FURIA: ORIGEN Y DESTINO
Un amigo relataba algo que acaba de vivir: Siete días de retiro sin contacto alguno
con la tecnología. Ese desprendimiento
de los medios electrónicos, anteriormente muy sencillo de lograr, hoy es un
reto que no cualquiera se anima a
enfrentar. Nos hemos vuelto dependientes de nuestros aparatos, pegados a la pantalla de manera automática,
hasta irracional. Llegamos al grado de
interrumpir lo que estemos haciendo por atender ese mágico timbre, con un poder de atracción como ninguno.
Paradójicamente
la comunicación con nuestra familia, amigos o compañeros de trabajo, esos seres
humanos que tenemos a nuestro lado, es tarea
cada vez menos socorrida y más dificultosa.
El escenario habitual en cualquier urbe es
un grupo de personas que se hallan físicamente una junto a la otra, pero distantes, cada cual
con el espíritu metido en un adminículo del tamaño de la palma de su mano,
enajenado.
No se ama
lo que no se conoce, y la vida, para amarse, necesita primero conocerse. Existir
en el tercer milenio implica situaciones de solitud, nos sentimos solos y de
ribete nos aislamos más. No nos enteramos, ni nos importa, si el sol salió, si
nuestros seres amados amanecieron bien, o quieren platicar con nosotros. La convivencia sabrosa entre
humanos una tarde cualquiera, es pieza de museo.
La mala calidad de la educación escolarizada
tampoco favorece conocer el mundo que nos rodea; es
casi seguro que, si a un chico de secundaria le preguntamos cuántos continentes
hay, o cuál es la capital de Costa Rica, o el nombre del río que cruza Londres,
nos ponga cara de extrañeza para contestarnos que ni sabe ni le interesa.
¡Claro! La
idea que prevalece es muy simple, para qué batallar leyendo un libro o estudiando una
materia, si en el momento cuando se requiera se busca en Internet y ya… Aun
cuando por esa vía se resuelve la urgencia inmediata, estamos muy lejos de aprender a conocer y amar
nuestro planeta de esa manera. Por otra parte, haber eliminado del programa
oficial la materia de Civismo no favorece poder afianzar un código de ética ciudadana. Yo recuerdo que mi maestro de Civismo en secundaria nos obligó
a memorizar treinta y tres artículos de la Constitución, de modo tal que al
menos salimos a la vida sabiendo cuáles son nuestros derechos y nuestras
obligaciones básicas.
Todo lo
anterior para decir que entonces no nos extrañe la actitud de los
autodenominados “anarquistas”, infiltrados en las movilizaciones del pasado 2
de octubre en el Centro Histórico de la ciudad de México. Vale la pena echar un vistazo a cualquier video
de ese día, para observar el grado de violencia con que esos individuos
arremeten contra todo y contra todos, poniendo hasta la última fibra de su ser
en atacar, golpear, destruir y dañar. A
través de las imágenes se percibe a cada uno de ellos muy enojado con la vida, aprovechando al máximo la ocasión de arremeter
contra ella. Algo así como la rabieta de un niño muy caprichudo, pero con la
fuerza física de un adulto corpulento y armado, en donde uno y otro quieren
demostrar a la autoridad que están en su contra, que la odian, y que quieren
acabar con ella.
Frente a situaciones
como ésta la mayoría estamos en desacuerdo,
pero después de ello no se nos ocurre
qué más hacer, y con toda seguridad no nos
atreveríamos, en dado caso, a intervenir para detener su furia, cuando está
visto que ni los granaderos pudieron contenerlos. Hay quienes se preguntan si estarán
patrocinados por López Obrador, porque curiosamente cuando hay movilizaciones
de MORENA no ocurren estos desmanes. Hay quienes comienzan a verlas como
expresiones apocalípticas, y hay quienes pensamos que hay una relación causal
factible de modificarse para desalentar este tipo de comportamientos.
Nuestros menores han crecido en la cultura del
no-respeto y la irresponsabilidad, en gran medida influenciados por un sistema
de gobierno (familiar, escolar y civil) que no ha sabido
fijar límites. Desde que son pequeños no
se sanciona una mala acción, o hasta se festeja, transmitiendo el mensaje de que cada quien haga lo que le dé la
gana. No es infrecuente entonces, que en las tiendas de
autoservicio hallemos gran cantidad de mercancía dañada o incompleta; cualquiera
puede romperla, descompletarla o
robarla, que al cabo no pasa nada.
Cuando conduzco, si me da la gana me paso la
luz roja o rebaso por la derecha, al fin
que la autoridad no se impone, y si hay bronca “pues ahí nos arreglamos, y ya”.
Ese gran hueco
que mueve a nuestros jóvenes a la violencia, necesita ser llenado con amor,
comenzando por casa cuando son pequeños,
para formar ciudadanos que amen la vida
en todas sus formas, y sepan cuidarla.