domingo, 1 de abril de 2018

CUADROS URBANOS por María del Carmen Maqueo Garza

EL DÍA DE LA CONEJA
En el mes que hoy inicia se cumplen 34 años de que llegué a esta ciudad fronteriza por 6 meses, pero como dicen los oriundos, “tomé agua del Bravo” y aquí sigo.
     A ambos lados del caudaloso río que divide dos países en su geografía, palpita la vida de un modo muy singular, como no sucede en ninguna otra parte de México. Los de uno y otro lado son hermanos de sangre, de costumbres, de ocupación. El puente internacional número 1, en sus inicios de madera, vino a sustituir la función que hasta entonces llevaban a cabo las barcazas para el cruce de personas y mercancía entre ambas fronteras. En la actualidad su mole de concreto presenta, según el día de la semana del que se trate, un flujo particular: Estudiantes de la High School; obreros que cruzan a tomar la “combi” rumbo a San Antonio, después de visitar a la familia por el fin de semana; empleados de los distintos comercios, o residentes del lado americano que hacen sus compras del lado mexicano. Además de los imperdibles clientes de las “pulgas” cada lunes y viernes. Es un conjunto de rostros, modos de caminar e indumentarias que hablan por sí mismas, un lenguaje único. Es la expresión corporal de la frontera de padres y abuelos, una expresión única que nada podrá quebrantar.
     Hoy es “Día de la Coneja”. Más que domingo de Pascua, la fiesta lleva el nombre de una actividad que en el vecino país del norte es tan característica, la búsqueda de huevos que escondió la coneja traviesa en este día. El evento es familiar, se lleva a cabo en espacios abiertos, y en derredor al mismo se teje todo un entramado de actividades singulares. Con mucho tiempo incontables familias recolectan cascarones de huevo que luego pintan de vivaces colores y rellenan de confeti o harina. Finalmente sellan su abertura con un pedazo de papel de china. Los días previos a este domingo se ponen a la venta las tapas de cascarones, además de canastas multicolores que contienen algún juguete alusivo a la ocasión y diversas golosinas, para deleite de los niños y uno que otro papá goloso.
     Todo ello da pie a memorables reuniones familiares, carnes asadas –como el propio Vasconcelos describiría en su “Ulises Criollo”--, de las cuales se recogen y conservan bellas memorias para obsequiar a hijos y nietos. Mucho se ha perdido la ancestral costumbre de, al caer la tarde, sacar sillas y mecedoras a la banqueta para platicar con familiares y vecinos. Esta actividad se lleva a cabo hoy, tal vez en la cocina familiar, mientras la madre palotea “las de harina”, y el resto de integrantes charla animadamente sobre las novedades del día, o sigue la telenovela en turno. 
     Esta frontera viva, original y auténtica, no podrá ser sometida por elementos ajenos a la misma. Seguirá escapándose una y otra vez a la sujeción de ordenamientos que pretendan sofocarla. La cultura es híbrida en historia y tradiciones, compartida por la magia y por la sangre, desde antes de la promulgación de límites fronterizos en 1886. Es la frontera indomable que da muestra de su vigor durante las grandes fiestas como la de hoy, que nos indica una vez más, que sobre la mesa familiar que todos compartimos, no puede levantarse un muro que divida a los hermanos de una misma sangre.

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