domingo, 30 de octubre de 2022

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez





La muerte solo es el final de una parte física de la existencia. Nadie muere del todo, permanece, trasciende, genéticamente en un gran número de casos, otras tantas a través de acciones, de enseñanzas, de la transmisíón de afecto, de hábitos. 

Somos seres de paso, pero hacemos camino y dejamos huella, en algunos, en muchos, pero nadie, por efímera que sea su vida, pasa sin haber dejado señal de su existencia.

Quiero compartirles una experiencia, que quizá suene a algunos una trivialidad, pero que a mi me hizo ver como puede sentirse esa energía de aquellos que permanecen en nosotros más allá de su muerte.

Mi pequeña mascota, Ringo mi perrito maltés y yo solíamos salir por las mañanas a un paseo muy breve alrededor de la casa; por años esa fue mi rutina, por muchos años. Hace unos meses regresé a mi tierra natal, y los recorridos empezaron a ser de mayor amplitud hacia un parque cercano.
Poco a poco Ringo empezó a dirigirme por distintos rumbos; me pareció interesante dejarlo guiarme. Todos los días era un camino distinto, a veces distante de casa; creo que habré recorrido todas las calles aledañas a la mía, en los diferentes puntos cardinales.

Un domingo fue extremo y para cuando me di cuenta, Ringo me guiaba lejos de casa. Ya teníamos dos horas caminando, estaba casi a punto de llegar a la que fuera la casa de mis padres.

La nostalgia y el cansancio, me hicieron sentarme en una banqueta en plena avenida, de las de mayor tránsito en Chihuahua. En ese momento, llegó a mi una fuerte sensación: la presencia de mi madre en mi memoria y en mi corazón, recordándome cómo ella siempre, mientras le fue posible realizaba todas las mañanas largas caminatas. Recordé cómo me decía que cambiaba rutas para evitar la monotonía de siempre ver los mismos lugares.

Ahora yo hacía lo mismo a diario, sin que fuera algo que voluntariamente hubiera decidido; en cierta forma dejándome llevar por una mascota que tiene espíritu aventurero que apenas descubro.

Sentí, lo que quizá para una mayoría sea irrisorio: de alguna manera ahora repetía rutinas de mi madre, que definitivamente no me eran propias, ni siquiera imaginadas, y que increíblemente hasta gozara, porque caminar no es, lo confieso, una actividad que alguna vez disfrutara.

Ringo y yo a diario nos deleitamos con un amanecer distinto y divertido, conociendo caminos nuevos que él decide, y manteniendo en todo el recorrido la presencia de mi madre que nos acompaña y sonríe, porque lo que nunca me pudo animar a hacer en vida, se logra a través de mi mascota.

La energía y el amor de mi madre no tiene barreras infranqueables.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario