SEPTIEMBRE 19: MÉXICO VIVO
19 de septiembre del 2017: Una fecha que quedará grabada en
la historia de todos los mexicanos. Un sismo en la ciudad de México vino a
robarnos de tajo la tranquilidad.
Somos un país que ha aprendido a sentirse en paz aun en
medio de problemas que unos cuantos de sus hijos provocan, por razón de sus afanes desmedidos.
A pesar de esos nubarrones sabemos reír y gozar, y
cantar. Nuestros niños juegan en la
seguridad de ser los dueños auténticos del mundo.
Constituimos una nación que se prende de la oración para no
naufragar, aun cuando las turbulentas aguas amenazan con tragarla de una sola
vez.
Somos el pueblo que se recuperó del sismo del ’85 porque
sabe tender puentes de solidaridad, pero más que nada porque sabe levantarse,
creer y cantar.
Ahora nuestro hermoso México del color de la sandía, de los
cielos transparentes y los preciosos
valles de jade y esmeralda, sufre. Sus
entrañas han convulsionado.
En lo personal no soy de quienes se afilian a escenarios
catastrofistas para sentarse a llorar al borde del fin del mundo, ni de quienes dan una interpretación apocalíptica
a lo ocurrido.
Estoy convencida de que habitamos un planeta vivo, que como
tal sufre acomodos en su estructura, y cual ente que es, también reacciona a
las agresiones de nosotros sus pobladores.
Una cadena de acontecimientos de la naturaleza nos ha
cimbrado a todos los mexicanos. A quienes
conocimos de cerca el sismo del ’85 nos estremece
aún más la memoria rediviva.
Vemos las obras del hombre convertidas en montones de
escombro, y descubrimos con pasmo nuestra real pequeñez frente al cosmos, del cual somos una simple arenilla.
Nuestros grandes tesoros quedan hechos polvo cuando la
tierra ruge y su fuerza se hace presente como ahora lo ha hecho.
Debido a la
contundencia de lo ocurrido nos toca asumir nuestra fragilidad, reconocer que
ante el prodigioso poder de la
naturaleza nuestra condición es la de simples peregrinos.
Y que por ello estamos obligados a avanzar con absoluta
prudencia, cuidando que nuestras huellas no marquen el suelo bendito que
pisamos.
Me duele el dolor de quienes sufren, me solidarizo con
ellos. No puedo limitarme a hacerlo en la intención. Tengo el deber de traducir esos
deseos en ofrendas capaces de brindar alivio.
Es regresar un poco de lo tanto que he recibido cuando he
estado en una situación similar, desafiando mis ardientes deseos de vivir toda sentencia de muerte.
Los seres humanos oscilamos en la eterna dialéctica, vida y muerte; noche y
día; bien y mal. Y así como hay quien da
todo frente a la tragedia de otros, hay quien busca sacar ventaja. Así de
enfermo su corazón.
Que no nos limite el mal de aquellos para hacer el bien a quienes lo necesitan. Que prevalezca el llamado de la
conciencia sobre los silencios de codicia y
egoísmo.
Maravillosa oportunidad para sentirnos útiles, parte de una
comunidad que respira un mismo hálito vital.
Ocasión de rozar muy
de cerca el dolor de quienes sufren, y dar gracias al cielo de que en este
momento estamos del lado de quienes
consuelan. Mañana quién sabe.
Que se sienta la viva presencia de los sueños que llevaron a
nuestros abuelos a arar la tierra y sembrar –palmo a palmo-- pedazos de nuestra historia. Hoy nos toca soñar y luchar por quienes vienen detrás.
El planeta, como ente vivo respira. Sea este estremecimiento
la ocasión de reajustar prioridades en nuestra
ruta de navegación personal.
Después de este nuevo 19 de septiembre, me quedo con una reflexión
que deseo compartir:
México: Gracias por ser la fuerza que remueve escombros, que
trabaja hasta con las uñas. Gracias por
ser el puño solidario que pide silencio de vida, y ser el grito de alegría cuando de la oscura bocaza surge esta como un milagro.
Gracias por la fe de quienes rezan prendidos de tu nombre,
de un rosario, de la imagen de la
Guadalupana. Gracias por el espíritu
inquebrantable de tus hombres y mujeres de piel de canela, por la sabiduría de
tus viejos, y por aquel que se desprende
de su pequeño salario para ofrecer un taco a quien lo necesita.
Gracias, México por recordarme dónde te encuentras y dónde
te debo buscar cada mañana. Gracias por
recargar mi entusiasmo cuando el desánimo amenaza con abatirme.
Gracias por tus niños de colores reunidos en una sola risa.
Gracias por tus perros de arnés que buscan vida, y por aquellos
sin dueño que puedo sentir míos.
…Por tu música y tus historias, por tus poetas, por la nobleza de quien no tiene para dar más
que una gran sonrisa y la reparte feliz por donde va.
Gracias por sembrar en mí una esperanza que se crece con las
dificultades, que
aprende a volar muy alto con cada 19 de septiembre que sale a su paso. Ahora más que nunca sé que debo honrar el bendito suelo donde he nacido.