domingo, 19 de enero de 2020

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

Se nace y se vive con un solo corazón, un corazón que da vida, que es lo primero y lo último que da señales de ella. Órgano vital que parece ser más que una bomba impulsora de sangre a nuestro cuerpo, un recipiente donde se depositan las emociones, que responde a ellas.
Anatómicamente un músculo, es ánfora transparente donde se guardan los sentimientos, donde radica nuestra identidad humana. Que más allá de la bioquímica, de su concepción puramente anatómica y fisiológica, nos permite saber lo que es conmoverse, o vibrar de emoción; sentir profunda tristeza, o una enorme alegría; nos permite reconocer el amor, y también al odio.

De lo que vayamos llenando el corazón a través de la vida, dependerá lo que éste sea capaz de generar en nosotros. Algunas veces la gente a nuestro alrededor tendrá influencia en ello, los acontecimientos a los que nos expongamos lo harán, pero cierto es que lo que más contribución tiene, es como reaccionemos ante lo que nos suceda.

La misma experiencia es asimilada de forma distinta según cada individuo. Hay quien reconoce las oportunidades de crecimiento que el infortunio le ofrece, y la de valorar aquello que menospreciaba, saliendo fortalecido. Hay quienes, por lo contrario, solo acumulan amargura.

No se puede concebir la vida humana sin corazón, pero sí se puede lograr desensibilizarlo. Se dice que hay gente que no tiene corazón, lo tiene evidentemente, lo que no ha sido capaz, es de ejercitar este músculo en la bondad, en el amor. Le ha permitido envenenarse al permitir que crezcan en él como hierba mala el odio, el rencor, la ira, que entre otros sentimientos no deseables, contaminan la sangre, intoxican el alma.

Tener corazón, es mucho más que solo percibir que late dentro de nosotros. Es tener en él, el mayor tesoro emocional, que nos permita sentir y transmitir a los demás, el sentimiento indispensable para la convivencia armónica de la humanidad: El amor.

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