domingo, 3 de abril de 2016

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EL TESORO
Es pequeño, de manera que no llama la atención entre el gentío; lo habré visto un par de veces para luego borrarlo de mi mente, como suelo hacer cuando voy por la calle tratando de abarcar la vida con  los ojos. Una o dos veces, luego de mirarlo, lo  habré  descartado, en cuanto a mis pupilas llegaron a poblar otras imágenes de tantas que a diario registro, en ese mi  interés por  lograr desentrañar  al ser humano observando la vida y sus afanes. 
Estaba por llegar a casa, justo cuando en el  equipo de sonido del carro  comenzó a escucharse el Vals No. 2 de Shostakovich que ejerce una fascinación absoluta en mi persona, de manera que –pequeños privilegios de la edad—me seguí de frente, confieso que en aquel momento el calentamiento global  no me hizo ni cosquillas,  así es el amor cuando nos arroba, nos dejamos llevar por el momento sin que nada más importe.  Continué, pero eso sí,  calculando con una matemática muy elemental cuántas cuadras debería desplazarme  para dar oportunidad a que aquellos compases melancólicos terminaran de hacer lo suyo en mí.  Fue entonces cuando atrapé unas de esas imágenes que guardo en mi imaginario, y que resultan tan útiles cuando se trata de alejar las sombras de la noche.  Ahí estaba él con su figura pequeña, una piel del color de la canela quemada, que en su rostro ha ido dejando muchos surcos, que se pliegan uno junto a otro cuando sonríe, justo como hacía en ese momento  en que lo miré.  Su sonrisa era tan amplia, que le quedaba grande al resto del rostro y a esa su figura tan pequeña, pero eso sí,  se extendía de oreja a oreja bajo el cobijo de dos ojos grandes como el carbón, en los cuales podía  verse con toda claridad  al mismo Dios reflejado.
Otras veces me lo habré topado, lo sé, no soy mala fisonomista, sin embargo no recuerdo dónde o haciendo qué, como ahora que la lerdez con que yo circulaba  en  amoríos con Shostakovich,  me permitió identificar plenamente su actividad, un gambusino urbano que justo en aquel momento se había encontrado un tesoro, mismo que se apuraba a colocar dentro de una bolsa de plástico blanca,  que a su vez  acomodó más delante con el resto de bolsas de varios colores, cuatro o cinco, perfectamente alineadas en la canasta de su vieja bicicleta.  Me hizo recordar a Gibrán, el poeta que cantó por igual al amor y al dolor, pero siempre a la vida; en uno de sus libros relata la historia de aquel hombre rico que se deshace de una escultura lanzándola a la basura, y de aquel hombre pobre que encuentra en la basura un tesoro y se apura a llevarlo con él, cubriendo amorosamente su nueva riqueza para ponerla a salvo de cualquier cosa que pudiera dañarla.
Es en esos intercambios con la vida es cuando me  sorprendo diciéndole cuánto la amo. Es justo ahí donde mejor se revela, cuando muestra su cara más limpia, en las cosas pequeñas, en los gestos de inspiración divina que  suelen pasar inadvertidos    mientras nos hallamos sumidos en las agitaciones sin tregua de cada día.  Sé cuánto la amo cuando me permite descubrirla en ese niño que sonríe aunque para el resto del mundo sea un infeliz que no tiene ni zapatos, o cuando la adivino  de forma tan clara en el anciano que se niega a claudicar, y allá va con  pasitos lentos cada día primero del mes a cobrar sus ochocientos pesos de pensión, y aprovecha la fila del banco, mientras llega su turno, para reencontrarse con alguno de sus contemporáneos, y celebrar entre bromas –uno y otro— el seguir con vida.  Y vuelvo a verla, y me invita a seguirla cuando se muestra a través de todo aquello divorciado de la pompa y las luminarias, para recordarme finalmente que es ahí, precisamente en ese sitio, grandioso en su absoluta  modestia, donde Dios tiene   su perfecta morada entre nosotros.

La sonrisa de ese hombre pequeño que ha encontrado un tesoro tan grande que él mismo no puede creerlo, y que entonces, al descubrir su fortuna, lo abraza contento  muy cerca de su corazón, me la he tatuado, para esos días cuando me da por sentirme desdichada por cosas francamente absurdas, o para echar mano de ella en  esas horas cuando el dolor pretende aguijonearme, o cuando  amanezco con la mirada turbia,  y no acierto a descubrir todos los motivos que están ahí para mí, por los cuales debo dar gracias al cielo, pero que en mi tozudez ni siquiera  logro enfocar.  La he guardado conmigo para siempre a manera de abalorio, junto con algunos otros pequeños milagros  que  poseo, y que aligeran mi marcha,  porque sé  con certeza que en cada uno de ellos puedo hallar tan claro como el agua,  el rostro sonriente de mi Dios.

HOJAS SUELTAS: Una tarde con El Principito en Piedras Negras

La de ayer sábado  fue una tarde especial, muy divertida pero a la vez de profunda  reflexión, la lectura de El Principito, obra maestra de Antoine de Saint-Exupéry, que se llevó a cabo como parte de las actividades de la Sala de Lectura Gabriel García Márquez, en el Paralibros de esta ciudad fronteriza , para complementar el evento denominado "El Kilómetro del libro", encaminado a la recolección de libros para regalarlos más delante a la misma comunidad.
   La tarde tan agradable favoreció que grandes y pequeños asistiéramos a atender la  lectura dramatizada, a cargo de un narrador y dos actores en escena.  La presentación se adaptó para público de todas las edades, a pesar de que el libro  es finalmente una crítica social, además de una forma  en que el autor  nos enseña a cerrar círculos ante una pérdida.  Paradójico, él nunca se imaginó que con su obra preparaba al mundo a elaborar un duelo por su  propia muerte. Saint-Exúpery, de profesión  piloto emprendió  un vuelo del cual nunca regresó; sus restos mortales se perdieron para siempre en alta mar.


Aquí el fragmento final de El Principito:
"Para mí, éste es el más bello y más triste paisaje del mundo.  Es el mismo paisaje de la página anterior; yo lo he dibujado una vez más para que lo vean bien.  Aquí fue donde el Principito hizo su aparición en la Tierra para luego desaparecer.
   Miren con mucha atención este paisaje y asegúrense bien de que podrán reconocerlo, si algún día viajan por el África, en el desierto.  Y si llegan a pasar por ahí, les ruego que  no se apresuren, esperen un momento, exactamente debajo de la estrella.  Si entonces un niño se acerca hacia ustedes, si ríe, si tiene cabellos dorados como el oro, si no responde cuando se le formula una pregunta, adivinarán al instante quién es.  Sean amables entonces.  No me dejen tan triste. Escríbanme en seguida diciéndome que el Principito ha vuelto."

El dueto imposible donde los instrumentos intercambian partituras

"Cuando muere una lengua" por Miguel León Portilla

Cuando muere una lengua
las cosas divinas,
estrellas, sol y luna;
las cosas humanas,
pensar y sentir,
no se reflejan ya
en ese espejo.

Cuando muere una lengua
todo lo que hay en el mundo,
mares y ríos,
animales y plantas,
ni se piensan, ni pronuncian
con atisbos y sonidos
que no existen ya.

Cuando muere una lengua
entonces se cierra
a todos los pueblos del mundo
una ventana, una puerta,
un asomarse
de modo distinto
a cuanto es ser y vida en la tierra.

Cuando muere una lengua,
sus palabras de amor,
entonación de dolor y querencia,
tal vez viejos cantos,
relatos, discursos, plegarias,
nadie, cual fueron,
alcanzará a repetir.

Cuando muere una lengua,
ya muchas han muerto
y muchas pueden morir.
Espejos para siempre quebrados,
sombra de voces
para siempre acalladas:
la humanidad se empobrece.


Gracias, Héctor, gracias Odín.

Tu niño interior: Hermoso video

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez



De regreso, después de una larga visita al estado de reposo, regresamos a la rutina,

Y como rutina suena a monotonía.digamos que regresamos a la vida, a esa extraordinaria oportunidad de crear buen ambiente en nuestro hogar, en nuestro trabajo, dentro de nosotros mismos, de permitirnos sentir al mundo y a los demás, de encontrarnos con miradas cómplices que nos dan la certeza de que no se trata de lidiar con veinticuatro horas, sino de disfrutarlas, buscando equilibrar el esfuerzo con el ocio,ser responsables sin ser tan estrictos como para no permitirnos un poco de tiempo para perderlo, para perdernos en contemplar a nuestro alrededor sin ningún propósito especial, es acaso esto la mejor manera de perder el tiempo, encontrando en él ese espacio que nos roba la rutina y que hasta muchos años después valoramos y nos reprochamos.

Dejar de ver tan solo de frente, un solo propósito, ese que se volvió el centro de nuestra vida, que nos fue trazado desde niños, mirar hacia arriba y tener un encuentro con las nubes, jugar con sus formas,seguir a los pájaros en sus vuelos, alucinar con mil colores de flores, en medio de la obscuridad nocturna, vernos frente a frente con la luna.

Ni un solo día quede destinado tan solo a la rutina, la vida es más que alcanzar metas, es disfrutar el trayecto,es contemplar el paisaje, admirar es convivir e intercambiar experiencias con nuestros compañeros de viaje, es no olvidar la sensación de una tierna palabra, de una caricia, de una sincera mirada, del contacto humano.

Más de una vez he comprobado que lo mejor de un viaje no es el destino final.

Exitoso aquél que supo llenar el alma de todo aquello que sin buscar intencionadamente, a manos llenas le obsequió la vida.

Paris en 4K: ¡Imperdible!

Je vous remercie, professeur Eve!