domingo, 15 de octubre de 2023

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

TODOS SOMOS UNO

Una era construye ciudades. Una hora las destruye. Séneca

En su columna publicada en El Economista del pasado miércoles 11, Eduardo Ruiz Healy lanza una aseveración muy preocupante: La humanidad ha vivido en paz solamente 268 de los últimos 3,400 años.

Entendemos que los movimientos de la humanidad a través del tiempo son dinámicos.  Nada se queda estático desde su nacimiento.  Sucede con los individuos, sucede con las relaciones interpersonales; con los sistemas de gobierno, y finalmente por épocas.  A través del tiempo las estructuras sociopolíticas se moldean conforme a las necesidades o los objetivos  de la civilización en  turno.  El siglo veinte estuvo marcado por dos grandes guerras que pusieron en jaque al planeta entero; hubo además conflictos bélicos en diversos puntos del orbe que se circunscribieron a países o regiones en concreto.  En todos estos años, me atrevo a afirmar, no habíamos vuelto a sentir una amenaza global como ha sido en los últimos veinte meses, en dos puntos geográficos de oriente: La frontera entre Rusia y Ucrania en donde la invasión del primer país sobre el segundo, y la forma en que grandes potencias se han alineado con uno u otro, nos hace sentirnos vulnerables.  Ahora el ataque del grupo terrorista Hamas en contra de población civil en Israel, en una ofensiva de lo más cruenta.   Hay muchos elementos como escenario de fondo para tratar de explicar la razón por la que el grupo armado decidió sembrar terror en un país que, pese a su división interna, ha logrado grandes progresos en diversos campos de la ciencia y la tecnología. Israel contraataca afectando, de su parte, población civil asentada en la Franja de Gaza.

En alusión a su obra publicada en el 2016: “El pintor de batallas”, Arturo Pérez Reverte dibuja las memorias de sus años como corresponsal de guerra y señala de forma tajante que la guerra es el estado normal del hombre, una condición que se queda grabada en las pupilas de quienes la han vivido en forma directa, más aún que lo que pudo observar tras el lente de la cámara durante sus reportajes.  Me resuena al asociarlo con esta frase de Ruiz Healy con la que inicié la colaboración: ¿Será entonces que estamos destinados a respirar humos de guerra hasta el último instante de nuestra vida?

En la Franja de Gaza se han quedado atrapados poco más de un millón de seres humanos a los que no se les permite salir de dicho territorio, ni recibir atención humanitaria básica.  Israel ha dado un plazo de 24 horas para abandonar  esa región antes de atacar por tierra. Hasta el momento en que esto escribo, las organizaciones mundiales como la ONU, la OMS, MSF o la Cruz Roja buscan diseñar una estrategia para poner a salvo a esa población del inminente ataque israelí. Para cuando esto se publique ya habrá pasado el plazo.  Esperemos que se haya  logrado un acuerdo vital.

Parafraseando aquello de que la salud no es solamente la ausencia de enfermedad, sino un estado de bienestar físico, mental y social, podemos decir que la paz no es únicamente la ausencia de guerra, sino la concordia espiritual, interpersonal y entre naciones.  La paz que a ratos percibimos tan en riesgo en estos momentos, ha dejado de habitarnos en muchos sentidos.  Vivimos en conflicto con nosotros mismos, con nuestro pasado, con nuestras decisiones.  Culpamos a otros antes de mirarnos en el espejo buscando responsables.  Resulta más sencillo atacar que investigar; denostar que animarnos a reconocer los logros ajenos.  Nuestros corazones se han ido llenando de falta de paz que fácilmente desborda y contamina.  Y lo peor, aparte de enfermarnos, se torna contagiosa para los demás.

Lo que pasa del otro lado del mundo guarda relación con lo nuestro.  Hay infinidad de hilos conductores que nos hermanan, de manera que lo que padecen unos, afecta también a los otros.   En estos momentos el foco está puesto en Oriente Medio, en países cuyas familias sufren pérdidas y dolor; falta de cobertura de necesidades básicas y grandes penas.  Abonemos desde acá a apoyar mediante oraciones, donaciones y –-muy importante—una revisión de nuestro propio estado interno: ¿Cómo andamos? ¿Qué estamos dispuestos a empeñar a favor de la paz en nuestro entorno?  Viene a mi mente aquella sentencia que dice que hasta la agitación de una hoja en un árbol es capaz de cambiar al mundo.  Entonces, ¿cuánto más podrán lograr esas vibraciones positivas emitidas por muchos? Cada uno desde sus propias convicciones y modos de conectarse, pero todos apoyando a quienes más necesitan de nuestra solidaridad.

Veamos esta guerra en curso como ocasión para trabajar a favor de la paz.   Comencemos por lo propio, lo cercano, lo accesible, y entre más seres humanos nos convenzamos de hacerlo, el mundo se irá transformando.

3 comentarios:

  1. EXCELENTES LINEAS CARMELITA TE ENVIO SALUDOS Y FUERTE ABRAZO

    ResponderBorrar
  2. Retrato perfecto de lo que estamos viviendo y podríamos evitar unidos en La Paz . Gracias Carmen

    ResponderBorrar