domingo, 11 de febrero de 2018

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

ENTRETELONES
En estas últimas semanas no he podido sustraerme del tema de la política.  Trato de evitarlo  porque no es lo mío, y  porque corresponde a analistas profesionales abordar estos asuntos, sin embargo llega el tema, toca a la  puerta   y no puedo negarme.  Va pues mi personal reflexión  respecto a la aplicación de la ley en delitos  de utilización de recursos de procedencia ilícita.
      Lo  habíamos mencionado a propósito del aniversario  de nuestra Carta Magna, en México tenemos burocracia de más,  para cada asunto, leyes y normas en exceso.  En el caso de la tipificación de delitos, este exceso de legislaciones genera una especie de laberinto el cual condiciona vacíos legales, que  permiten a un indiciado sustraerse de la acción de la justicia con la mano en la cintura.  Tal parece ser el caso de Guillermo Padrés, exgobernador de Sonora, que ahora ha sido exonerado por  las imputaciones de lavado de dinero y defraudación fiscal, que supuestamente cometió en el 2015.  La absolución la otorgó un juez federal, por supuestas irregularidades en el debido proceso.
     Contrario a lo que sucede en otros países, para la mayoría de los delitos en México no existe una real extinción  de dominio.  Esto es, desde mi función pública yo me robo 500 millones, me acusan y mientras soy sujeta a proceso, sigo disponiendo de esos 500 millones para contratar abogados y hasta comprar conciencias,  para finalmente lograr que la acusación se anule.   Por otro lado, hemos visto que para la justicia mexicana muchos de estos delitos de enriquecimiento ilícito no se consideran graves. Este es el punto que quisiera revisar en la presente columna.
     Sigamos con el caso de que me robé esos 500 millones, y  que la suma  estaba originalmente destinada a la compra de medicamentos contra el cáncer en niños. Ese dinero, en el peor de los casos podría desviarse a la compra de propiedades o caballos pura sangre –caso Javier Duarte--, y en el menos terrible de los casos   para pago de nómina, lo que ya ha sucedido en otras entidades federativas.   Si ese dinero estaba destinado a salvar vidas de niños enfermos de cáncer, y al no ejercerlo ellos se agravan o mueren… ¿Cómo es que el delito  de peculado  no se tipifica con agravantes? El daño hecho a  esos niños  atropellando su derecho a la vida y a la salud, ¿Acaso no es un delito grave? Vericuetos legales que no acabo de entender.
     Otro caso parecido,  en el sismo del pasado septiembre, los recursos que enviaron particulares y gobiernos, tanto nacionales como extranjeros, para la reconstrucción de casas-habitación, se hicieron polvo. Muchas familias damnificadas de la ciudad de México, y de los estados de  Morelos, Oaxaca y Chiapas  viven a la intemperie. ¿No es grave que el gobierno no asuma la responsabilidad de investigar dónde quedaron esos recursos,  además de dar solución a la crisis de casas-habitación que padecen esas familias? Desde mi perspectiva particular,  tan no se considera grave el caso, que ni siquiera se ha integrado una averiguación.  Y si estoy en un error, por favor corríjanme quienes más saben del asunto.  Estos damnificados  parecen destinados a vivir una experiencia como algunos de la ciudad de México tras el sismo del ’85, que a más de treinta años de ocurrido, siguen viviendo en campamentos, pues nunca se les dotó de una vivienda digna.
     Una grave falla de nuestros gobernantes es la falta de sensibilidad frente a  los problemas del país.  Hay una zanja que los separa, eso sí, cuando un problema  afecta de manera directa a un funcionario o a sus allegados, todo el aparato gubernamental se vuelca a solucionarlo de inmediato.  En cambio, cuando se trata de Juan Pueblo, son muchas las veces en que el problema se  ignora, o peor aún, se busca  sacar beneficio personal del mismo. La falta de sensibilidad social de nuestros políticos quedó perfectamente dibujada esta semana con lo ocurrido en  Chihuahua.  Los diputados invitan a un grupo de rarámuris a exponer un problema que les afecta,  cuatro representantes de la etnia acuden y son colocados frente al grupo de legisladores en mesas distribuidas en forma de “C”. Los rarámuris hablan y los legisladores desayunan: Aparte de una elemental descortesía –diría mi mamá--, ¿no es acaso una falta absoluta de empatía entre representantes y representados?
     En los entretelones de la corrupción se visualizan grandes cuadros   de injusticia social.  ¿Puede seguir tipificándose el desvío de recursos como un delito “no grave”, que dé pie a exoneraciones? ¿Puede aplicarse la justicia sin la figura de extinción de dominio? ¿Cómo tienen las manos quienes ejercen el poder?... Es insostenible un sistema de gobierno que maneja una justicia mediática,  a medias o a modo. Más vale que lo entiendan quienes así deban entenderlo.

CUADROS URBANOS por María del Carmen Maqueo Garza


¿Cómo puede un perro con aire melancólico mover tantos corazones?
     Llegó a mi vida como llegan muchos  perros a la vida de tantas personas, sin  un nombre siquiera. Por su gran talla comencé a llamarle  “Grandote”, para que él  sintiera que era especial, y que  tenía un lugar en la tierra.
     Mis primeras impresiones estuvieron dadas por los roncos ladridos que señalaban su vocación de guardián, y por sus ojos cafés cual hojas de maple rodeados por unas ojeras como el carbón, más expresivos que tantos ojos humanos.
     Ese  perro que no era mío, pero que con el tiempo llegué a sentir más propio que si lo hubiera tenido desde cachorro, me fue conquistando, y a partir de ello inició una gran cadena de simpatías que gravitaron en torno suyo durante mucho tiempo.
     Cada ser vivo va por la vida cargando su propia historia.  La del Grandote  tenía mucho que ver con una de  sus patas.  De pequeño fue mordido por un bravo compañero  de quehaceres, lo que provocó un problema crónico que ocasionalmente se agudizaba, para luego volver a apagarse.
     Con el paso de los años esa pata se fue complicando, hasta convertirse hace algunos  meses en un problema mayúsculo para el que tuvieron que aplicarse medidas cada vez más drásticas.
     Durante el último medio año su veterinario le prescribió diversos medicamentos orales.  En el último tiempo se  cambió a inyecciones, algunas muy dolorosas, siempre buscando combatir la infección que se había apoderado de aquella pobre pata, al punto de impedir que  la apoyara.
     Su habitual temperamento melancólico  viró hacia la tristeza.  Ya no era aquel can que me seguía con la mirada cada vez que pasaba frente a él. Difícilmente era el perro travieso que se echaba sobre su dorso y alargaba una de sus patas delanteras hasta rozar mi mano,  para pedirme que le rascara la panza. 
     Dejó de ser aquel perro digno que me echaba en cara mis ocasionales ausencias.  Aun cuando dejara previsto su cuidado para  esos días,  al verme llegar de regreso me ignoraba volteando la cabeza para demostrar su reproche. Un rato más delante se imponía su  nobleza, me perdonaba y todo volvía a ser como antes.
     Mi perro que no era mío se volvió un ser triste y cabizbajo que fue dejando de comer. Cada que venían a curarlo o a inyectarlo, se me repegaba, como pidiendo clemencia, terminando yo no pocas veces  cargada de culpa.  Fue necesario hospitalizarlo por varios días con buenos resultados, pero al poco tiempo volvió a recaer, se puso tan mal que la única alternativa fue  una cirugía radical para terminar de tajo con   su  problema.
     Aquella mañana era fría. Tardaron unos treinta  minutos en pasar a recogerlo de la veterinaria para su cirugía.  Todo ese tiempo permaneció echado en el suelo, mirándome con  ojos tristes mientras yo lo acariciaba y  le platicaba  tratando de animarlo.  De rato en rato levantaba la pata para pedirme que no dejara de acariciarlo, manteniendo   su mirada profunda y serena clavada en la mía. Ahora  entiendo que se estaba despidiendo, como si  supiera que no nos volveríamos a ver.  Yo, con mi inexperiencia en asuntos perrunos no lo supe, o no lo quise imaginar en aquel momento.
     Salió bien de su cirugía, algo que todos quienes llegamos a quererlo celebramos.  Lo colocaron de nuevo en una jaula para pasar la noche, lucía bien, pero  horas después murió durante el sueño.  Cuando fui a ver su cuerpo conservaba una postura como si estuviera dormido. Nuevamente acaricié su pelaje, albergando la ilusión de  que reaccionara al roce de mis dedos.
     Yo sé que hay un cielo para  perros, de eso no me cabe la menor duda. Desde ahí  el Grandote vigila mis afanes por  poner en palabras el dolor de mi pérdida. Yo sé que ese cielo donde él está es muy azul, con nubes de algodón aquí y allá, y con  amplios prados verdes donde es libre de correr y jugar, echarse con la panza hacia arriba para ser acariciado, y donde puede aprender a divertirse como el cachorro que nunca pudo ser en esta vida.
     Quiero desearle a mi perro hermoso que sea muy pero muy feliz, en ese cielo que se tiene de suyo tan ganado.

Poesía de Sabines por Sabines: "Te quiero a las diez de la mañana"

En vísperas del Día de San Valentín, poesía de Sabines leída por él mismo, durante un homenaje que se le brindó en Bellas Artes en 1996, tres años antes de su muerte.

Un perro ha muerto: Poema de Pablo Neruda




Mi perro ha muerto.

Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.

Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.

Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz fría.

Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.

Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero,
que para mí jamás fue un servidor.

Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independiente
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
No se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.

No, mi perro me miraba
dándome la atención que necesito,
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.

Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas
del mar, en el invierno de  Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasado de pájaros glaciales,
y mi perro brincando, hirsuto, lleno
de voltaje marino en movimiento:
Mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al océano y su espuma.

Alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más, con el absolutismo
de la naturaleza descarada.

No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.

Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.

Agradezco a Cuqui su sensible aportación.

Animación: Enamorados

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


En este mundo son más los buenos que los malos.Y no es que ande por el mundo gente que sea totalmente buena, no, nadie lo es, o lo es tan solo una pequeña minoría. La gente que nos rodea tiene versiones distintas en su forma de ser, tiene instintos y reacciones que varían según las circunstancias, o la forma en que sean tratados. Uno no es la misma persona ante quien le brinda confianza, ternura, cariño, buen trato, que ante quien lo recibe con áspero trato. 
     Cuando se tiene la sensación de que la vida nos ha rodeado de gente negativa, miserable, envidiosa, hay que detenerse a pensar  si no hemos sido generadores de estas acciones hacia nosotros, por nuestra incapacidad de percibir o de provocar en ellos esa respuesta afectiva, cálida, empática. 
     Saber reconocer en la gente los matices de la bondad, permitir que florezcan y con ello florecer uno mismo, contagiar el afecto, requiere dejar de vivir de manera egoísta,  solo esperando que nos den. Además de saber dar sin restricciones, no hay que perder de vista que en ocasiones no se habrá de valorar nuestra entrega. Todo lo anterior sin perder por ello la intención de seguir creyendo en la gente.
     Perder la fe en la humanidad, es perder el rumbo. Quien puede decirse afortunado porque la vida le ha dado la oportunidad de conocer gente maravillosa, ha sido capaz de ver, de oír, de sentir a los demás no tan solo a través de sus sentidos, sino con el alma misma. Descubrir la bondad, la mejor versión de nuestros semejantes, requiere de habernos reconocido como receptores de nobles sentimientos, y no depósito de basura que solo nos contamina y nos convierte en seres que a su paso dejan hedor de  hastío, de resentimiento, de amargura.
     Creer en la gente buena, requiere de saberla descubrir y de propiciar el terreno para que lo sea, ofreciéndoles la confianza de que no serán defraudados, por lo menos, no deliberadamente. 
     Amor genera amor, de eso convencida estoy.

Yanni dirige música de Vivaldi

"La tormenta": Variaciones sobre el Invierno de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi.