domingo, 19 de enero de 2020

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


LA GRAN OBRA
Ésta ha sido una semana de reflexión sobre el proceso educativo.   De manera dolorosa descubrimos que lo que tanto se ha escrito en libros, es cierto: Tener dentro del aula estudiantes que dominen cálculos trigonométricos, o que puedan citar todas las capitales del mundo, no garantiza que vayan a ser buenos ciudadanos. Para lograr este objetivo se requiere de la aplicación de recursos que van más allá del desarrollo intelectual de los alumnos, hacia la esfera afectiva.
     Hemos querido responsabilizar a las escuelas por la adquisición de valores.  Como si entregáramos a sus puertas un niño a manera de piedra en bruto, y al término de su proceso educativo recogiéramos un ciudadano ejemplar.  Las cosas no ocurren de esta forma, lo sabemos, pero  la molicie quisiera engañarnos.  El aprendizaje es un proceso de largo aliento que inicia desde antes de que un niño nazca, y que termina con el último hálito de vida. Buscando cómo esquematizarlo, vino a mi mente el concepto de “lego”, esas piezas de plástico en forma de bloques, con las cuales pueden construirse diversas estructuras tridimensionales.
     El término “lego” proviene de una frase danesa que significa “juega bien”.  El concepto original fue creado por un carpintero de Dinamarca, llamado Ole Kirk Christiansen, quien, en 1932, en la Gran Depresión, comenzó a construir juguetes de madera.  A partir de esa idea más delante  inició la fabricación de juguetes de plástico, dando lugar a la industria que hasta la fecha ostenta dicho nombre.  Las piezas de construcción de distintos colores estimulan la creatividad de  pequeños y grandes; hay figuras que han alcanzado renombre por su maravillosa precisión.  A la fecha existen en el mundo juegos, festivales, concursos y más, inspirados por el concepto original del bloque de construcción.
     Justo así, como una gran estructura que se construye a partir de cero, con piezas pequeñas que van ensamblándose unas con otras en el tiempo, es la forma como el ser humano se construye –o se deconstruye—hasta constituir un adulto con necesidades propias, recursos únicos y visión particular.  Un adulto capaz de encajar en la sociedad o de retarla hasta la muerte.
     Considerando la pequeñez de las piezas en relación con el todo, podemos entonces entender que el proceso educativo es minucioso, puntual, y demandante.  No es susceptible de improvisaciones, no puede hacerse en un día lo que no se ha venido haciendo en mucho tiempo.   Además, hay algo fundamental: No se construye con palabras, sino con hechos.  El ejemplo que dan los educadores al educando es la pieza fundamental en su formación.  La incongruencia entre el ser y el decir, o entre el ordenar y el actuar, traba el proceso, mismo que  debe funcionar como una fina maquinaria de relojería, con absoluta precisión.
     Entonces viene la pregunta: ¿Cómo vamos a lograr esa precisión si somos de carne y hueso, y nos equivocamos?   Cierto, no podemos colocarnos por encima de nuestra condición de humanos para educar. Tenemos que hacerlo a partir de ello, con la mente despejada y el corazón abierto.  Alejando las nubes tóxicas de nuestro panorama; documentando un  plan de vuelo con información veraz y confiable, y echando mano de la honestidad.  Como padres, reconocer una falla, decir “me equivoqué” no nos disminuye frente a los hijos, por el contrario, revela nuestro auténtico afán de mejorar.  En cambio, una mentira, una mala intención, nos restan puntos frente a ellos, los alejan y desencadenan la espiral de desconfianza.   Frente a los alumnos corresponde desarrollar la autoridad moral.  No queramos imponer por la fuerza la autoridad formal, mandando el mensaje de que un puesto de trabajo es licencia para transgredir el orden que pretendemos exigir a otros.
     Como piezas de lego, una a la vez, revisando que  corresponda al sitio donde debe ir acomodada.  Colocándola con sumo cuidado, sin perder de vista la gran estructura que imaginamos con la mente y cobijamos con el corazón.  Revisando de tramo en tramo la solidez del avance; cualquier falla del ensamblaje, para enmendar en el momento, antes de que nos venza la inercia de una falla que no se corrige con oportunidad.
     El gran arquitecto imagina, calcula, se prepara.  Y hasta entonces comienza a construir lo que será su edificación.  Las cosas tienen un orden lógico, el cual no puede alterarse a capricho.  La obra habla por su autor; da cuenta de su capacidad; lo representa.  Por dicha razón  es cuidadoso en la selección de materiales, en la planeación y ejecución.  Vigila  el desarrollo de la estructura; mide su firmeza y resistencia. Y así, de este modo, esfuerzo y tiempo dan los frutos deseados.
     Como si trabajáramos con  piezas de lego, es como se emprende la formación de un ciudadano.  No hay que olvidarlo.

REFLEXIÓN DE Phil Bosmans


EL ARTE DE VIVIR
Amo a la gente que vive a mi alrededor.
Amo la alegría y por eso me la encuentro junto a mí.
Amo la amistad y por eso recojo las estrellas y mi vida es una delicia.
No tengo nada y puedo disfrutar de todo.
¡Hay tanto que recibir mirando las cosas pequeñas
y la gente sencilla y buena!
¡Hay así tantas sorpresas y milagros que descubrir
con los ojos abiertos o cerrados!
En cada cosa existe escondido
un recuerdo del paraíso perdido.
Ser capaces de advertirlo
es lo que constituye el arte de vivir.
Sé que no es fácil tocar el cielo.
Pero sé con mayor certeza
que resulta imposible
si el cielo no entra en mí.

Tomado de su libro intitulado "La alegría de vivir"

Ian: Cortometraje sobre bullying escolar

POESÍA de Gloria Posada

ESPIRAL
En polvo que es luz
está edad de las estrellas
En mar que es profundidad
historia de la vida
En fuego lo que ilumina
y se desvanece
En aire aliento
En tierra semilla
y camino
En cielo
mirada y sueño

Marcha Radetzky: Filarmónica de Viena bajo la dirección de Seiji Ozawa

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

Se nace y se vive con un solo corazón, un corazón que da vida, que es lo primero y lo último que da señales de ella. Órgano vital que parece ser más que una bomba impulsora de sangre a nuestro cuerpo, un recipiente donde se depositan las emociones, que responde a ellas.
Anatómicamente un músculo, es ánfora transparente donde se guardan los sentimientos, donde radica nuestra identidad humana. Que más allá de la bioquímica, de su concepción puramente anatómica y fisiológica, nos permite saber lo que es conmoverse, o vibrar de emoción; sentir profunda tristeza, o una enorme alegría; nos permite reconocer el amor, y también al odio.

De lo que vayamos llenando el corazón a través de la vida, dependerá lo que éste sea capaz de generar en nosotros. Algunas veces la gente a nuestro alrededor tendrá influencia en ello, los acontecimientos a los que nos expongamos lo harán, pero cierto es que lo que más contribución tiene, es como reaccionemos ante lo que nos suceda.

La misma experiencia es asimilada de forma distinta según cada individuo. Hay quien reconoce las oportunidades de crecimiento que el infortunio le ofrece, y la de valorar aquello que menospreciaba, saliendo fortalecido. Hay quienes, por lo contrario, solo acumulan amargura.

No se puede concebir la vida humana sin corazón, pero sí se puede lograr desensibilizarlo. Se dice que hay gente que no tiene corazón, lo tiene evidentemente, lo que no ha sido capaz, es de ejercitar este músculo en la bondad, en el amor. Le ha permitido envenenarse al permitir que crezcan en él como hierba mala el odio, el rencor, la ira, que entre otros sentimientos no deseables, contaminan la sangre, intoxican el alma.

Tener corazón, es mucho más que solo percibir que late dentro de nosotros. Es tener en él, el mayor tesoro emocional, que nos permita sentir y transmitir a los demás, el sentimiento indispensable para la convivencia armónica de la humanidad: El amor.

VIDEO: Los hijos son el reflejo de los padres


Agradezco a Adalberto esta magnífica sugerencia