PROBLEMAS DE PRIMER ORDEN
Dentro del país existen entidades como focos rojos, en las
que en cualquier momento el crimen organizado descompone la más tranquila de
las mañanas, y para muchas familias las descompone para siempre. Con esto en mente, el profesor Eduardo
Alcántara de quinto año de la escuela primaria 24 de febrero en Guaymas, Sonora,
decidió emprender junto con sus alumnos, un simulacro de cómo reaccionar en una
eventual balacera. Los escolares siguieron instrucciones para saber el modo de
actuar ante tal emergencia. El video se
hizo viral, y en menos de 24 horas las autoridades de la SEP en Sonora
expresaron su indignación hacia el
docente, mencionando que hacer simulacros era una forma de normalizar la
violencia e inquietar a los niños. Poco
menos de una semana después, en la población de Empalme, en el mismo estado
sonorense, ocurre una balacera real en las proximidades de una escuela de
educación básica. Esta vez el video que
se viraliza es el de pequeños de aproximadamente 6 años, dentro de un salón de
clases practicando el “pecho-tierra”, mientras la maestra logra mantenerlos
tranquilos y en orden hasta que pasa el refuego.
Se repite una vez más ese fenómeno tan constante en el
actual sexenio: la confrontación entre el México que se cuenta en el discurso
oficial y el México real que vivimos los de a pie cada día, en el que nacer
implica, desde el primer momento, un creciente riesgo de morir a causa de la
violencia. A mediados del siglo pasado los niños perdían la vida debido a
enfermedades como la tosferina o la poliomielitis. Hoy lo hacen a causa de
violencia familiar, de género o proveniente del crimen organizado.
Otro grave problema para nuestra población infantil, que no
se está revisando a fondo, es el de la introducción de sustancias tóxicas en
las escuelas de enseñanza básica y media superior. Se presentan como pastillas de dulce de colores
llamativos, que se ofrecen a los menores de forma casual como si se tratara de caramelos. Tóxicos potenciales capaces de llevar a la
muerte o a la discapacidad permanente a quien los consume.
Hasta el momento de escribir esta colaboración, nadie conoce
la verdad a fondo respecto a lo que viene sucediendo desde el mes de junio, en
diversos planteles de educación primaria y secundaria, fundamentalmente en los
municipios de Tapachula, Tuxtla y Bochil en Chiapas, y de Chalco en el Estado
de México. Los alumnos, estando dentro
del plantel, comienzan a sentirse mal, al grado de ameritar atención
médica. En el caso de Bochil se trató de
110 alumnos de secundaria en un mismo día.
La actitud de las autoridades no ha pasado de ser tibia, minimizando lo
acontecido, ofreciendo explicaciones por salir del paso, y ahora sí que poniendo
en práctica la palabra que ellos mismos
satanizaron al reprender al maestro de Guaymas: El Estado en sus distintos niveles está
“normalizando” estos casos, con investigaciones “por encimita” y juicios
temerarios, que no llevan a la resolución del problema.
Algún columnista lo
ha expresado de manera magistral, yo me adhiero a sus palabras: La infancia es
el período para que un niño esté hincado en el suelo jugando canicas, no
haciendo “pecho-tierra”. Y, me permito agregar a lo anterior: la adolescencia
es la etapa de exploración personal
hacia la autodefinición. Tiene sus grandes riesgos; el jovencito puede acceder
de manera imprudente a sustancias
tóxicas. Algo que hace por iniciativa propia y que tantas veces termina en
tragedia. ¡Vaya!, una cosa es que él
mismo se provoque un daño en su búsqueda, y otra muy distinta que el
agente tóxico llegue a su organismo sin que esté consciente de ello. Un
tiempo que por sí mismo es complicado a causa del despunte hormonal, se
complica aún más por estas violaciones a su espacio seguro que es la escuela.
Termino una novela de Alma Delia Murillo. La historia gira en torno a la búsqueda del
padre por muchos años ausente, que hace la protagonista desde la ciudad de
México hasta La Mira en Michoacán, donde supone que él se encuentra. Un mal presagio la lleva a apurar su viaje. De entrada, la autora deja caer una frase contundente
que va mucho más allá de los márgenes del libro. Se permite la apropiación
de la gran novela de Rulfo al afirmar:
“En este país todos somos hijos de Pedro Páramo”. Expresión que viene a llenar esas grandes
oquedades que han ido quedando en México, cuando la autoridad es tibia o de plano está ausente. Más allá del sentido original que le da la autora, para
referirse a que alrededor de 6 de cada 10 hogares mexicanos están encabezados
por una mujer.
Retomar lo sagrado de la infancia. Respetar sus espacios. Garantizar la
seguridad. Favorecer un desarrollo del todo armónico: Tarea obligada entre
gobierno y ciudadanía.