domingo, 11 de febrero de 2018

CUADROS URBANOS por María del Carmen Maqueo Garza


¿Cómo puede un perro con aire melancólico mover tantos corazones?
     Llegó a mi vida como llegan muchos  perros a la vida de tantas personas, sin  un nombre siquiera. Por su gran talla comencé a llamarle  “Grandote”, para que él  sintiera que era especial, y que  tenía un lugar en la tierra.
     Mis primeras impresiones estuvieron dadas por los roncos ladridos que señalaban su vocación de guardián, y por sus ojos cafés cual hojas de maple rodeados por unas ojeras como el carbón, más expresivos que tantos ojos humanos.
     Ese  perro que no era mío, pero que con el tiempo llegué a sentir más propio que si lo hubiera tenido desde cachorro, me fue conquistando, y a partir de ello inició una gran cadena de simpatías que gravitaron en torno suyo durante mucho tiempo.
     Cada ser vivo va por la vida cargando su propia historia.  La del Grandote  tenía mucho que ver con una de  sus patas.  De pequeño fue mordido por un bravo compañero  de quehaceres, lo que provocó un problema crónico que ocasionalmente se agudizaba, para luego volver a apagarse.
     Con el paso de los años esa pata se fue complicando, hasta convertirse hace algunos  meses en un problema mayúsculo para el que tuvieron que aplicarse medidas cada vez más drásticas.
     Durante el último medio año su veterinario le prescribió diversos medicamentos orales.  En el último tiempo se  cambió a inyecciones, algunas muy dolorosas, siempre buscando combatir la infección que se había apoderado de aquella pobre pata, al punto de impedir que  la apoyara.
     Su habitual temperamento melancólico  viró hacia la tristeza.  Ya no era aquel can que me seguía con la mirada cada vez que pasaba frente a él. Difícilmente era el perro travieso que se echaba sobre su dorso y alargaba una de sus patas delanteras hasta rozar mi mano,  para pedirme que le rascara la panza. 
     Dejó de ser aquel perro digno que me echaba en cara mis ocasionales ausencias.  Aun cuando dejara previsto su cuidado para  esos días,  al verme llegar de regreso me ignoraba volteando la cabeza para demostrar su reproche. Un rato más delante se imponía su  nobleza, me perdonaba y todo volvía a ser como antes.
     Mi perro que no era mío se volvió un ser triste y cabizbajo que fue dejando de comer. Cada que venían a curarlo o a inyectarlo, se me repegaba, como pidiendo clemencia, terminando yo no pocas veces  cargada de culpa.  Fue necesario hospitalizarlo por varios días con buenos resultados, pero al poco tiempo volvió a recaer, se puso tan mal que la única alternativa fue  una cirugía radical para terminar de tajo con   su  problema.
     Aquella mañana era fría. Tardaron unos treinta  minutos en pasar a recogerlo de la veterinaria para su cirugía.  Todo ese tiempo permaneció echado en el suelo, mirándome con  ojos tristes mientras yo lo acariciaba y  le platicaba  tratando de animarlo.  De rato en rato levantaba la pata para pedirme que no dejara de acariciarlo, manteniendo   su mirada profunda y serena clavada en la mía. Ahora  entiendo que se estaba despidiendo, como si  supiera que no nos volveríamos a ver.  Yo, con mi inexperiencia en asuntos perrunos no lo supe, o no lo quise imaginar en aquel momento.
     Salió bien de su cirugía, algo que todos quienes llegamos a quererlo celebramos.  Lo colocaron de nuevo en una jaula para pasar la noche, lucía bien, pero  horas después murió durante el sueño.  Cuando fui a ver su cuerpo conservaba una postura como si estuviera dormido. Nuevamente acaricié su pelaje, albergando la ilusión de  que reaccionara al roce de mis dedos.
     Yo sé que hay un cielo para  perros, de eso no me cabe la menor duda. Desde ahí  el Grandote vigila mis afanes por  poner en palabras el dolor de mi pérdida. Yo sé que ese cielo donde él está es muy azul, con nubes de algodón aquí y allá, y con  amplios prados verdes donde es libre de correr y jugar, echarse con la panza hacia arriba para ser acariciado, y donde puede aprender a divertirse como el cachorro que nunca pudo ser en esta vida.
     Quiero desearle a mi perro hermoso que sea muy pero muy feliz, en ese cielo que se tiene de suyo tan ganado.

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