DESDE EL CORAZÓN
Los hechos bizarros se multiplican, o tal vez tenemos más noticia de ellos, hasta un punto apabullante. Los delitos sexuales, en particular contra
menores han proliferado; la violencia se dispara, y el suicidio se convierte en
la puerta de emergencia ante situaciones que no se supieron manejar. Esta semana fue el ataque aéreo de Arabia Saudita en contra de un camión escolar en Yemen, que arroja un total de 29 niños muertos y 30
heridos. Estos niños, en su mayoría menores de 10 años, participaban en un
paseo escolar. La búsqueda de una causa que explique estos hechos,
nos remite al corazón.
Tradicionalmente
la educación se ha orientado al área cognitiva, sin tomar muy en cuenta el área afectiva del ser humano. Desde el hogar hasta las instituciones de
enseñanza superior, los objetivos se enfocan a adquirir conocimientos y aprender habilidades, muy por encima de aquellas esferas relacionadas con
la inteligencia emocional. Parece que el
sistema educativo no acaba de
convencerse de esto: La cimentación para construir ese ciudadano capaz de
transformar su medio no se apoya en la
mente sino en el corazón de los niños.
La gestión
empresarial exige del aspirante una serie de capacidades ejecutivas que lo sitúen
como pieza clave en aquella estructura
tridimensional de los recursos humanos.
Con ello en mente el sistema educativo prepara individuos capaces de
salir airosos en los desafíos para
lograrlo. Pero de esta eficiencia
tecnológica al desarrollo de una sociedad comprometida con las causas de bienestar
y justicia social, hay un enorme trecho.
Un niño deseado
es aquel para el cual su familia se prepara con esmero. No necesariamente mediante cosas materiales,
sino con una disposición de acogida, aceptación y apoyo extraordinario. Son aquellos padres que establecen como
prioridad el atento cuidado del pequeño, quien --lejos de una carga--, es visto como el dulce compromiso de modelar una vida, trabajando para hacer de aquel ser
humano la mejor versión de sí mismo. Por
un buen rato las prioridades personales de los adultos pasan a segundo plano frente a aquella tarea –demandante, sí, pero
siempre satisfactoria—de contribuir en la tarea de apuntalar la formación de un
ser humano.
¿En qué punto el
erotismo de un individuo se distorsiona y toma el tortuoso camino de la pedofilia o la pornografía infantil? ¿Qué
parte de la ecuación falló? Sin el
mínimo deseo de justificar estas conductas, sí hay que reconocer que el alejamiento
de una sexualidad sana indica un
trastorno grave. El desechar la
satisfacción que proporciona la relación amorosa entre adultos, a favor de una
situación asimétrica, que además provoca un daño irreversible a un menor, no
puede considerarse normal. Algún
desajuste emocional severo es el que desencadena estos patrones bizarros, no puede ser de otra
manera.
Por su parte el
fanatismo es una actitud con una exagerada carga emocional, frente a una causa
en la cual se cree firmemente. Tenemos
casos de fanatismo en diversas ramas del quehacer humano, desde las religiosas hasta las deportivas. Comparten
la creencia de que la propia
afiliación a un grupo otorga
superioridad frente a los que no pertenecen al mismo. Dentro de esto caben muchas conductas, de las
cuales un ejemplo de gran crudeza se ve en las guerras. Atacar un camión de
escolares como venganza por un ataque anterior contra militares, sin tocarse el
corazón frente a esas criaturas, habla de una total enajenación emocional.
En días pasados recibí un video que describe la
nueva técnica para defenderse de los asaltantes mientras se conduce: Aceleras
tu vehículo para aplastar al asaltante contra el vehículo del carril contiguo, hasta hacerlo papilla. La situación económica del país ha provocado
un incremento en la delincuencia organizada.
El asaltante callejero parte de la idea de que los demás tienen lo que él no posee, lo que
le concede el derecho de asaltarlos. Y
si las víctimas potenciales no traen pertenencias para robar, el asaltante está en todo su derecho de
matarlas por el mal rato que le ocasionan.
Y es así como vemos escenarios de lo más abigarrado en torno a los
asaltos comunes que antes terminaban con la escapada del asaltante, y hoy lo hacen
con el homicidio del asaltado.
Los males del mundo nacen desde el corazón,
y a este hay que orientarnos. Hacerlo
desde que los niños son pequeños, dentro del hogar, para luego continuar con
una vigilancia cuidadosa conforme van
creciendo: ¿Cómo piensa el hijo? ¿Qué hace? ¿Con quiénes se junta? ¿Cuáles son
sus ídolos? Ganarnos su confianza, conocer
sus sueños, acallar sus miedos e
inseguridades. En los latidos de ese
corazón se encierra el ritmo del mundo.