domingo, 12 de abril de 2020

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


HISTORIAS DE MAÑANA
Este tiempo ha sido ocasión de bajar el ritmo habitual de actividades y hacer aquello que, ordinariamente, no podemos llevar a cabo. Momento para una revisión personal y familiar que nos permitirá –Dios mediante—superar esta contingencia sanitaria enriquecidos y más humanizados. 
     La comunicación es una forma de catarsis; volcar al exterior nuestros estados internos, para visualizarlos con mayor lucidez, entender nuestros pasmos y salir adelante. Compartir lo propio con quienes tienen la voluntad de escucharnos, es liberar la carga de angustia que traemos dentro. 
     Más allá de la catarsis, viene el sentido de crear comunidad, de utilizar la palabra para generar un “nosotros” a donde guarecernos y salir fortalecidos. Apoyarnos unos a otros, cada cual desde su espacio personal, proveyendo a los demás de lo necesario. Así han surgido iniciativas maravillosas, como recaudar fondos o elaborar material y equipo para trabajadores de la salud; facilitar alimentos, transporte o alojamiento, a quienes se dedican a la atención de los enfermos. Resulta lamentable que la ignorancia y el temor, en fatal combinación, hayan propiciado ataques contra profesionales quienes están –literalmente—dando su vida por salvarnos. 
     La materia prima está ahí, lista para ser trabajada: Están las vivencias personales y familiares, y las propias de nuestra población. Momentos sublimes que jamás deben olvidarse. Hermosas manifestaciones de solidaridad, en las que ha campeado el amor por el ser humano, sin distingo de color, condición social o credo. Nos parte el alma enterarnos de situaciones que evidencian hasta qué nivel escala el temor, activando mecanismos de neurosis colectiva deshumanizantes. Y, todo lo contrario, llegan como bálsamo sanador acciones para rescatarnos, aliviarnos, permitirnos albergar una esperanza cada vez mayor, de que, espíritu y tecnología de la mano, conseguirán domeñar la enfermedad. 
     Vivimos una situación inédita. Nos hallamos en medio de una pandemia tan feroz como otras que señala la historia. Empero, esta vez tenemos a nuestro favor elementos que nos proveen de relativa comodidad para permanecer en casa; entretenernos; abastecernos de lo necesario, sin salir a la tienda. Contamos con recursos tecnológicos que facilitan estar conectados en forma permanente y enterarnos en tiempo real de lo que ocurre en otras partes del mundo. Cierto, también se corren riesgos con la hiperinformación, como caer en pánico atroz, o congestionar las redes, propiciando que sufran fallas o restricciones a causa de la sobrecarga. 
     Veamos las cosas de este modo: Hoy, precisamente aquí, cada uno de nosotros está escribiendo las historias del mañana. Historias destinadas a contar la percepción que, en forma personal, cada cual tiene acerca de la pandemia y de las acciones que el mundo lleva a cabo para combatirla. Narraremos nuestros temores más íntimos, nuestra frustración; la forma como una partícula microscópica dio al traste con grandiosos planes y proyectos que teníamos preparados. Hoy estamos escribiendo esa historia con nuestras llamadas telefónicas, las videoconferencias; las canciones compuestas y recompuestas; los memes, los poemas; los cuentos y novelas que vayan a surgir –porque tienen que hacerlo—para salir adelante y trascender en el tiempo. 
     Si no lo hemos hecho antes, es momento de comenzar a organizar nuestra jornada: Fijar la hora de levantarnos y de dormirnos; mantener las medidas básicas de higiene y cuidado, que no nos gane la depresión o la molicie. Elaborar un programa personal y familiar para cada día. Incluir un rato de convivencia en el cual platicar, rememorar, intercambiar opiniones. Se vale expresar nuestros temores; somos humanos, estamos asustados y a ratos paralizados. Hay que administrar ante quién lo expresamos y cómo lo hacemos; permitírnoslo ayudará a todos. Entender que hay elementos que escapan totalmente de nuestra voluntad, y que angustiarnos no hace nada por modificarlos. Asumir que en nuestra actitud radica buena parte del éxito de la jornada. Invocar a ese espíritu superior que mora dentro de nosotros, cada cual según lo conciba. Ponernos en paz con la vida y con nosotros mismos, y tal como deberíamos hacer día con día, pandemia o no, prepararnos cada mañana para morir, entendiendo que nadie conoce el justo momento en que su vida vaya a terminar. 
     Hoy escribimos las historias de mañana. Tenemos creatividad e inteligencia; vivencias que nos hermanan y otras que nos personalizan. Preciosa materia prima que habrá de volverse música; poesía; guiones; imágenes o texturas; colores y formas; maravillosas estructuras que desafíen al viento. Historias de nuestro tiempo que exclamarán a voz en cuello la consigna: “Vencimos”.

POESÍA por María del Carmen Maqueo Garza



JAZMINES EN EL PATIO
Un tiempo extraño recorre nuestras calles
A su paso barre  intenciones de ayer.
Nada parece real más allá de la puerta de la casa
Como escenas  extraídas de una novela negra.
Un silencio contenido, altamente contagioso, genera pasmo
La distancia se guarda.  El afecto se repliega en sí mismo
Si acaso se hace llegar de manera lejana, en código morse.
Mi piel extraña el roce: Casual o cariñoso –hoy no importa--
Ese roce que me lleva a sentir que sigo viva.
Hemos ido aprendiendo –a la fuerza—a contenernos,
a no abrazarnos como muestra de afecto.
Guardarnos cada uno en su propio capullo, los brazos sobre el pecho.
Con la urgente confianza de emerger con vida de este encierro. 
     Romper el sarcófago.
          Extender las alas.
Hoy nos queda aprender la lección: Vivir la vida de otra forma, reinventarnos
Con los fragmentos de nuestra propia biografía –cada cual—
Comenzar a armarnos como seres nuevos: Aligerar las pesadas cargas del yo.
Pedir menos a la vida, estar dispuestos a dar más
Aprender a reír de lo más simple.  Desterrar las sombras de la angustia
Conservar  lo  necesario, nada más.  Desechar todo aquello que impide elevar el vuelo
Y así, como esta mañana hacen los jazmines que hermosean mi patio
Danzar con la música de la primavera. Vivir el hoy a plenitud
No adelantarnos a un tiempo incierto
          que aún no nos pertenece.

ALELUYA de Leonard Cohen, con los 10 tenores

REFLEXIÓN robada a Claudio Montero (lo confieso)


Es la madrugada del 9 de Abril del 2020, salimos de una cirugía de urgencia, una perforación intestinal, una madrugada común en un servicio de cirugía, pero estos días son todo menos comunes. El mundo está abatido por la biología, estamos viviendo una pandemia, se respira un aire denso, plagado de virus e incertidumbre. Horas antes nos avisaron, tenemos paciente en urgencias, mi compañero y yo nos vemos, sentimos miedo de bajar, recién compramos cubrebocas de "los buenos". El me presta sus lentes, y envueltos en ese aire asfixiante de un buen cubrebocas, bajamos a valorar a nuestro paciente. Nos acompaña nuestro adscrito, un cirujano joven, simpático; llega a urgencias con una mascarilla tipo Chernobyl, de esas de las películas... Estos días son como una película. Valoramos a la paciente, nos acercamos a ella, la exploramos, nunca el contacto físico en medicina dio tanto miedo... Nos vemos a los ojos nuestro joven maestro y nosotros, sus dos residentes. Sabemos que tenemos que operar, en otro tiempo habríamos estado emocionados, operar es nuestra pasión, pero estos tiempos no son comunes. Tenemos miedo, no sabemos si nuestra paciente o su familia siguieron las indicaciones de cuarentena. Sabemos que operar es exponernos a un microorganismo letal y sin terapéutica demostrada.
          Llegamos a quirófano, de guardia están dos enfermeras, no pasan los 45 años, ambas con hijos. Los dejaron dormidos, pero se trajeron la preocupación de enfermar y dejarlos solos, o peor, enfermarlos. Están con nosotros los antestesiólogos, una doctora de edad mediana, Serena, y su residente, que es mi amigo. Ellos van a trabajar en la boca del lobo, son los más expuestos, son los que más arriesgan... Llega la paciente, la familiar nos dice "Dios con ustedes". Yo respondo: "Así sea". Un médico no puede prescindir de Dios en ésta ni en ninguna época. Anestesiología hace su ritual, pero ahora rodeados de máscaras de plástico transparente. Somos tres residentes y el maestro, asfixiados por estos cubrebocas "de los buenos". La cirugía resulta  más compleja de lo esperado, nos perdemos en hacer lo que amamos, por momentos olvidamos la época que vivimos, reímos. Con ayuda de Dios se logró la cirugía, una interna curiosa me toma una foto, y entonces me percato de algo, es la única de su especie en el hospital. A todos sus compañeros los mandaron a casa porque es muy peligroso para ellos, pero ella vino a la cirugía, a ayudar en lo que pueda.
       Al final toma esta selfie, para romper el miedo, y digo en voz alta: "Un día le contaremos a nuestros nietos que operábamos con un virus mortal suelto, seremos los abuelos que cuentan historias..."
Mi compañero residente se persigna, y me dice: 
          --Ojalá Doctor...Ojalá...-- Como quien eleva una plegaria.
          --Por su puesto que lo vamos a hacer...Y yo voy a decir que ustedes eran unos enfadosos. 
Todos reímos.... Seguimos trabajando.....
          Con este largo relato, quiero mostrar al mundo, que nosotros su personal de salud, estamos trabajando a pesar del miedo. Estamos arriesgando nuestra familia y nuestro futuro, por hacer frente a esta emergencia sanitaria.. No les pido aplausos, ni reconocimiento, les pido que nos ayuden Quedándose en Casa. Ustedes que no tienen que salir para ayudar, ustedes que pueden salvarnos en casa abrazando a sus hijos, madres, hermanas y novios....¡Háganlo!
          Háganlo en nombre de todos aquellos que salimos... AUNQUE ASUSTADOS, CON EL CORAZÓN DISPUESTO A AYUDAR.

Claudio R. Montero es un médico residente del ISSSTE en Culiacán, Sinaloa.

Hermosa reflexión desde España

Agradezco, mi querido Alberto, esta sugerencia

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


Resulta tan difícil entender lo que nos está sucediendo. Vivir una pandemia de estas dimensiones y repercusiones solo habrá sido tema de película de ciencia ficción para mí. Nunca pensé que pudiera ir más allá de la imaginación de alguien.

Y aquí estamos viviéndola, sufriéndola, dejando respirar a la naturaleza mientras nos encerramos y nos quedamos víctimas del miedo, además de vulnerables ante un virus microscópico que nos hace ver mucho más pequeños que él. Nos damos cuenta de que hemos sido nosotros mismos los que propiciamos el medio ideal para que los daños se hayan magnificado.

Y es así como afloran en el mundo las especies que habíamos confinado al destierro, así como se aclaran los mares y el aire que nos hace ver nuestra madre tierra, lo que hemos permitido de manera indolente que sucediera.

Y que decir de nuestra sociedad, de nuestra calidad humana, de los valores que tanto predicamos y no ponemos en acción o lo hacemos solo muy de vez en cuando. Ahora que la salud es prioridad, vemos que la hemos convertido en un tesoro al que muy pocos tienen acceso, y la salud que debiera ser un derecho inalienable de la humanidad, se convirtió en privilegio, con una brecha enorme entre unos y otros para acceder a ella.

Da profunda pena comparar sueldos entre futbolistas y médicos. Irrisorio resulta saber que un jugador puede renunciar a tres millones de euros de su sueldo anual y aplaudirle el gesto humanitario, si lo inhumano es que nos resulte normal que esto suceda y que tenga más valor un gol que la labor de un médico que libra batallas contra la muerte. Resulta inconcebible también, que el número de muertes en esta pandemia, sea el indicador que lleva a que la bolsa de valores suba o baje en el mundo. ¿De qué valores hablamos? ¿Qué es lo que hemos permitido que rija nuestras vidas?

No quiero ser pesimista, pero se habla mucho de que nuestro regreso al mundo no será lo mismo, y espero de todo corazón que no lo sea, pero tampoco veo que esta sensibilidad a flor de piel que ahora compartimos nos lleve a reconvertirnos, a dejar de pensar solo en primera persona, a estructurar una sociedad más homogénea, a no ofendernos unos a otros y considerarnos los más listos y capaces.

Esto es un llamado a renacer,a que la lección deje aprendizaje profundo y a largo plazo y no tan solo cicatrices de un mal episodio en nuestras vidas.

 Esta obscuridad no es la tumba, es el vientre, algo está por nacer (autor desconocido)

VIDEO El alfarero