domingo, 12 de agosto de 2018

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

DESDE EL CORAZÓN
Los hechos bizarros se multiplican, o  tal vez  tenemos más noticia de ellos, hasta un punto apabullante.  Los delitos sexuales, en particular contra menores han proliferado; la violencia se dispara, y el suicidio se convierte en la puerta de emergencia ante situaciones que no se supieron manejar.  Esta semana fue  el ataque aéreo  de Arabia Saudita en  contra de un camión escolar en Yemen,  que arroja un total de 29 niños muertos y 30 heridos. Estos niños, en su mayoría menores de 10 años, participaban en un paseo escolar.  La búsqueda de una causa que explique estos hechos, nos remite al corazón.
     Tradicionalmente la educación se ha orientado al área cognitiva, sin tomar muy  en cuenta  el área afectiva del ser humano.  Desde el hogar hasta las instituciones de enseñanza superior, los objetivos se enfocan a adquirir  conocimientos y aprender  habilidades, muy  por encima de aquellas esferas relacionadas con la inteligencia emocional.  Parece que el sistema educativo no  acaba de convencerse de esto: La cimentación para construir ese ciudadano capaz de transformar su medio  no se apoya   en la mente sino en el corazón de los niños.
     La gestión empresarial exige del aspirante una serie de capacidades ejecutivas que lo sitúen como pieza clave en  aquella estructura tridimensional de los recursos humanos.  Con ello en mente el sistema educativo prepara individuos capaces de salir airosos en  los desafíos para lograrlo.  Pero de esta eficiencia tecnológica al desarrollo de una sociedad comprometida con las causas de bienestar y  justicia social, hay un enorme trecho.
     Un niño deseado es aquel para el cual su familia se prepara con esmero.  No necesariamente mediante cosas materiales, sino con una disposición de acogida, aceptación y apoyo extraordinario.  Son aquellos padres que establecen como prioridad el atento cuidado del pequeño, quien  --lejos de una carga--, es visto como el dulce compromiso de modelar una  vida, trabajando para hacer de aquel ser humano la mejor versión de sí mismo.  Por un buen rato las prioridades personales de los adultos pasan a segundo plano frente a aquella tarea –demandante, sí, pero siempre satisfactoria—de contribuir en la tarea de apuntalar la formación de un ser humano.
     ¿En qué punto el erotismo de un individuo se distorsiona y toma el tortuoso camino de   la pedofilia o la pornografía infantil? ¿Qué parte de la ecuación falló?  Sin el mínimo deseo de justificar estas conductas, sí hay que reconocer que el alejamiento de una  sexualidad sana indica un trastorno grave.  El desechar la satisfacción que proporciona la relación amorosa entre adultos, a favor de una situación asimétrica, que además provoca un daño irreversible a un menor, no puede considerarse normal.  Algún desajuste emocional severo es el que desencadena  estos patrones bizarros, no puede ser de otra manera.
     Por su parte el fanatismo es una actitud con una exagerada carga emocional, frente a una causa en la cual se cree firmemente.  Tenemos casos de fanatismo en diversas ramas del quehacer humano, desde las religiosas  hasta las deportivas.  Comparten  la creencia de que la propia  afiliación a un grupo  otorga superioridad frente a los que no pertenecen al mismo.  Dentro de esto caben muchas conductas, de las cuales un ejemplo de gran crudeza se ve en las guerras. Atacar un camión de escolares como venganza por un ataque anterior contra militares, sin tocarse el corazón frente a esas criaturas, habla de una total enajenación emocional.
     En  días pasados recibí un video que describe la nueva técnica para defenderse de los asaltantes mientras se conduce: Aceleras tu vehículo para aplastar al asaltante contra el vehículo del carril contiguo,  hasta hacerlo papilla.  La situación económica del país ha provocado un incremento en la delincuencia organizada.  El asaltante callejero parte de la idea de que  los demás tienen lo que él no posee, lo que le concede el derecho de asaltarlos.  Y si las víctimas potenciales no traen pertenencias para  robar, el asaltante está en todo su derecho de matarlas por el mal rato que le ocasionan.  Y es así como vemos escenarios de lo más abigarrado en torno a los asaltos comunes que antes terminaban con la escapada del asaltante, y hoy lo hacen con el homicidio del asaltado.               
     Los males del mundo nacen desde el corazón, y a este hay que orientarnos.  Hacerlo desde que los niños son pequeños, dentro del hogar, para luego continuar con una vigilancia cuidadosa conforme  van creciendo: ¿Cómo piensa el hijo? ¿Qué hace? ¿Con quiénes se junta? ¿Cuáles son sus ídolos?  Ganarnos su confianza, conocer sus sueños, acallar  sus miedos e inseguridades.  En los latidos de ese corazón se encierra el ritmo del mundo.

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