TODOS SOMOS UNO
En su columna publicada en El Economista del pasado
miércoles 11, Eduardo Ruiz Healy lanza una aseveración muy preocupante: La
humanidad ha vivido en paz solamente 268 de los últimos 3,400 años.
Entendemos que los movimientos de la humanidad a través del
tiempo son dinámicos. Nada se queda
estático desde su nacimiento. Sucede con
los individuos, sucede con las relaciones interpersonales; con los sistemas de
gobierno, y finalmente por épocas. A
través del tiempo las estructuras sociopolíticas se moldean conforme a las
necesidades o los objetivos de la
civilización en turno. El siglo veinte estuvo marcado por dos
grandes guerras que pusieron en jaque al planeta entero; hubo además conflictos
bélicos en diversos puntos del orbe que se circunscribieron a países o regiones
en concreto. En todos estos años, me
atrevo a afirmar, no habíamos vuelto a sentir una amenaza global como ha sido
en los últimos veinte meses, en dos puntos geográficos de oriente: La frontera
entre Rusia y Ucrania en donde la invasión del primer país sobre el segundo, y
la forma en que grandes potencias se han alineado con uno u otro, nos hace sentirnos
vulnerables. Ahora el ataque del grupo
terrorista Hamas en contra de población civil en Israel, en una ofensiva de lo
más cruenta. Hay muchos elementos como
escenario de fondo para tratar de explicar la razón por la que el grupo armado
decidió sembrar terror en un país que, pese a su división interna, ha logrado
grandes progresos en diversos campos de la ciencia y la tecnología. Israel
contraataca afectando, de su parte, población civil asentada en la Franja de
Gaza.
En alusión a su obra publicada en el 2016: “El pintor de
batallas”, Arturo Pérez Reverte dibuja las memorias de sus años como
corresponsal de guerra y señala de forma tajante que la guerra es el estado
normal del hombre, una condición que se queda grabada en las pupilas de quienes
la han vivido en forma directa, más aún que lo que pudo observar tras el lente
de la cámara durante sus reportajes. Me
resuena al asociarlo con esta frase de Ruiz Healy con la que inicié la
colaboración: ¿Será entonces que estamos destinados a respirar humos de guerra
hasta el último instante de nuestra vida?
En la Franja de Gaza se han quedado atrapados poco más de un
millón de seres humanos a los que no se les permite salir de dicho territorio,
ni recibir atención humanitaria básica. Israel
ha dado un plazo de 24 horas para abandonar
esa región antes de atacar por tierra. Hasta el momento en que esto
escribo, las organizaciones mundiales como la ONU, la OMS, MSF o la Cruz Roja
buscan diseñar una estrategia para poner a salvo a esa población del inminente
ataque israelí. Para cuando esto se publique ya habrá pasado el plazo. Esperemos que se haya logrado un acuerdo vital.
Parafraseando aquello de que la salud no es solamente la
ausencia de enfermedad, sino un estado de bienestar físico, mental y social, podemos
decir que la paz no es únicamente la ausencia de guerra, sino la concordia
espiritual, interpersonal y entre naciones.
La paz que a ratos percibimos tan en riesgo en estos momentos, ha dejado
de habitarnos en muchos sentidos.
Vivimos en conflicto con nosotros mismos, con nuestro pasado, con
nuestras decisiones. Culpamos a otros
antes de mirarnos en el espejo buscando responsables. Resulta más sencillo atacar que investigar;
denostar que animarnos a reconocer los logros ajenos. Nuestros corazones se han ido llenando de
falta de paz que fácilmente desborda y contamina. Y lo peor, aparte de enfermarnos, se torna
contagiosa para los demás.
Lo que pasa del otro lado del mundo guarda relación con lo
nuestro. Hay infinidad de hilos
conductores que nos hermanan, de manera que lo que padecen unos, afecta también
a los otros. En estos momentos el foco
está puesto en Oriente Medio, en países cuyas familias sufren pérdidas y dolor;
falta de cobertura de necesidades básicas y grandes penas. Abonemos desde acá a apoyar mediante
oraciones, donaciones y –-muy importante—una revisión de nuestro propio estado
interno: ¿Cómo andamos? ¿Qué estamos dispuestos a empeñar a favor de la paz en
nuestro entorno? Viene a mi mente
aquella sentencia que dice que hasta la agitación de una hoja en un árbol es
capaz de cambiar al mundo. Entonces,
¿cuánto más podrán lograr esas vibraciones positivas emitidas por muchos? Cada
uno desde sus propias convicciones y modos de conectarse, pero todos apoyando a
quienes más necesitan de nuestra solidaridad.
Veamos esta guerra en curso como ocasión para trabajar a
favor de la paz. Comencemos por lo
propio, lo cercano, lo accesible, y entre más seres humanos nos convenzamos de
hacerlo, el mundo se irá transformando.