EL CANTO DE LA CALANDRIA
Esta vez no pensé que pudiera concluir mi tarea semanal a
tiempo. Una calandria que se había
ausentado desde hace meses, hoy me está dando serenata. Sospecho que me la manda desde el cielo mi
mejor amigo José Clemente, quien justo hoy cumple su primer aniversario
luctuoso, y que –seguramente-- para que no me entristeciera por la ocasión, mandó
por delante a la calandria a cantarme todo el fin de semana. Es curioso, comencé a escucharla en la
ventana de mi oficina; luego me movilicé a otras habitaciones, y lo mismo hizo
la calandria para instalarse en alguna rama próxima a aquellos ventanales, y así
continuar su concierto. Regresé a mi oficina, y lo mismo hizo el ave canora
que, con cada línea que escribo, varía de tonada en su amplio repertorio. Mi
querido José, hoy te recuerdo como siempre hago, sé que estás bien y que algún
día volveremos a encontrarnos. Gracias por el concierto.
El canto de la calandria me ayudó a consolidar la idea que
venía esbozando para esta colaboración.
Quiero hablar acerca de nuestra actitud frente
a las redes sociales, y el modo como aquellos contenidos que mandamos nos
dibujan como personas. El gobierno norteamericano
retoma la posibilidad de revisar
nuestras redes sociales dentro de los requisitos para tramitar una visa de
ingreso a aquel país. Buscan cualquier
contenido relacionado con actividades potencialmente peligrosas, lo que es muy
entendible. Por otro lado vemos cómo ha quedado demostrada la vulnerabilidad de
nuestros datos en redes como Facebook. En lo personal encuentro hasta estremecedor
imaginar que todo contenido que busque o publique en Internet deja una huella
digital imborrable, más todavía que cualquier otro medio. No alcanzamos siquiera a imaginar lo que
existe acerca de nuestra persona en la red, al alcance de voluntades ajenas a
nosotros, imposibles de identificar.
Ello me llevó a cuestionar hasta qué punto estamos
conscientes de la responsabilidad que implica el uso de las redes sociales
dentro de nuestra sociedad. Particularmente lo pienso ahora que han arrancado todas las campañas políticas. Ya hemos visto que se ponen buenas las peleas
con lodo entre candidatos, y mi pregunta como ciudadana es, ¿vamos a permitir
que ese lodo llegue a cegarnos al momento de decidir nuestro voto?
Al día recibimos infinidad de mensajes, propuestas y cosas
chuscas. Que llegue a mi equipo no implica
que yo los reenvíe de inmediato, al
menos es lo que se esperaría de nosotros como entes pensantes: Leer, aquilatar,
y tomar la decisión de enviar o eliminar.
Y no me refiero solamente a los mensajes de corte político sino a todo
lo que ponemos a circular. Tal vez modifiquemos nuestra actitud si imaginamos
que cada envío es como un punto dentro de una pintura impresionista, y que a la
vuelta del tiempo aquel conjunto de puntos va a dibujar la imagen personal que proyectamos al mundo.
En lo particular –reconozco—soy muy puntillosa con la palabra
escrita, tanto que en ocasiones modifico dos o tres veces un párrafo hasta que
me convence de que está diciendo justo
lo que yo quiero expresar, y no otra cosa.
Sé que es una conducta que frisa con lo obsesivo, y aún así algunas
veces me sorprendo cometiendo lamentables erratas. Cada palabra tiene un peso específico, para
mí tan grande, que una palabra dicha de cierto modo en un determinado momento,
llega a modificar toda la existencia de un ser humano.
La invitación después del canto de la calandria, es a ser
más prudentes en los contenidos que manejamos en redes sociales. Más selectivos a la hora de leer, ponderar
qué dice el mensaje, quién lo envía, cómo lo documenta, y si hay una intención
oculta tras el mismo. Mucho más sensatos
a la hora de reenviar, haciéndonos plenamente responsables de aquellos
contenidos. Por desgracia el uso de la
Internet produce una lectura superficial y fugaz, que nos puede llevar a
grandes errores de apreciación.
Recientemente se publicó en cierto chat algo así: “Mañana lunes habrá venta de tacos
de barbacoa afuera de la iglesia de la Luz. Lo recaudado será para ayudar a los
niños de Chiapas”. Al minuto comenzaron las preguntas: ¿Cuándo es la venta?
¿Qué es lo que van a vender? ¿Dónde será la venta? ¿De qué son los tacos? ¿Para
qué se organiza la venta? ¿Unos niños de dónde?... Este tropel de preguntas
puso en evidencia que habíamos leído de tal manera mal, que captamos la
información de manera fragmentada y equívoca, ¿o no?
Vamos saneando las redes de contenidos, contribuyendo a que
no circule todo lo que recibimos.
Hagamos una lectura crítica de aquello que nos llega, ¿proviene de una
fuente confiable? ¿Es congruente? ¿Desde dónde está escrito, con qué intención?
Eso será nuestra mejor huella en Internet, no nos quepa la menor duda.