EL PRINCIPIO DEL CAMBIO
Eres solo un peregrino que camina hacia la patria.- San Agustín.
En estricta justicia aplica la presunción de inocencia en
los casos de Rafa Márquez y Julión
Álvarez. Estados Unidos los señala como
testaferros de un capo de la droga, aún falta comprobar las ligas entre unos y
otro, sin embargo es una excelente coyuntura para la reflexión.
En el supuesto de ratificarse la participación de ambos en
el blanqueo de capitales, lo primero que viene a la mente es por qué razón
figuras que ganan tanto, y en el caso del futbolista, que además de sus
ingresos cuenta con beneficios fiscales millonarios, pudieran considerar meterse en actividades ilícitas como las
mencionadas. Lo más fácil sería pensar que parten del supuesto de que estando
en posición de enriquecerse más, no hay
razón para no hacerlo. Aunque la hallo
como una suposición muy simplista.
Bajo el término “avaricia” o su hermana “codicia” se engloba
el deseo desmesurado por adquirir o poseer más de lo que uno necesita, hacer
hasta lo imposible por tener más y más, y teniéndolo, escatimar utilizarlo, algo que habitualmente atribuimos
al plano material y que nos lleva a recordar a Ebenezer Scrooge, el inmortal personaje
de Charles Dickens. Sin embargo este afán de poseer no se limita
a bienes materiales, sino que también pueden ser beneficios de orden moral,
social o de reconocimiento, de manera que un individuo es capaz de cualquier
cosa con tal de tener o figurar más que
los demás.
Ahora bien, ¿por qué alguien se empeña en tener más allá de
lo que realmente necesita? Los
estudiosos de la conducta humana señalan que lo que inicialmente nos impulsa es
un miedo a que más delante cuando necesitemos, no haya disponibilidad de aquel
bien, y por ello la necesidad de acumular más de la cuenta por anticipado. Esto es, detrás de ese afán de conseguir,
guardar o restringir bienes, está la
inseguridad o el miedo, en buena medida de corte irracional, capaz de llevar a
conductas insensatas con tal de tener más.
Fromm relaciona el materialismo con la creación de
necesidades, y vaya que el mundo actual tiene dentro de sus características la
constante creación de necesidades. El
teléfono móvil, el pantalón o los zapatos “deben” cambiarse porque así lo
marcan las tendencias de la moda o del mercado, así estén en excelentes
condiciones para seguirse usando. Y
partiendo de ese maligno supuesto de que “todos” lo hacen, se genera una
angustia interna que llevará a conseguir aquel cambio de indumentaria o de
tecnología a toda costa.
Los objetos o las prebendas obtenidas son los símbolos de
una condición frente al mundo. No
importa si las características del nuevo teléfono móvil no representen ventaja alguna frente al modelo anterior, lo que importa es
adquirirlo como “todos” lo están haciendo.
George Loewestein establece una marcada relación entre la esfera
emocional y la economía del individuo, haciéndonos ver cómo una es termómetro
de la otra, y de qué modo los valores tradicionales de una sociedad quedan
sujetos a la urgencia precipitada de adquirir, tener, o acumular más que los
demás. Así se explican situaciones como
las de aquellos que construyen más mansiones de las que podrían habitar. El decir “puedo” y “poseo” es una falacia que
les otorga tranquilidad, al menos por un rato.
Frente al desapego del Budismo, estas conductas de apego
absurdo ponen en evidencia que detrás de ellas hay una gran inseguridad del ser
humano. Y pudiéramos afirmar que esa
inseguridad está dada por falta de autoestima del individuo quien no reconoce
en sí mismo ningún mérito, de modo que concluye que los méritos se compran y se
ostentan, pero no se desarrollan dentro de uno mismo. Valores como el autoconocimiento, la integridad
y la honestidad, --desde esta perspectiva-- quedan fuera de lugar, y la
generosidad y el altruismo son cosas de ficción. De este modo el apego proviene
de la conciencia de saberse pobre en sí mismo, debiendo hacerse de posesiones
materiales para sentirse rico. ¡Qué cosas! Y va el individuo tras los símbolos
y las quimeras, sin asumir que el tesoro
verdadero está en el significado y no en los símbolos.
Si vamos por la vida sin una conciencia cósmica, creyendo que nuestro destino termina bajo una pila
de tierra, por supuesto que vamos a querer poseer y acumular desesperadamente,
para sentir que vivimos Y vamos a
depender de aquello que acumulemos, y buscaremos tener más y más, como oxígeno vital, y en
aquel apego jamás podremos conocer la serena alegría de estar bien dentro de
nuestra piel, o la libertad, o la creatividad, o el amor transformador, al que
ni la muerte logra apagar.
El principio del cambio radica en el corazón, en sabernos
parte de un todo superior a través del cual somos plenos y trascendemos.