domingo, 29 de octubre de 2023

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

ACAPULCO: RAYOS X

Los habitantes del tercer milenio transitamos de pasmo en pasmo.  Cuando no son  incendios forestales monumentales, son desastres generados por el agua, como recién sucedió a lo largo de la Costa Grande de Guerrero en nuestro país.  Una tormenta tropical cuyo comportamiento se previó por especialistas norteamericanos con 21 horas de anticipación se convirtió en huracán. La alerta, hasta donde se sabe en este momento, fue nota desestimada por el Estado Mexicano, con las consecuencias terribles que hoy estamos viviendo.  Tomó por sorpresa a oriundos y visitantes. Las primeras horas después de lo ocurrido resultó imposible toda comunicación; conforme empezaron a fluir las imágenes hemos visto escenarios que, de entrada, se antojan fuera de toda realidad.  No nos explicamos cómo fue que un meteoro arrasó con tal cantidad de elementos naturales, bienes inmuebles y muebles, en un par de horas.  Hasta el momento se habla de menos de treinta muertos, aunque esta cifra es poco compatible con la magnitud del meteoro, además de que se lleva a cabo cuando hay fallas severas de comunicación, y aún no incluye las zonas rurales afectadas por el huracán.

Por una u otra razón, en el corazón de los mexicanos Acapulco ha ocupado un lugar especial.  En los años cincuenta se convirtió en la playa de moda que visitaban grandes personajes de talla internacional.  Uno muy famoso fue Johnny Weissmüller, deportista y actor norteamericano, el primer Tarzán cinematográfico de la industria hollywoodense.  Él vivió parte de su vida  y murió en este puerto del Pacífico.  Por ahí se narra también una estancia romántica de Elizabeth Taylor y Richard Burton, que ocupó titulares de diversos tabloides de circulación nacional.   Mi primer contacto con esta costa está más allá de mi memoria: tenía dos años de edad  y viajé  en compañía de mis papás y mi abuela materna.  Conociendo a mi papá, debe haber sido un viaje en un solo tiempo, desde Torreón hasta Acapulco. En ese entonces  no existían las supercarreteras; desconozco con exactitud cuántas horas habrá durado el trayecto, supongo unas veinte. Además de que habrá sido en algún carro prestado, pues en ese tiempo mi familia no tenía un vehículo propio. Hay una fotografía en la que aparezco en la playa en brazos de mi padre, así como un óleo que pintó mi abuela materna donde estoy sobre la arena, provista de una tina y una palita de juguete.

Quiero imaginar que, como estos mis recuerdos entrañables, cada mexicano tendrá sus propias memorias de ese mar con los atardeceres más bellos, que hicieron al poeta de la canción, Agustín Lara, escribir para su amada María Félix aquello de “Acuérdate de Acapulco/de aquellas noches/María bonita/María del alma…”

Es doloroso comenzar a ver esas imágenes que sugieren una devastación total; lamentable no visualizar fuerzas del orden en ninguno de los planeos hechos por las cámaras.  No dudo que los elementos hayan andado atendiendo otras zonas afectadas; ello no resta nada a la sensación de impotencia frente a las tomas de video de la mayor rapiña de la que  tenga memoria.  Grupos de ciudadanos literalmente vaciando de electrodomésticos y ropa de marca los grandes almacenes con total calma, como si supieran que ninguna autoridad se los va a impedir.  No vimos mayor presencia de la gobernadora Salgado, más allá de una imagen aparentemente tomada durante la madrugada del viernes 27.  El Presidente López Obrador viajó por carretera de manera accidentada la tarde del jueves 26.  Alcanzó a llegar a la Estación Naval para una reunión de emergencia, y de ahí regresó a Palacio Nacional, para atender sus eventos mañaneros del viernes. Según señaló en esa conferencia  él ya no regresará a Guerrero, dejando el manejo de la urgencia en manos de sus secretarios.

No alcanzo a concebir los costos que tendrá la reconstrucción, limpieza y rehabilitación de la zona turística, cuando alcanzamos a ver edificios que, en su estado actual, parecieran construidos de madera y papel.  Además de las pérdidas millonarias que vayan a registrar los empresarios por la descarada rapiña de propios y extraños.  Esas escenas me traen a la memoria el refrán popular que reza: “La ocasión hace al ladrón”, o bien el que dice: “De que me lo lleve yo, a que se lo lleve mi compadre, me lo llevo yo”. Podemos afirmar que esta actitud tiene mucho que ver con la política de los abrazos, que no ha hecho más que disparar la criminalidad en gran parte del territorio nacional.

Acapulco hoy es una radiografía que revela las grandes fallas de un sistema más ocupado por los índices de  popularidad que por la resolución puntual de  problemas. Que, con el discurso anticorrupción, quitó los fondos de apoyo urgentes para estos casos.

Al costo económico habrá que añadir el político. Al tiempo.

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