domingo, 21 de diciembre de 2025

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 RECUENTO DE BENDICIONES

Diciembre es una buena época para ponernos memoriosos, no de manera gratuita, sino como un recuento de fechas desde que tenemos memoria hasta la actualidad, para dar gracias al cielo por las bendiciones recibidas.

La primera navidad que recuerdo al lado de mis padres tenía yo tres años. Vivíamos en un departamento en segunda planta, sobre la céntrica avenida Matamoros en la ciudad de Torreón, justo frente a la Catedral del Carmen. Fueron no más de nueve años de residencia en ese inmueble, que de muchas maneras marcaron mi vida. Viene a mí la mañana de Navidad en la que, a mis cuatro años, estaba por primera vez consciente de lo que había pedido en mi carta al Niño Dios, y que esperaba con ilusión que se me cumpliera: Llegar a la sala, encontrar el pino encendido y debajo un triciclo rojo marca “Apache” provisto de un gran moño navideño, generó una emoción que a la fecha no puedo olvidar. Como en una película me veo a mí misma llegar a la sala y hacer a un lado a mis papás que me custodiaban, con un espontáneo y nada diplomático “Quítate”, para correr a alcanzar el esperado regalo.

Evoco las posadas laguneras en la colonia Los Ángeles, organizadas por la señora Amada Zertuche. Recorríamos varias casas cercanas a la suya siguiendo la petición de posada y con velitas encendidas, hasta la casa de la señora Amadita, donde rompíamos la tradicional piñata y recibíamos bolos. De esa misma época recuerdo el nacimiento de mis vecinas Doña Herlinda y Delfina Armendáriz, dos mujeres mayores dueñas de un estanquillo frente a mi casa, que desocupaban un cuarto completo para montar el nacimiento con más de cien piezas de barro y plástico y todos los cuadros tradicionales, que representaban desde la Creación hasta la redención en el Calvario.

Otra fecha emblemática de diciembre: Vivíamos en la ciudad de Durango. Mi hermana Mónica tenía tres años de edad. Ese día veinticuatro viajamos de la ciudad de México en donde visitamos a mi abuela paterna hasta la Perla del Guadiana para la Navidad. En el camino adquirimos un pino que llegamos decorando con mi padre, mientras mi mamá preparaba la clásica cena navideña de pavo y relleno. Terminada la decoración del árbol mi papá y yo pusimos la mesa. No sentamos a cenar al filo de las once de la noche, hora tardía para mi hermana que solía dormirse temprano. La sentó mi papá y en lo que nos sentábamos los demás ella se quedó profundamente dormida con la mejilla sobre el muslo de pavo que le habían servido.

Doy un brinco cuántico, pasando por las navidades de mi preparación médica, que, venturosamente, siempre pude disfrutar al lado de mi familia. Una de ellas que recuerdo con cariño fue durante unas guardias en la Cruz Roja, teniendo como director al doctor Jesús Barroso (+), quien organizó una cena para convivir con los compañeros que tenían guardia esa noche y la pasarían lejos de sus familias. Llego a las temporadas decembrinas al lado de mi esposo y los hijos pequeños, para evocar momentos, visiones, olores característicos de las fiestas, sabores y sonidos, que hoy puedo recordar a voluntad, cuando mi esposo ha muerto y mis hijos radican muy lejos de donde yo me encuentro. Es la maravilla de la mente humana movida por el corazón,

Concluyo entonces que estas fechas nos invitan a compartir, a convivir, pero sobre todo a agradecer lo que tenemos, a sentirnos bendecidos por ello, dispuestos a vivirlo al lado de los demás. Es un llamado a entender que lo más valioso en esta vida es lo que atesoramos interiormente, lo que podemos sembrar, más que lo que alcancemos a acaparar, a exigir o a arrebatar a otros. Esos bienes habidos de maneras lejanas al honor, lejos de ser finalmente una ganancia, terminan convirtiéndose en un lastre.

Doy gracias al cielo por la vida, por la salud que me lleva a trabajar cada día por no dejarla escapar. Doy gracias por la familia, esos seres hermosos y solidarios que no me abandonan. Gracias por los amigos verdaderos, que tal vez se cuentan con los dedos de una mano. No se requieren más para avanzar por el camino más tortuoso sintiéndose acompañado. Gracias por las horas de feliz convivencia, pero también gracias por las difíciles en las que el acto de resistir y perseverar pone a prueba la voluntad, como hace la forja con el metal para medir su autenticidad. Agradezco poder avanzar por montes y valles, lo que me enseña a valorar bien las cosas.

Evoco cada una de las navidades de mis recuerdos con la viveza de un niño pequeño para reconocer mi fortuna, y así, con esa misma espontaneidad infantil, compartir con otros mis tesoros, que no son oro ni plata, sino momentos de alegría y esperanza.

   ¡Feliz y santa Navidad, querido lector! Y a seguir honrando la vida de la mejor manera.

CARTÓN de LUY


 

Villancico El tamborilero con orquesta y coros de la RVTE

 
Agradezco a mi querido Alberto su valioso aporte musical.

CARTAS A MÍ MISMO por Carlos Sosa

 El eco de lo que damos

Hace más de dos mil años, un hombre caminaba por los caminos polvorientos de Galilea diciendo cosas que aún hoy nos incomodan por lo simples.
Hablaba de dar, sin esperar. De entregar lo que uno tiene, sin miedo a quedarse vacío.
Decía que si damos, recibiremos. Que la vida devuelve, de alguna manera misteriosa, todo lo que soltamos.
Y uno lo escucha y piensa que quizá tenía razón.
Porque la mayoría de las veces vivimos como si el amor fuera un recurso escaso, como si el tiempo que damos nos empobreciera, o como si la ternura debiera administrarse con cautela.
Pero la vida —esa maestra tozuda— termina enseñando lo contrario: que quien se guarda todo termina más solo, y que quien se entrega, aunque a veces duela, siempre recibe algo a cambio.
No hablo de milagros ni de cuentas bancarias.
Hablo del retorno invisible de las cosas: una sonrisa que vuelve, una paz que llega sin explicación, una oportunidad que aparece cuando menos la esperas.
La vida tiene esa justicia secreta: recompensa al que da sin cálculo.
Y tal vez de eso se trataba todo: de entender que venimos a compartir lo que ya se nos regaló.
Que nadie nos debe nada, porque ya recibimos demasiado.
Y que al final, cuando todo se acabe, solo quedará lo que dimos.
Ese es el eco invisible de la vida: todo acto de generosidad resuena de vuelta, aunque a veces tarde, aunque venga disfrazado de otra cosa. Porque quien siembra bondad, tarde o temprano cosecha paz.
Dar no es perder. Es entender que el corazón tiene su propia economía: cuanto más se vacía, más espacio tiene para seguir amando...

¿Por qué la Navidad en México es la más rara del Mundo?

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez



Y aquí estamos ya a escasos días de la Nochebuena, inmersos en el ambiente navideño, nadando a veces contracorriente para no ahogarnos por el consumismo, por los excesos.

Así es la Navidad, mucho comer, mucho gastar, desvelarse, pero ¿En verdad es así la Navidad?

Dejamos que nuestra Navidad la diseñe gente extraña y no precisamente a la medida ya que a la mayoría nos queda demasiado grande.

¡Cómo quisiera dosificar todo lo que se vive en estos pocos días durante todo el año!

Tener la versión propia de mi Navidad, sin que me haga sentir menos, desgraciado o un verdadero Grinch.

Dejar de ser víctima del consumismo, poder hacer sentir mi afecto sincero con pequeños detalles, con grandes acciones.



REFLEXIÓN DE TEMPORADA por Luis Toraya

Hay almas que han trocado el corazón por una brújula de frío metal lógico.
Han llenado sus bolsillos con piedras pulidas de silogismos y han jurado solemnemente que no hay luz que no provenga de un interruptor de causa-efecto.

Observo a muchos de mis amigos, y veo cómo el vasto y tembloroso océano de lo que conocemos se encoge para ellos hasta ser una charca de agua filtrada por el método científico.

Se han vuelto escribas meticulosos de la Causa y el Efecto, midiendo la longitud de cada sombra, pero han olvidado la música que produce el mismo sol al nacer.

Han leído a los sabios y, en el intento de entenderlo todo, han logrado el prodigio más triste, el de anular la capacidad de asombro.
Y es ahí donde yo, con ojos aún no domesticados, levanto el velo.

¿Qué es un milagro?
No es solo el trueno que parte un árbol o el mar que se abre en dos.
Es el murmullo constante, la sinfonía callada de la existencia que, si la miramos de cerca, es una serie ininterrumpida de sucesos imposibles.

Es la célula inicial que no se detuvo, sino que decidió tejer catedrales de carne y hueso, dotadas de la capacidad de llorar y de nombrar a las estrellas.

Es la semilla seca, sepultada en la tierra abandonada, que desafía la gravedad y la muerte para coronarse con una flor escarlata que solo vivirá un día.

Es el hecho de que, entre siete mil millones de latidos al azar, el tuyo y el mío convergieron en un punto de la Tierra, en este aliento preciso, para compartir la resonancia de una idea.
 
¿No es ese un acto milagroso?

Mis amigos buscan el mecanismo de relojería que explique por qué el invierno siempre da paso a la primavera.
 
Yo, en cambio, me postro ante el hecho de que el color verde existe, y que aún tiene la audacia de regresar.

La fe no es la ausencia de la razón; es el reconocimiento humilde de que la Razón, con mayúscula, es infinitamente más ancha y más profunda que nuestras pequeñas ecuaciones.
 
Perder la fe no es solo dudar de lo divino; es dudar de la intrínseca, filosófica e inexplicable bondad del universo.
 
Es volverse sordo al susurro del destino que a veces nos desvía del camino trazado, solo para salvarnos de un precipicio que no veíamos.

El verdadero milagro es la persistencia de la Belleza en medio del caos.
 
Es la luz en los ojos de un niño, es el perdón concedido sin merecerlo, es la sanación de una herida no solo en la piel, sino en el alma.

Que ellos sigan perdiéndose de las maravillas del mundo que nos rodea.
 
Yo, en cambio, elijo vivir el asombro de los milagros.
 
Dejemos que la duda sea el motor de la ciencia, pero que la certeza del misterio sea el motor de nuestra fe.

Porque la vida no necesita ser justificada.
Solo necesita ser sentida en su gloriosa, inexplicable, y constante manifestación evolutiva.