La vida a nuestro alrededor sigue igual, el ruido de la ciudad es el mismo, la gente sigue teniendo por qué reír, y sin embargo advertimos sonidos que son lamentos, y que nadie más alcanza a percibir. Nuestra sonrisa se ha convertido en una mueca de dolor, nos aislamos para no contagiar tristeza, para que no nos duela la felicidad del otro, porque no sería justo, pero es irremediable, sabernos desposeídos de nuestra paz, nuestra estabilidad, no es fácil de asimilar. Como animal herido nos refugiamos en un rincón a lamer nuestras heridas, a solas, donde no seamos blanco de compasión ni mucho menos de lástima.
Sin embargo, seguimos vivos, y tendremos la oportunidad de sobrellevar la pena, de reinventarnos, de ver más allá de nuestro dolor y asimilar lo sucedido. Esta vida no tiene sello de garantía, y para hacer la felicidad imperecedera, solo queda fortalecer la voluntad, alimentar el alma con amor, con agradecimiento de lo que si tenemos, con la auténtica resignación a aceptar lo que perdemos. Siempre habrá de quien tomar ejemplo, a quien emular en su actitud, quien nos impida caer en ser víctimas permanentes de la desgracia.
A ti, mi querida hermana, mi cariño, admiración, por continuar siendo un ser de luz para los demás, sin permitir que tu alma sea vencida por el infortunio. Eres inspiración y ejemplo. Gracias de todo corazón.
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