domingo, 6 de febrero de 2022

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


BLANCAS MEMORIAS

Amanece este día de invierno casi en total silencio, si acaso interrumpido por los rugidos de algún aparato calefactor que hace lo suyo para cumplir su cometido. Las aves se hallan resguardadas, igual hacen las ardillas que a diario vienen a su cava personal a desenterrar alguna nuez. El cielo es gris e inamovible, en contraste con la noche cuando el viento gélido me obligó a salir varias veces al patio, a reacomodar las cubiertas de plástico de mis plantas. Aun así, amaneció una albahaca tiesa y congelada, amarillenta, pues en el curso de la noche algún viento azotó en su área y le arrancó su capa protectora.

Hay silencio en las calles; de forma ocasional un motor rompe ese monótono vacío, que pronto se reinstala. Los perros de la cuadra permanecen callados, tal vez sabiendo que ladrar en exceso, como están acostumbrados a hacer, les hará perder calor.

Siento que la mañana es mía. Me instalo frente a la computadora a escribir la columna semanal con un dejo de nostalgia. Recuerdo mi primera nevada, una atípica en la ciudad de Torreón, alrededor de 1960. Me veo a mí misma niña junto a mi madre en el patio trasero, tratando de juntar nieve, que al contacto con el calor de mi mano se derretía. Luego recuerdo la primera gran nevada que me tocó presenciar. Vivíamos en Nuevo Casas Grandes, Chihuahua. Mi papá era el ingeniero a cargo de la construcción del tramo del tren que pasaba justo por la sierra. Aquella mañana me levantó muy temprano y me condujo a la ventana. Como si ahora sucediera, veo la extensión de terreno frente a la casa absolutamente cubierta de blanco. Vuelvo a sentir la emoción de salir a jugar con la nieve, y al hacerlo, una singular sensación de frío me recorría todo el cuerpo, comenzando por las manos, a pesar del uso de guantes tejidos. Más delante, de adolescente, fueron las nevadas en los alrededores de la ciudad de Durango en donde vivíamos, y en lo sucesivo han sido experiencias aisladas y breves las de ver nevar en la cercanía de mi casa.

El frío y la inmovilidad que genera resulta benéfico para todos los seres vivientes. Es una prueba vital que separa a los más aptos de los menos, y en particular a nosotros –humanos—conduce a una revisión personal que el resto del tiempo difícilmente conseguimos hacer. Las horas se expanden y hay oportunidad para pensar, para hacer cuentas con nosotros mismos antes de seguir adelante.

Vivimos en un mundo proclive a las prisas. En muchas ocasiones tomamos decisiones precipitadas, de las que no pocas veces nos arrepentimos. La angustia existencial que nos acompaña ahora se ha incrementado, de modo que nuestras reacciones llegan a ser aún más violentas. Nos alejamos del compás que marca la naturaleza para todos, cumpliendo los ciclos que garantizan su existencia. ¡Y son tantas las veces cuando nos sentimos superiores a la sabiduría ancestral de los cielos, esos que vieron los antiguos fenicios y que estudiaron nuestros mayas! Ocasiones en las que sentimos que podemos domeñar al mar en cualquier circunstancia, ¡nada más falso! Creemos que nuestro saber se halla por encima de los fenómenos que puntualmente se cumplen desde siempre. Pasamos por alto que la tierra responde como un ser vivo al daño que le hacemos.

Buen momento para entender que el cambio climático no es responsabilidad exclusiva de los gobiernos. Que cada uno de nosotros, desde su pequeña parcela, ayuda u obstaculiza las acciones por mejorar el mundo. Que la suma de los pequeños actos de la humanidad termina repercutiendo en todos los seres vivos.

Este silencio invernal es propicio para comenzar a escucharnos a nosotros mismos. ¡Estamos tan poco acostumbrados al diálogo interior! Partimos de la idea de que la amistad nace de las puntas de los dedos para afuera, y poco avizoramos que el único amigo que nos va a acompañar siempre es el propio ser, y que, en la medida en que nos amistemos con nosotros mismos, vamos a poder construir una vida en armonía.

Luego pienso en aquellas personas para quienes este frío congelante no es sino un desafío para su vida. En particular vienen a mi mente los migrantes que, con tal de no ser capturados, se aventuran a campo traviesa o se lanzan al cauce del río Bravo, en búsqueda de cristalizar el sueño americano. ¡Hasta dónde la desesperación o la consecución de una quimera los lleva a arriesgarse! Ello, además del cansancio por el trayecto recorrido y tal vez alguna enfermedad que pueden haber adquirido en el camino.

El viento no deja de chiflar del otro lado de la ventana. Se adivina que estará así todo el día y la noche siguiente. Me advierte permanecer bajo resguardo. Seguiré trabajando mi pequeña parcela con eso que siento que puede ayudar a otros: El desarrollo del lenguaje escrito.

EL CARTÓN DE LUY

 


"En el camino aprendí" en voz de su autor Rafael Amor.

 
Agradezco a Carlos su valiosa sugerencia.

POESÍA de Wislawa Szymborska

 




A algunos les gusta la poesía

A algunos

O sea, no a todos.  Ni siquiera la mayoría de todos, sino la minoría.

Sin contar escuelas, donde se obliga,

Y los poetas mismos,

Debe gustarles a dos de cada cien.

 

Gusta

Como  también nos gusta la sopa de tallarines,

Los halagos, el color azul,

Nos gusta una vieja bufanda,

Tener la mano levantada

O acariciar un perro.

 

Poesía

Pero qué es poesía,

Muchas respuestas temblorosas

Se han dado a esta sola pregunta

Pero no lo sé y no lo sé, y me aferro a ello

Como a una barandilla de apoyo.

 

Tomado de https://www.best-poems.net/poem/some-poetry-by-wislawa-szymborska.html

Traducción al español de mi autoría.

Agradezco a Eduardo su gentil sugerencia

 

 

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez



He tenido oportunidad de elegir en mi vida muchas cosas, trascendentales unas, otras triviales, pero a diario elijo, siempre he tenido libertad de hacerlo. Hay cosas sin embargo que no radican en mi voluntad, en mi decisión, que me han sido ajenas, que he tenido que aceptar e integrar a mi vida, sin que siquiera haya podido advertirlas, menos rechazarlas, venían incluidas en ese contrato que la vida nos da tácitamente al nacer, sin que se solicite firmemos de conformidad.
     Estamos expuestos a la vida, venga como venga, sin sello de garantía, sin fecha de caducidad, dotados de corazón y cerebro donde cada quien elige que almacenar, y cuyo contenido marca la diferencia de como asimilar los hechos, de como relacionarse con los demás, de buscar grietas por donde entre un rayo de sol en plena obscuridad, o de naufragar en un charco de desventura.
     Elijo mantener en mi alma, el amor como fuerza que domine mi ser, como motor que me mantenga en marcha. Vivo de esa energía que generosamente se me ha otorgado desde siempre, lucho por preservarla y por hacerles sentir a los que me aman, que les correspondo con la misma intensidad. De ellos muchos fueron elegidos, otros me fueron bondadosamente impuestos, gracias por ello, porque nunca pude haber sido yo más acertada.
     Gracias vida, por el libre albedrío, y gracias también por darme armas para enfrentar mi destino.


"Todos los gatos son negros" por el colectivo Green Renaissance

Vacío Espiritual - Marian Rojas Estapé