustín Lara, escribir para su
amada María Félix aquello de “Acuérdate de Acapulco/de aquellas noches/María
bonita/María del alma…”
Es doloroso comenzar a ver esas imágenes que sugieren una
devastación total; lamentable no visualizar fuerzas del orden en ninguno de los
planeos hechos por las cámaras. No dudo
que los elementos hayan andado atendiendo otras zonas afectadas; ello no resta
nada a la sensación de impotencia frente a las tomas de video de la mayor
rapiña de la que tenga memoria. Grupos de ciudadanos literalmente vaciando de
electrodomésticos y ropa de marca los grandes almacenes con total calma, como
si supieran que ninguna autoridad se los va a impedir. No vimos mayor presencia de la gobernadora
Salgado, más allá de una imagen aparentemente tomada durante la madrugada del
viernes 27. El Presidente López Obrador
viajó por carretera de manera accidentada la tarde del jueves 26. Alcanzó a llegar a la Estación Naval para una
reunión de emergencia, y de ahí regresó a Palacio Nacional, para atender sus
eventos mañaneros del viernes. Según señaló en esa conferencia él ya no regresará a Guerrero, dejando el
manejo de la urgencia en manos de sus secretarios.
No alcanzo a concebir los costos que tendrá la
reconstrucción, limpieza y rehabilitación de la zona turística, cuando
alcanzamos a ver edificios que, en su estado actual, parecieran construidos de
madera y papel. Además de las pérdidas
millonarias que vayan a registrar los empresarios por la descarada rapiña de
propios y extraños. Esas escenas me
traen a la memoria el refrán popular que reza: “La ocasión hace al ladrón”, o
bien el que dice: “De que me lo lleve yo, a que se lo lleve mi compadre, me lo
llevo yo”. Podemos afirmar que esta actitud tiene mucho que ver con la política
de los abrazos, que no ha hecho más que disparar la criminalidad en gran parte
del territorio nacional.
Acapulco hoy es una radiografía que revela las grandes
fallas de un sistema más ocupado por los índices de popularidad que por la resolución
puntual de problemas. Que, con el
discurso anticorrupción, quitó los fondos de apoyo urgentes para estos casos.
Al costo económico habrá que añadir el político. Al tiempo.