domingo, 13 de agosto de 2017

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EL PRINCIPIO DEL CAMBIO
Eres solo un peregrino que camina hacia la patria.- San Agustín.
En estricta justicia aplica la presunción de inocencia en los casos de Rafa Márquez y  Julión Álvarez.  Estados Unidos los señala como testaferros de  un capo de la droga,  aún falta comprobar las ligas entre unos y otro, sin embargo es una excelente coyuntura para la reflexión.
     En el supuesto de ratificarse la participación de ambos en el blanqueo de capitales, lo primero que viene a la mente es por qué razón figuras que ganan tanto, y en el caso del futbolista, que además de sus ingresos cuenta con  beneficios fiscales  millonarios, pudieran  considerar  meterse en actividades ilícitas como las mencionadas. Lo más fácil sería pensar que parten del supuesto de que estando en posición de enriquecerse más,  no hay razón para no hacerlo.  Aunque la hallo como una suposición muy simplista.
     Bajo el término “avaricia” o su hermana “codicia” se engloba el deseo desmesurado por adquirir o poseer más de lo que uno necesita, hacer hasta lo imposible por tener más y más, y teniéndolo, escatimar  utilizarlo, algo que habitualmente atribuimos al plano material y que nos lleva a recordar a Ebenezer Scrooge, el inmortal personaje de  Charles Dickens.  Sin embargo este afán de poseer no se limita a bienes materiales, sino que también pueden ser beneficios de orden moral, social o de reconocimiento, de manera que un individuo es capaz de cualquier cosa con tal de tener o figurar  más que los demás.
     Ahora bien, ¿por qué alguien se empeña en tener más allá de lo que realmente necesita?  Los estudiosos de la conducta humana señalan que lo que inicialmente nos impulsa es un miedo a que más delante cuando necesitemos, no haya disponibilidad de aquel bien, y por ello la necesidad de acumular más de la cuenta por anticipado.  Esto es, detrás de ese afán de conseguir, guardar o restringir bienes,  está la inseguridad o el miedo, en buena medida de corte irracional, capaz de llevar a conductas insensatas con tal de tener más.
Fromm relaciona el materialismo con la creación de necesidades, y vaya que el mundo actual tiene dentro de sus características la constante creación de necesidades.  El teléfono móvil, el pantalón o los zapatos “deben” cambiarse porque así lo marcan las tendencias de la moda o del mercado, así estén en excelentes condiciones para seguirse usando.  Y partiendo de ese maligno supuesto de que “todos” lo hacen, se genera una angustia interna que llevará a conseguir aquel cambio de indumentaria o de tecnología a toda costa.
Los objetos o las prebendas obtenidas son los símbolos de una condición frente al mundo.  No importa si las características del nuevo teléfono móvil  no representen  ventaja alguna frente  al modelo anterior, lo que importa es adquirirlo como “todos” lo están haciendo.
     George Loewestein establece una marcada relación entre la esfera emocional y la economía del individuo, haciéndonos ver cómo una es termómetro de la otra, y de qué modo los valores tradicionales de una sociedad quedan sujetos a la urgencia precipitada de adquirir, tener, o acumular más que los demás.  Así se explican situaciones como las de aquellos que construyen más mansiones de las que podrían habitar.  El decir “puedo” y “poseo” es una falacia que les otorga tranquilidad, al menos por un rato.
     Frente al desapego del Budismo, estas conductas de apego absurdo ponen en evidencia que detrás de ellas hay una gran inseguridad del ser humano.  Y pudiéramos afirmar que esa inseguridad está dada por falta de autoestima del individuo quien no reconoce en sí mismo ningún mérito, de modo que concluye que los méritos se compran y se ostentan, pero no se desarrollan dentro de uno mismo.  Valores como el autoconocimiento, la integridad y la honestidad, --desde esta perspectiva-- quedan fuera de lugar, y la generosidad y el altruismo son cosas de ficción. De este modo el apego proviene de la conciencia de saberse pobre en sí mismo, debiendo hacerse de posesiones materiales para sentirse rico. ¡Qué cosas! Y va el individuo tras los símbolos y las quimeras, sin  asumir que el tesoro verdadero está en el significado y no en los símbolos.
     Si vamos por la vida sin una conciencia cósmica,  creyendo que nuestro destino termina bajo una pila de tierra, por supuesto que vamos a querer poseer y acumular desesperadamente, para sentir que vivimos  Y vamos a depender de aquello que acumulemos, y  buscaremos  tener más y más, como oxígeno vital, y en aquel apego jamás podremos conocer la serena alegría de estar bien dentro de nuestra piel, o la libertad, o la creatividad, o el amor transformador, al que ni la muerte logra apagar.

     El principio del cambio radica en el corazón, en sabernos parte de un todo superior a través del cual somos plenos  y trascendemos.

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